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Dos años y medio después.

Firmo el último papel del día, terminando así mi jornada laboral. Cansada sería la palabra exacta para definir cómo me siento. La rutina comienza a las seis de la mañana, bastante temprano, pero tampoco me quejo.

Tras una ducha, ya estoy lo bastante relajada para comenzar con mi día. Pero como cada día, me doy cuenta que es demasiado tarde y tengo que salir corriendo de casa.

Apenas son las tres de la tarde, pero ya estoy deseando llegar a casa. Hoy es un día muy especial. Mamá ha preparado una tarta, y aunque estoy lo bastante cansada como para llegar y meterme directamente a la cama, hago un esfuerzo y paso un rato con ella.

Emma también se unirá. ¿Cómo lo ha conseguido? Ni idea, pero ha sacado un hueco de su ajetreada agenda.

Tras lo que parece ser una eternidad, por fin puedo deshacerme de mi bata. No me malinterpreten, amo mi trabajo. De verdad. Pero hay días en los que me gustaría quedarme en casa y simplemente vaguear. Hoy es el caso.

—¡Adiós, Helena! —grito hacia mi compañera.

Ella mueve la mano hacia mí, en un gesto despreocupado, y vuelve su atención a los papeles que tiene entre sus manos. Beso la mejilla de Marlene, una de nuestras administrativas en urgencias, y suspiro de alivio cuando el aire de la calle golpea mi rostro.

Por fin soy libre.

De camino a casa, canto cada canción del disco de Taylor Swift: 1989. Hago una parada en la confitería del pueblo, recojo la tarta que ordené (demasiado tarta si contamos con la que ha hecho mamá), y rezo para que no se caiga del asiento durante el resto del camino.

Aparco el coche frente a la cochera de casa, y es cuando escucho gritos.

Rio cuando dos torbellinos llegan hasta mí, sin darme tiempo a reaccionar, y colisionan aferrándose a mis extremidades.

—¡Mamá, mamá, mamá! —cantan.

Suplico a mamá que tome la tarta, de lo contrario, las veinte libras que gasté en él se irán al garete. Suspira, pero la coge. Entonces sí que me puedo permitir el lujo de abrazar a mis pequeños terremotos.

—¿Dónde están los cumpleañeros más guapos del mundo? —exclamo.

—¡Aquí, aquí! —grita Broddy.

Aunque aún les cuesta hablar fluidamente y en algunos casos tengo que comerme la cabeza para averiguar qué han dicho, queda bastante claro que lo siguiente que sale de sus bocas es preguntar dónde está tía Emma.

—Calmáos, fieras. Primero tenemos que preparar todo para nuestros invitados, ¿cierto? —ellos asienten—. ¿Por qué no nos ayudáis a la abuela y a mí a decorar el jardín?

Felices, siguen mis ordenes y corren tras mamá.

Menuda sorpresa nos llevamos Emma y yo (ya que fue ella la que me acompañó a la ecografía), al descubrir que no había un bebé, sino dos.

¿Cómo el otro doctor, en la primera que me hice, no lo vio? Se ve que uno tapaba al otro. No fue hasta que crecieron un poco más, que los pudimos distinguir.

No voy a negar que el parto fue difícil, porque lo fue, pero valió la pena cuando después de catorce horas, tuve a mis dos preciosidades en mis brazos. Gracias a la ayuda de mamá, supe manejarlo bien.

Mientras yo tenía a uno, dándole el pecho, mamá se encargaba del otro. Incluso han habido veces donde tenía a ambos enganchados a mis tetas.

Temptation © (Bloody Hell MC #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora