Capitulo 2

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La banda comenzó a tocar un tema lento y las luces se atenuaron. Apretó a Amaia un poco más contra su cuerpo, pero ella se tensó y se apartó.

- No tenemos por qué hacer esto.

-¿Me huele el aliento o algo así?

Ella miró su boca y luego volvió a sus ojos.

- No, pero no tengo especial interés en rememorar el pasado.

- ¿No se supone que estas reuniones son precisamente para eso?

Ella se retorció claramente incómoda por estar en sus brazos y él decidió soltarla.

- ¿A qué te dedicas ahora, Amaia?

- Soy profesora.

- Vaya- dijo él sorprendido-. No sabía que querías ser profesora.

- Nunca hablamos de mis planes de futuro.

- Supongo que yo era un egoísta. 

- Simplemente eras el más pequeño de la familia. El mundo suele girar en torno al último que llega - fijo ella, sin ningún tipo de reproche en su voz.

- Tú, sin embargo, eras la mayor, la encargada de mantener el orden. ¿sigues estando tan unida a tu familia?

Apartó la mirada de él unos segundos antes de responder.

- Si, siguen siendo una parte fundamental de mi vida.

- ¿Dónde das clases?

- Aquí.

- ¿En Pamplona?

- Sí.

- Seguro que eres buena, pero también seras dura. Lo eras conmigo. Debo reconocer, sin embargo, que lo que me enseñaste me fue realmente útil. Una vez en la universidad pude darme cuenta del valor que tenía lo que habías hecho.

Su comentario la puso nerviosa.

- Ya... bueno, gracias. Espero llegar a ser la directora de alguna escuela muy pronto - sus palabras, llenas de orgullo y determinación, la incitaron a estirar el cuello, dejando vulnerablemente expuesto su escote.

El tuvo que luchas contra el inesperado deseo de hundir su rostro entre los senos blancos que se insinuaban sensualmente. 

Se aclaró la garganta. 

- Así que te va muy bien, ¿no?

-Sí, supongo que no me puedo quejar.

Bien, al menos la vida de alguien parecía estar en orden. La suya había tomado un curso inesperado y no sabia lo que le depararía el futuro.

Una entusiasta pareja se acercó hasta ellos y a punto estuvo de colisionar con Amaia. Alfred la apartó de su camino atraiéndola hacia él. De pronto, notó que ella se había quedado absolutamente inmóvil y pronto reparó en que su masculina mano había acabado posada sobre el admirable trasero de ella.

Sus aletargadas hormonas se despertaron de su dulce sueño con un entusiasmo digno de las de un adolescente. Un inesperado deseo le hizo la boca agua y le provocó otro indeseable sofoco.

y todo por Amaia.

Los pensamientos que comenzaron a atormentar su mente debían de ser producto del agotamiento. Desde que había recogido a Dani las noches no habían sido fáciles. El niño lloraba incesantemente y no parecía tener horarios establecidos.

- Perdona, ¿te importaría?- con un gesto le pidió que retirara la mano

Nervioso por la situación, dio un traspiés y se chocó de nuevo con ella. Notó cómo sus pezones endurecidos rozaban su torso. Todos sus sentidos se alteraron. Su estado de agitación era tan patente que no podía pasarle desapercibido a ella.

- ¿Te importaría que nos sentáramos ? - sugirió él-. Necesito beber algo.

Y también necesitaba una ducha fría.

- Las bebidas están por aquí - dijo ella con cierto temblor en la voz.

Amaia emprendió el camino y lo guió hasta su objetivo con pasos largos y firmes.

Durante unos segundos, las piernas de Alfred parecían negarse a responder. ¿Desde cuándo Amaia se contorneaba con tan seductora cadencia?

Se reprendió a sí mismo y se dijo que debía recobrar el sentido. Lo que le estaba sucediendo no tenía ningún sentido. ¿Serían el excesivo cansancio y la larga abstinencia las causas de aquella repentina reacción? ¿O es que en los últimos diez años la niña lista había pasado a convertirse en algún tipo de diosa del amor?

Se encogió de hombros. Fuera cual fuera el motivo, daba igual. No iba a quedarse en aquella ciudad tiempo suficiente para averiguarlo.

Amaia le ofreció un refresco en cuanto llegó a su lado y él dejó que el frió líquido se deslizara por su garganta con gusto.

Ana apareció en aquel instante.

- ¡Eh, vosotros! Esto no es un funeral. Alfred agradeció la interrupción. Aprovechó la acelerada e incomprensible charla de Ana para observar a Amaia y tratar de averiguar qué pasaba por dentro de ella. ¿La habría ofendido?

- Amaia se ha quedado sin su habitual trabajo de niñera de verano - el comentario de Ana captó de nuevo la atención de Alfred-. También se le ha marchado el inquilino que tiene en casa - se volvió hacia Amaia-. Y estoy segura de que te gastas todo el dinero que ahorras en tu hermano pequeño. Necesitas buscarte una nueva vida y un trabajo en condiciones. ¿Qué vas a hacer para ganar dinero hasta que vuelva a empezar el curso escolar?

Amaia se mostró humillada por la pregunta.

- Ya me las arreglaré.

- Le has pagado a Manu todo el semestre próximo, ¿verdad?

Alfred se preguntó si el hermano menor de Amaia estaría ya en la universidad.

- Ana...

- Estoy segura de que tu familia se aprovecha de todo el dinero que ganas.

- Ya está bien, Ana!!

¡Guau! Ésa debía de ser la voz que utilizaba para hacer callar a sus alumnos. Se la imaginaba perfectamente manteniendo el orden en la clase.

- Estoy segura de que Alfred preferirá hablarnos de sus estudios en lugar de oír todas estas sandeces. ¿Qué estás estudiando ahora? - Amaia sonrió tensamente.

El parpadeó y asumió el cambió de tema con rapidez.

- Ya he terminado los años de licenciatura general y ahora me quedan los de especialización. Quiero hacerme cirujano cardiovascular.

La sonrisa desapareció del rostro de Amaia.

-¿Qué ha pasado con tus planes de venir aqui a practicar como médico de cabecera?

- El cambio ha sido por mi padre.

-¿Por el ataque al corazón que sufrió? - dijo ella.

- Sin la intervención quirúrgica que le hicieron, no estaría vivo.

Ella lo observó unos segundos antes de añadir.

- Tu padre parece muy feliz con Katy. La vida de casado le sienta estupendamente.

-Sí, eso parece.

Después de cinco minutos en el rancho de Pamplona, Alfred se había sentido como un lobo solitario. Allí todos tenían esposas e hijos. Además, el rancho había pasado a manos de su hermano mayor, Luis.

Se había sentido como un extraño, pero las circunstancias lo obligaban a pasar allí el verano. Llevarse a Dani al diminuto apartamento con sus compañeros era impensable. Ninguno de ellos tolerarían a un bebé llorando en mitad de la noche.



Una proposición apasionadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora