-¡Sorpresa! -un grito grupal sobresaltó el ya frágil corazón de Amaia.
Su familia, la de Alfred, Ana, Chuck y algunos vecinos sonreían complacidos.
Amaia se llevó la mano al bajo vientre, sintiendo un repentino pinchazo. Mientras ellos estaban dentro, alguien había transformado la recepción en una fiesta de compromiso. ¡Aquello era una pesadilla! Había campanitas de papel colgando por todas partes, globos y una mesa con refrescos y comida.
Alfred se acercó a ella lo suficiente para poder susurrarle al oído:
-Sonríe.
-No deberías haber...
-Yo no he hecho nada. Esta es una sorpresa para mí también.
Uno a uno, todos los recién llegados fueron saludándolos, besándolos y dándoles la enhorabuena.
Los sobrinos de Alfred se acercaron.
-Tía Amaia, ya hemos encontrado los trajes perfectos para llevar las arras.
¿Tía Amaia? Ya daban por hecho que la boda era una realidad. Miranda sacó una página con la foto del vestido en cuestión. Se les iba a partir el corazón a las dos por la estupidez de una mala mentira.
-Es un traje precioso -su voz sonó quebrada.
-Mamá dice que si conseguimos un traje para Dani, podemos llevarlo con nosotros.
Amaia asintió con un movimiento mecánico y trató de relajar la mandíbula. Si seguía apretando los dientes acabaría partiéndoselos.
Alfred se encargó de despedir a los niños, sin que ello evitara que el resto de familiares y amigos siguiera acercándose.
Cuando su amiga Ana llegó ante ella con una amplia y estúpida sonrisa en su rostro, Amaia sintió ganas de gritar su frustración. Había mentido y estaba pagando por ello.
No podía permitir que aquello siguiera adelante. Estaba dispuesta a confesar antes de que la farsa consumiera el dinero y las emociones de todos sus allegados.
-Ana, Alfred y yo nos hemos apresurado un poco en esta decisión...
-¿Apresurado? -la interrumpió Ana con una carcajada-. ¿Estás de broma? Pero si has estado enamorada de Alfred desde el instituto.
Amaia sintió un repentino mareo y se ruborizó, humillada por la espontánea declaración de Ana.
Alfred se rió al son de los demás, pero su carcajada sonó forzada. Podía notar sus ojos sobre ella, pero no se atrevía mirarlo.
Trató de encontrar una respuesta que inteligentemente desmintiera la afirmación de su amiga, pero ésta continuó con sus impertinentes comentarios, sin darle tregua.
-Así que, ¿por qué no os casáis este mismo verano en lugar de esperar al invierno? Sé que los dos estáis ansiosos por celebrar vuestro amor -Ana alzó las cejas y guiñó un ojo.
A Amaia se le puso el estómago en la garganta.
-No creo que sea buena idea. Alfred y yo necesitamos tiempo para conocernos un poco más y estar seguros de que la relación va a funcionar.
Ana se inclinó sobre ella con un gesto cómplice.
-Créeme, si el calor que hacía el otro día en vuestra cocina es indicativo de algo, te aseguro que va a funcionar.
A Amaia le temblaron los labios. ¿Qué podía responder? Nada.
Ven a cortar el pastel, hija -dijo la madre de Amaia.
Feliz de poder escapar al acoso de Ana, se dirigió hacia la mesa. Su hermana agarró a Dani y Alfred fue empujado a compartir el cuchillo que Amaia ya tenía en la mano.
Juntos, posaron tensamente para los flashes, de todas las cámaras allí congregadas.
Una vez dado el primer corte, Amaia trató de escabullirse para poder estar un rato a solas, pero Alfred la acorraló en una esquina.
-Amaia, sobre lo que ha dicho Ana...
Se sintió aún más humillada si cabía.
-Me gustabas cuando estábamos en el instituto, pero eso es todo.
Alfred pareció relajarse.
-No lo sabía.
-Me di cuenta de ello el día del baile -dijo ella, atreviéndose a mirarlo a los ojos y sorprendiéndose de su expresión de compresión.
-Podrías explicarme qué fue lo que pasó en aquel famoso baile. Estabas tan contenta y, de pronto, cambiaste de actitud.
Ella recordaba perfectamente lo sucedido aquel día. Desde el interior del servicio de chicas, había oído los comentarios de los amigos de Alfred que se congregaban fuera. Hablaban de lo necio que resultaba que Alfred fingiera estar divirtiéndose con una chica como ella. Más tarde su hermano había admitido haber convencido a Alfred para que acompañara a su solitaria hermana.
Ella se tragó el nudo que tenía en la garganta antes de hablar.
-Me molestó mucho descubrir que habías salido conmigo por pena.
-¿Por pena?
-Me pediste que fuera contigo sólo porque nadie más quería hacerlo.
-¡Eso no es cierto! Estaba muy agradecido por todo lo que habías hecho por mí y me ofrecí a llevarte.
Ella necesitaba desesperadamente creerlo, así que no cuestionó sus palabras.
El tomó su rostro entre las manos.
-Te echo de menos —le dijo.
-Yo también -respondió ella.
-¿Podríamos cenar juntos?
-No... bueno, sí... no sé -ella negó con la cabeza y se llevó las manos a la sien-. No he cambiado de opinión respecto a lo que te dije hace unos días. No puedo mantener una mentira sólo para...
-Una cena, Amaia, eso es todo lo que te pido -le dijo, y la besó suavemente en los labios-. Tenemos que tramar un plan para salir de este enredo.
-De acuerdo. Cenaremos, pero nada más.
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