Capitulo 22

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Una suave brisa agitó el vestido de Amaia y marcó las insinuantes curvas de su cuerpo. Alfred sintió un repentino calor. Pero aquél no era ni el lugar ni el momento de dar rienda su deseo.

Volvió a mirar el agua.

-Aquí jamás lograré ser nada más que el pequeño de los García. No quiero vivir bajo la sombra de mis hermanos. Ya tuve bastante con la tutela y constante vigilancia de David, Luis y Roi, como para soportar la atenta mirada de toda la comunidad.

El viento jugueteó con los mechones de Amaia,  hasta que ella detuvo su vuelo errático con la mano.

-Sin duda la gente de por aquí es bastante entrometida, pero también te da su apoyo cuando lo necesitas. Somos como una familia.

-Yo ya tengo una familia.

Ella se aproximó a él y le puso la mano sobre el hombro.

-No, tú te has alejado demasiado de los tuyos, Alfred. Sólo has estado aquí tres veces desde que tu padre sufrió el ataque al corazón. Me resultaba realmente doloroso verte durante la fiesta de cumpleaños y lo mismo me ha ocurrido hoy en la parroquia. Te quedas al margen y observas, como si fueras un extraño.

Aquél fue un golpe directo y a Alfred le dolió. Se tensó y Dani comenzó a protestar. Amaia le tendió los brazos y el bebé se lanzó a ellos. Ella lo arrulló cariñosamente.

Alfred se metió las manos en los bolsillos.

-A Estela no le gustaba venir por aquí. Odiaba el rancho y no le agradaba mi familia.

-¿Por qué? Todos son estupendos y Luis ha convertido el rancho en un lugar maravilloso desde que lo adquirió.

-Estela tenía sueños de grandeza y los García no estaban a la altura. Aunque Luis sea millonario, pertenecemos a la clase obrera.

-Era una esnob.

Nunca lo había visto desde ese punto de vista, pero probablemente Amaia tuviera razón.

-Había nacido pobre y le obsesionaba no seguir siéndolo.

-Yo también nací pobre, pero no por ello quiero darle la espalda a los desfavorecidos. Yo no me avergüenzo de mi origen, Alfred. Estoy orgullosa de lo lejos que he llegado aun teniendo todo en mi contra -ella enroscó los dedos en torno a su mano-. Tú también deberías estarlo.

Él la estudió detenidamente. Amaia se había hecho más fuerte y segura con los años. La admiraba y la respetaba.

Ella lo miró pensativa.

-Si no le gustaba lo que eres, ¿por qué te eligió?

Buena pregunta. Se la había hecho en más de una ocasión.

-No sé la respuesta. Ni siquiera sé por qué me dejó.

-Te inquieta todavía no saberlo, ¿verdad?

Amaia lo conocía demasiado bien.

-Si no sé qué hice mal, no podré evitar volver a hacerlo.

-Quizás tú no hiciste nada mal. Tal vez fuera ella.

La respuesta lo sorprendió. La agarró de la cintura y le besó la sien.

-Siempre fuiste la mejor para mí, Amaia. Ahora, vayámonos a casa y aprovechemos el tiempo que nos queda para nosotros.

Amaia abrió la puerta el lunes por la noche antes incluso de que él pudiera llegar al porche.

-¡Tenemos que hacer algo!

Su tono exasperado y su tez pálida le indicaba que había tenido un mal día, tal vez incluso peor que el que Alfred había pasado en la clínica.

Sintió una inmediata y urgente necesidad de tomarla en sus brazos y reconfortarla. Pero se contuvo. Lo último que necesitaba era acabar enamorándose de ella.

Le tendió los brazos a Dani y éste respondió lanzándose hacia su padre. Alfred apretó a su hijo con ternura y miró a Amaia por encima de su suave mata de pelo.

-¿Qué ocurre?

Amaia cerró la puerta y comenzó a pasear de un lado a otro.

-Tu cuñada ha venido hoy a casa. Se ha traído a tus sobrinos y ha venido cargada de revistas de novias.

El parpadeó confuso. Luis también había aparecido por la consulta y había insistido en que fueran a comer algo juntos. El tema principal durante el almuerzo había sido la boda. Su hermano, no sólo se había ofrecido a ayudarlo a elegir el anillo adecuado, sino también a costear los gastos del susodicho anillo y la flamante boda.

-Los niños me han pedido llevar las arras. Ya me parecía complicado decepcionar a los adultos, pero hacérselo a los niños... -ella se detuvo en seco-. No puedo seguir con esta farsa. No puedo engañar a todo el mundo que quiero sólo para poder acostarme contigo. Quiero volver a ser tu niñera y tu casera sin más -dijo ella con determinación.

Él se quedó desconcertado.

-Pero eso es como cerrar el establo después de que todos los caballos se hayan escapado.

-Me da igual. Me siento como una hipócrita.

Estoy pidiendo a la junta escolar que confíe en mí para obtener el puesto más importante y estoy mintiendo terriblemente al mismo tiempo. No puedo seguir así -repitió ella con la voz temblorosa.

-¿Crees de verdad que podemos poner fin a lo que hay entre nosotros así, sin más?

-Tenemos que hacerlo. Me ocuparé de Dani mientras tú estés trabajando, pero el resto del tiempo tenemos que mantener las distancias. Sólo nos dejaremos ver juntos en público para mantener la mentira que hemos creado hasta que encontremos el modo de salir de ella.

A Alfred le pesaba perder el calor de Amaia en su cama, pero su determinación de poner un muro entre ellos era aún más dolorosa. Contaba con la amistad de Amaia para poder acomodarse a su nueva situación, necesitaba su punto de vista sobre las cosas. El se aproximó a ella con intención de tocarla, pero ella se apartó.

-Me siento mal, Alfred. Necesito recuperar mi dignidad y mis principios.

Su susurro desesperado le provocó un nudo en la garganta y se tensó.

Dani se removió en sus brazos y él lo dejó en el suelo.

-Tiene que haber alguna alternativa.

-A veces no se pueden solucionar las cosas como quisiéramos. ¿Has hablado con el doctor Finney?

Aquélla había sido otra dificultad añadida a un día de por sí difícil.

-Le he dicho que estaba considerando la idea de quedarme, pero que no estaría cómodo ejerciendo sin haber pasado al menos un par de años más de prácticas.

-Al menos eso evitará que ponga en venta todos sus terrenos de inmediato.

-Lo dices como si tuviera previsto jubilarse ya.

-Es lo que más desea. Si no lo ha dejado todo es porque no encuentra un sustituto adecuado capaz de comprometerse a vivir en una zona rural como ésta.

-¿Sabes si quiere vender las tierras que tiene junto al río?

-Eso tendrás que preguntárselo a él.

El, doctor Finney le había prometido que le vendería la tierra cuando acabara la carrera. Pero no podía obligarlo a que mantuviera su palabra si no pensaba quedarse en el condado. Sin embargo, la idea de que todo aquello pasara a otras manos le dolía demasiado.

Una proposición apasionadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora