-Sí, bueno, en realidad te preguntaba qué tal con tus pacientes.
El la miró con sorna antes de responder.
-Tengo las manos atadas. No puedo firmar ni dar un diagnóstico final hasta no tener el título. El doctor Finney tiene que supervisar cada decisión que tomo. También eso es realmente frustrante. Así que, en general, soy un hombre frustrado.
El le hizo un guiño y ella sintió un cosquilleo en el estómago.
De pronto, antes de que pudiera ni tan siquiera adivinar sus intenciones, Alfred le quitó la horquilla que sujetaba su pelo. Este cayó como una suave cascada de seda sobre sus hombros.
-Me gustas con el pelo así.
-Sí... bueno, ya... La verdad es que no pensaba dejármelo tan largo. Pero nunca tengo tiempo. Mi hermana dice que ella me lo arreglará algún día. Se ha hecho peluquera -se mordió el labio inferior y miró hacia la cocina—. Debería comprobar cómo va la cena.
-Me alegro de que no te lo hayas cortado. Es realmente sensual. Despierta la imaginación masculina.
Su sonrisa de depredador y el patente deseo de sus ojos hicieron que Amaia se quedara sin respiración. ¿Acaso había desatado alguna especie de fiera contenida en Alfred García? ¿Pensaría torturarla de aquel modo hasta que hicieran el amor? No se sentía capaz de soportar días de juego dialéctico.
-Yo... la pasta se va a pasar y la salsa se va a quemar -dijo ella, consciente de que no era la cena lo único que hervía en aquel momento.
Sin decir más, se dirigió hacia la cocina tan rápido como pudo.
Alfred sonrió divertido con su veloz retirada. Le encantaba ver el rubor de su rostro, el modo en que se le dilataban las pupilas y la respiración se le aceleraba. Durante su huida, disfrutó de la hermosísima vista de sus glúteos juguetones.
Respiró profundamente y se pasó la mano por el pelo. Jamás se le habría ocurrido pensar que llegaría compartir semejante intimidad con Amaia .
Recordaba lo dura que había sido con él en los tiempos de instituto, empujándolo y forzándolo a ser cada vez mejor. Nunca había dado muestras de que estuviera interesada en una relación con él más allá de la de tutora y estudiante.
Cuando su hermano le había contado que no tenía pareja para ir al baile, él se había ofrecido voluntario. Siempre le había gustado Amaia, porque era la única persona que lo aceptaba tal y como era y no trataba de cambiarlo.
La fiesta había empezado muy bien. Primero habían cenado en un restaurante, no de lujo, pero mucho mejor que las respectivas cocinas de sus casas o las hamburgueserías en las qué habían quedado a estudiar en más de una ocasión. Pero, poco después de llegar a la fiesta del instituto, Amaia había salido del baño diciendo que le dolía la cabeza y quería regresar a su casa.
Al día siguiente había estado más fría que un iceberg con él. Algo había pasado en el baile y jamás había logrado averiguar qué había sido.
Después del instituto, habían tomado caminos distintos y durante años no habían tenido contacto alguno. Durante aquel tiempo habían cambiado. Ya no eran dos adolescentes inmaduros, sino dos adultos con sentido común. Iban a tener un idilio de verano y no habría cabida para decepciones ni problemas si lograban ser discretos.
Alfred se quitó la chaqueta y la corbata y la dejó sobre una silla. Luego atravesó la sala en dirección a la zona infantil que Amaia había preparado y de la que Dani parecía estar disfrutando. Se sentó al lado del pequeño.
-Yo creo que le caemos bien -le dijo Alfred a su hijo, y miró los muñecos que el pequeño apretaba contra su cuerpo-. Vamos a tener que cuidar bien todos estos juguetes. Es lo único que te quedará de tu madre. Lo empaquetaré todo y lo guardaré. Así, cuando seas mayor, tendrás algo importante de ella.
Amaia carraspeó para hacer notar su presencia.
-La cena ya está lista.
Alfred se levantó con el niño en brazos y lo alzó por los aires. El pequeño emitió algo parecido a una carcajada. Alfred se quedó paralizado.
-¿Has oído eso? Vamos progresando. Puede que al final lo consiga. - Amaia lo miró con una sonrisa.
-Lo conseguirás. Puedes conseguir lo que te propongas.
-No pude evitar que mi madre me abandonara -dijo él.
Inmediatamente, se preguntó de dónde había venido ese comentario. La muerte de Estela parecía estar despertando todo tipo de fantasmas.
Pero lo último que necesitaba era arruinar la noche con el negro recuerdo de un pasado que jamás podría cambiar, y con el tortuoso pensamiento de que había sido abandonado por las dos únicas mujeres a las que había amado de verdad.
-Alfred, tú tenías dos años.
-Sí, pero... tengo la sensación de que nos abandonó porque no me podía soportar a mí.
Ella se aproximó a él y le puso la mano en el hombro.
-Deberías hablar con tu padre y preguntarle.
-El dice que nos abandonó por su culpa.
-Eso mismo dice Ana -confirmó Amaia. Una carcajada carente de humor se escapó de su garganta.
-Vaya, la informadora oficial de la ciudad.
Ella hizo una mueca.
-No era un matrimonio feliz y eso lo sabían todos -se encaminó de nuevo hacia la cocina.
Alfred la siguió y puso a Dani en la sillita. Luego se sentó.
Ella se aproximó y le puso el plato de comida delante. El aroma a mantequilla y ajo despertó sus sentidos, pero más aún lo hizo el roce de su pelo.
-Me alegro de que guardaras algunas de las cosas de Estela para Dani.
Alfred se encogió de hombros y trató de pensar en algo que no fuera hundir los dedos en su cabello.
-Se lo ha dejado todo a él. Los vestidos de Estela los doné a una asociación de ayuda a los pobres, pero el resto sentí que era necesario que Dani lo conservara -dijo Alfred.
Él levantó el tenedor dispuesta a hundirlo en el delicioso plato, pero lo bajó antes de empezar. Su hambre no era de comida y para lo demás tendría que esperar
-El doctor Finney me ha dado los horarios que tengo para la próxima semana. Con el virus que ronda tengo ocupada la jornada completa todos los días. No sé cuándo podré ir a Lomas Altas. ¿Podrías tú comprar los condones?
Ella lo miró con los ojos muy abiertos.
-Bueno... sí, claro... -respondió ella como si le hubiera pedido que corriera desnuda por la avenida principal.
-¿Alguna vez has comprado condones?
-No -respondió ella.
-Bueno, no te preocupes, cambiaré mis horarios.
-No, no. Me las arreglaré. Soy una mujer adulta capaz de ocuparme de un asunto como ése-respiró profundamente y exhaló el aire- Dani y yo iremos de compras mañana mismo.
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En un ratito dejare una sorpresa, espero que os guste.