Sentada en la mecedora del porche de Amy, Amaia acunaba al pequeño Dani mientras le daba el biberón. Las risas y voces de su familia llenaban la cálida noche. Así era la vida que ella siempre había imaginado.
Su madre se sentó en la mecedora que había a su lado.
-¿Necesitas hablar?
No sabía qué sexto sentido informaba a su madre, pero javiera siempre había sido capaz de captar los sentimientos de sus hijos sin necesidad de que dijeran nada.
Amaia se tragó el nudo que le apretaba la garganta.
-Alfred se marcha.
Su madre le posó la mano sobre el brazo.
-Lo siento.
-Yo también.
-Podrías irte con él.
-No. Me necesitáis aquí.
-Amaia, me partirá el corazón verte marchar al otro extremo del país, pero me hará mucho más daño que te quedes sufriendo aquí. Nos las hemos arreglado sin tu ayuda económica antes, lo sabes. Podemos volver a hacerlo. A veces es necesario pensar en uno mismo.
-Sé que debo quedarme aquí. No quiero que tengas que volver a trabajar. Tus rodillas no aguantarían que tuvieras que estar de pie todo el día en la cafetería. Además, si Sherri puede volver a la universidad, tendrás que ocuparte de sus niños.
Su madre miró a sus hijos y nietos.
-Estoy orgullosa de todos vosotros. Empezamos con muy poco, pero todos os habéis ido construyendo una vida mejor —la mujer hizo una breve pausa y, mirando a su hija llena de amor, volvió al tema de Alfred-. Cariño, lo dejaste escapar la primera vez porque no tuviste más remedio. Pero ahora puedes elegir.
-Mamá, adoro mi trabajo y este pueblo. La comunidad entera me ha ayudado a llegar a donde estoy y quiero devolver ese favor con mi trabajo.
Su madre le tomó la mano.
-La generosidad es algo maravilloso. Pero asegúrate de que no te cueste más de lo que debas dar.
Alfred levantó la vista y vio que los hermanos Romero acababan de aparcar y descendían de sus vehículos.
Ya se había imaginado que irían a darle una paliza en cuanto se enteraran de que iba a abandonar a su hermana. Probablemente, se dejaría.
-Hola -dijo Javier-. Amaia nos ha dicho que quizás necesites ayuda.
Bueno, debía haberles contado que volvería a por ella.
-Sí, por qué no.
Durante una hora los cinco bajaron cajas desde el apartamento de Alfred y cargaron el trailer que había alquilado para el traslado.
-Gracias. Lo único que queda ya es la cuna de Dani, pero preferiría que se despertara solo.
Alfred se aproximó a él y le estrechó la mano.
-Siento mucho que la cosa no haya llegado a funcionar entre mi hermana y tú.
Sabían la verdad y, aún a pesar de todo, habían ido a ayudarlo. Los Romero eran gente generosa incluso con quien no lo merecía.
-Yo también lo siento.
Sí, lo sentía de verdad... porque la amaba. Amaba a Amaia Romero. El reconocimiento de sus sentimientos por ella iluminó su cabeza como una bengala. ¿Cómo no se había dado cuenta antes?
Su relación con Estela no había sido sino un vano intento de reemplazar a Amaia. Buscaba en ella a la mujer que lo apoyaba y lo ayudaba a seguir hacia delante. Pero lo que había sentido por Estela no era nada parecido a lo que sentía por Amaia. La amaba, la necesitaba y la deseaba.
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