Capitulo 20

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-¿Estás de broma? -dijo Alfred mientras se incorporaba.

Ella buscó la bata y se la puso.

-Voy a la iglesia todos los domingos y, después de tu anuncio de ayer, si no aparezco, todo el mundo sabrá lo que estamos haciendo.

-¡No he estado en la iglesia desde la boda de Roi!

-Tú no tienes por qué ir.

-Pero tú quieres que vaya, ¿verdad?

Ella se quedó dudando unos segundos, como si no se atreviera a contestar. Luego suspiró.

-Me resultaría más fácil que tener que explicar por qué no has ido.

El apartó las sábanas y se levantó. Ella no pudo evitar un pequeño jadeo al ver su impresionante desnudez. A él le satisfizo su expresión complacida.

-Espero que no hagan referencia a nosotros.

-Nunca se sabe -dijo Amaia-. Ni Ana ni Chuck se caracterizan por su discreción.

-¿Significa eso que todo el mundo nos va a tener bajo el microscopio?

-Me temo que sí.

¿Por qué demonios se había metido en aquel lío? ¿En qué había estado pensando para inventarse una historia como aquélla?

El problema era, precisamente, que no había estado pensando en nada. Sólo ver el gesto de Amaia había sido suficiente para salir en su ayuda.

Amaia siempre se había mostrado extremadamente generosa con él. Le había dado lo que había necesitado sin pedir nada a cambio. Por eso, le había brindado la primera solución que le había venido a la mente, olvidando la realidad de vivir en una comunidad como aquélla. Sus buenas intenciones se habían convertido en una bomba de relojería que iba a acabar por estallarle en la cara.

Al menos, todavía le quedaba la amistad de ella. Juntos podrían enfrentarse al temporal.

-¿Una ducha juntos?

Ella le lanzó una de esas miradas suyas de profesora. Los dos sabían que si se duchaban juntos no llegarían a la iglesia.

-Mejor no.

-Aguafiestas —bromeó él.

Pero, en lugar de responder jocosamente, ella se mordió el labio inferior con preocupación.

-Alfred, mis padres estarán en la iglesia y puede que parte de tu familia también. Deberíamos haberlos llamado anoche.

¡Aquello se ponía cada vez peor!

-Quería poder elaborar un poco mejor la historia antes de contársela.

-No hay modo de que encuentres la mentira perfecta.

-Es cierto -dijo él. Pero cuando llegara el momento de marcharse de nuevo a Valencia, tendría que encontrar el modo de llevarse él la culpa. Sin embargo, si quedaba como un desaprensivo, su familia sería la que sufriría la furia de la habladurías.

Dani anunció desde la otra habitación que ya estaba despierto.

-Si nos turnamos para la ducha, podremos llegar a la iglesia a tiempo.

-No tienes por qué...

El posó su dedo sobre los labios de ella.

-Estamos juntos en esto, Amaia. Pase lo que pase, estaré ahí para apoyarte. Ahora, vete a la ducha.

Amaia, Alfred y Dani llegaron cuando el oficio religioso ya había dado comienzo.

En el instante en que habían atravesado el vano de la puerta, todas las cabezas de la congregación se habían vuelto a mirarlos. Cualquier esperanza de que Ana hubiera sido por una vez discreta se había desvanecido.

En cuanto se sentaron, Alfred tomó la mano de Amaia y se la puso sobre la rodilla. Ella no sabía si era una verdadera señal de apoyo o parte de la farsa, pero daba igual. Agradeció el acogedor calor de su palma.

Amaia fingió un falso interés en el programa de la ceremonia que sujetaba con dedos temblorosos.

Sus padres estaban en la tercera fila, como siempre. El padre de Alfred y su esposa estaban al otro extremo de la iglesia.

Debería haberlos llamado la noche anterior para explicarles la situación. Pero, había esperado que la mañana le brindara espontáneamente una nueva solución. No había sido así.

Convertirse en la amante de Alfred había sido un craso error. Había querido olvidar su enamoramiento pasado durante mucho tiempo. Pero, lejos de lograrlo, se había puesto a sí misma en una situación que acabaría siendo dolorosa.

Su sentido común le dictaba que una rápida retirada sería lo más lógico. Debería decirle que sólo quería ser su casera y su niñera.

Otra gran mentira añadida a una gran mentira. Demasiada falsedad.

La congregación se levantó para cantar y Alfred tomó a Amaia por la cintura.

Sorprendida, ella lo miró. La mirada de él se posó sobre sus labios y la comprensión que había en sus ojos se convirtió en algo cálido, sensual y muy poco apropiado para un santuario. Él apretó su abrazo y  ella se ruborizó.

«Por favor, Señor, no dejes que éste sea el peor error de mi vida», rogó Amaia en silencio.

El oficio se le hizo eterno, siempre en espera de alguna inadecuada alusión a ellos que, por suerte, no se dio.

Finalmente el pastor concluyó la misa y salieron de la iglesia.

Hacía un calor pegajoso y el intenso olor a rosas del jardín de la iglesia embriagaba los sentidos.

Alfred la llevo bajo la sombra de un pacano.

-Supongo que ahora no podemos salir corriendo, ¿verdad?

-No. Tenemos que hablar con nuestras familias y enfrentarnos a todo el mundo.

La mayor parte de los feligreses se encaminaron a la parroquia a tomar los refrescos que habían preparado para apaciguar el rigor del cálido mediodía.

El padre de Alfred y su esposa salieron de la iglesia.

Amaia se tensó al ver a su madre encaminarse hacia ella.

Los García seguían a los Romero y las dos parejas se detuvieron ante ellos con gestos expectantes.

El padre de Amaia miró a Alfred.

-¿Hay algo que tengas que decirme, hijo?

 Los dedos de Alfred apretaron la mano de Amaia.

-Le he pedido a su hija que se case conmigo y ella ha aceptado.

La madre de Amaia se lanzó a abrazar a su hija y los ojos se le llenaron de lágrimas.

-¡Sabías lo que querías y lo has conseguido! Has sido siempre la más tenaz.

Amaia se alarmó y ruborizó todo en uno. ¡Su madre siempre había sabido de su interés por Alfred! Pero, a pesar del tiempo que había pasado desde el instituto, no quería verse humillada por la exhibición pública de su secreto.

-Mamá...

-¿Ya habéis fijado una fecha?

Amaia miró a Alfred, con la esperanza de que él tuviera una respuesta.

El posó el brazo sobre sus hombros con aparente serenidad.

-Algún día del mes de diciembre -dijo él. Para entonces ya haría muchos meses que se habría marchado.

-¿Eso significa que te quedarás aquí? -preguntó Alfredo García en un tono esperanzado. Alfred se tensó.

-Sólo si Amaia consigue su trabajo como directora de instituto.

-Lo conseguirá. No hay nadie más preparado que ella -dijo la madre de Amaia-. En cuanto a la boda, deberíamos empezar los preparativos cuanto antes. Se tarda meses en organizaría. ¿Verdad, Katy? -Javiera Romero se volvió hacia la esposa de Alfredo.

-Mamá...

 Katy intervino.

-Tendréis que reservar la iglesia y el lugar para el banquete. ¿Y el anillo de compromiso? ¿Ya lo tienes?

-No hemos tenido tiempo...

Una proposición apasionadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora