Prólogo

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HADES

Nunca he sido de esas personas que les gusta escuchar conversaciones ajenas, pero he me aquí, esperando el momento indicado para entrar al vestidor de las chicas y partirle la cara al imbécil que amenaza a la pequeña Jefferson.

Hace unos momentos, el bastardo dijo algo que me dejó muy impactado. Nunca habría imaginado que Katherine fue víctima de acoso sexual.

—Mira Gatita, tú eres mía y solo mía. Aún recuerdo tus súplicas, tus jadeos, pidiéndome que pare, pero eso... —hace una pausa y cierra los ojos como recordando ese entonces— Eso solo ayudaba a incrementar mi deseo por ti. Si vas a la policía y cuentas algo sobre lo que pasó, te juro que...

No lo dejo terminar la oración, cuando mi puño conecta contra su mandíbula. Le propino un par de golpes más, en el abdomen y su cara. No puedo creer que alguien tan enfermo esté fuera de las rejas.

Mis dedos duelen de tan fuerte que tengo apretados mis puños, la rabia que tengo contenida en estos momentos es ingente, tanto que sería capaz de robarle su vida a golpes, el simple pensamiento hace que mi respiración se vuelve a agitar.

No puedo permitir que eso surja... al menos no ahora.

—¿Estás bien?— le pregunté a Katherine, la cual está hecha un ovillo en el piso de cerámica blanca. Totalmente desnuda. Asintió, con un leve movimiento de cabeza. Me quito mi chaqueta y el polo negro que traigo puesto, después de insistir muchas veces, ella accede a que la ayude a ponérselo. 

Mi rabia de hace aún mayor al notar su espalda llena de cicatrices y estrías. Ese maldito infeliz fue capaz de marcarla.

Marcas que espero no estén siempre incrustadas en su piel, porque haré pagar por cada cicatriz a ese degenerado. Al ver su espalda me hace preguntarme: ¿Qué te hizo, pequeña Jefferson?

—Y, ahora, ¿dónde está el bastardo? —Al girar sobre mis talones, no lo encuentro por ningún lado.

 Se fue, el muy imbécil, se fue.

Por suerte para Katherine, ya todos en el colegio se han ido a sus casas, me pregunto dónde está su hermana, no puedo creer que se haya marchado a casa dejando a su hermana sola aquí.

Veo a Katherine temblar, y me acerco a ella, instintivamente retrocede dos pasos. Entiendo por qué lo hace, esta asustada y cree que cualquier persona del sexo masculino que se acerque a ella, lo hará para hacerle daño.

Lo cierto es que, esas no son mis intenciones. Solo quiero abrazarla para hacerle saber que no está sola.

Ni siquiera sé por qué siento la necesidad de abrazarla.

Me acerco a ella a paso lento y dudoso, cuando estoy lo suficientemente cerca y con sumo cuidado de no asustarla más envuelvo mis brazos a su alrededor.

Percibo como su cuerpo se tensa bajo mi toque, pero luego de unos segundos, siento sus pequeños brazos rodear tímidamente mi cadera, recargo mi mentón sobre su cabeza, pues Katherine es bastante baja de estatura, lo cual por mucho que me sorprende, hace a este pequeño abrazo perfecto.

Nuestros cuerpos encajan a la perfección.

—Tranquila, estoy seguro de que, no hay nadie en el colegio. Nadie te verá así.

Cuando las palabras dejan mis labios, la siento apretar su agarre en mi cadera desnuda y, pequeños sollozos escapan de sus labios, luego siento mi pecho húmedo, y no hay que ser adivino para saber que está llorando.

—G-graci-ias.

—No tienes por qué agradecer.

Suelta unos quejidos y siento como algo dentro de mí se comprime.

—Agradecería... que... no... le... co-comentes... con... nadie— habló entre pequeños sollozos e hipidos— Por fa-favor.

No contesté y me deshice del abrazo, para luego ayudarla a salir del vestidor. Camino por los pasillos hasta llegar al vestidor de los chicos y, camino un par de pasos hasta mi casillero, tomo de él, la camisa de repuesto que siempre está en mi bolsa del gimnasio.

Le pedí a Katherine esperarme fuera. Al salir la encontré llorando otra vez, no debí dejarla sola.

—¡Oh, pequeña!— dije para luego acercarme a ella, tomo su rostro entre mis manos y hago que enfoque su vista en mis ojos, para luego susurrar, —: lo haré pagar por lo que te hizo, ¿si? Confía en mí, ese cobarde no volverá a tocarte, te lo aseguro.

Ella rompe a llorar, otra vez y yo solo puedo consolarla. La abrazo y esta vez, no se resiste, deja que la reconforte, con una de mis manos rodeo sus hombros y con la otra acaricio su largo cabello. Verticalmente ubica sus manos en mi espalda casi sosteniéndose de mis hombros, dejo que llore todo lo que quiera contra mi pecho. Le doy esa tranquilidad y confort que necesita en estos momentos, dejo que se apoye en mí y se desahogue.

Luego de llevarla a su casa, me doy cuenta de que se quedó con mi chaqueta y polo.

Y pienso que esa sería una excusa para hablarle... otra vez.

HadesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora