16.

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Procuré evitar a mi hermano en toda la mañana. Mi madre tenía ojeras de nuevo, lo que venía a significar que toda la escenita que habíamos montado anoche la había dejado sin poder pegar ojo; se aferraba a su taza de café con fuerza y tenía los labios fruncidos. Su aspecto no auguraba nada bueno, me dije mientras entraba en la cocina.

Escogí una de las sillas que estaban más cerca de la salida mientras me servía un ligero desayuno. Esperaba no vomitarlo.

Estaba centrado en mi pobre bol de cereales cuando la voz de mi madre me interrumpió:

-Tu hermano no está aquí –informó, con voz tensa-. Se ha marchado ya al instituto.

Vaya, al final iba a resultar que Carin había pensado en lo mismo que yo… y me había dejado en tierra. Él contaba con el BMW para poder ir al instituto, yo no.

Miré de refilón a mi madre. No, ella necesitaba su coche para poder llegar al trabajo y me negaba a que me llevara al instituto para que Carin pudiera usarlo a su favor.

Tendría que buscar otro modo de ir al instituto.

Subí a mi habitación de nuevo y cogí mi móvil, esperando que mi única idea funcionara. Si no, estaba perdido.

Tamborileé los dedos sobre el teléfono mientras escuchaba las señales, sin que nadie respondiera. Al décimo timbrazo, cuando casi había perdido la esperanza de que alguien lo cogiera, escuché la voz de Lay al otro lado del teléfono.

-Por fin das señales de vida, tío –me saludó mi mejor amigo, un poco dolido-. No, espera… No me lo digas. Es por algo, seguro.

Si no supiera con certeza que pertenecíamos a familias diferentes, habría jurado que Lay y yo hubiéramos podido ser hermanos. Ambos nos conocíamos tan bien que no necesitábamos mucho para adivinar lo que el otro necesitaba.

Esperaba que no estuviera muy enfadado conmigo por todo el tiempo que llevaba sin «dar señales de vida», como lo había definido Lay. Reconocía que llevaba mucho tiempo sin salir con la manada, y en especial con él, pero mi vida había dado un giro completo de ciento ochenta grados al conocer a Mina.

De repente, lo que había creído que era primordial en mi vida, había cambiado.

-Es Carin –le expliqué-. Hemos discutido y… ya sabes cómo es. Me ha dejado sin medios con los que poder llegar al instituto.

-Y quieres que le coja el coche a mi madre para que te recoja, ¿verdad? –concluyó Lay y pude intuir que estaba sonriendo, complacido.

Puse los ojos en blanco.

-Exacto.

-Entonces, señor Whitman, baja tu culo de inmediato a la entrada que ya voy para allá –y colgó.

El Hyundai de la señora Pryde estaba aparcado en la entrada de mi casa, con Lay en el asiento del conductor y hurgándose afanosamente la nariz mientras escuchaba un disco que, sin duda alguna, pertenecía a su madre. Rodeé el coche y me senté en el asiento del copiloto, dándole un ligero puñetazo en el hombro a modo de saludo. Él hizo una mueca y se retiró el dedo a toda prisa.

Me observó con una pícara sonrisa, pero sus ojos me mostraban un sentimiento muy distinto: Lay estaba dolido conmigo porque sospechaba que algo pasaba en mi vida y yo no le había hecho partícipe de ello.

-Chase Whitman –paladeó mi nombre-. Creo que tenemos que hablar de muchas cosas; creo que ha llegado el momento de que seamos sinceros el uno con el otro, ¿eh?

Sus palabras me dejaron desconcertado. Lay desvió la mirada, quitó el freno de mano y echó marcha atrás; no tenía ni idea de lo que realmente quería decirme mi mejor amigo aunque, en el fondo, sospechaba que todos mis intentos por ocultar mis novedosos sentimientos por otra persona que no era Lorie me habían dejado al descubierto. Mi hermano había sido testigo anoche, cuando sacó a colación el tema de Mina, y mi madre era a la única con la que había sido sincero al cien por cien.

Growl. (Saga Wolf #2.)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora