28.

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No quería creerme lo que acababa de ofrecerme. Adam me sonreía con malicia, disfrutando de cada segundo de mi sufrimiento y paladeando el compromiso en el que me había puesto; no podía estar pidiéndome que eligiera. Era como si me hubiera dicho que tendría que elegir vivir con uno de mis dos pulmones.

No podía hacerlo.

No podía elegir a uno para condenar al otro.

Tragué saliva, sin dejar de mirar un solo segundo a Adam. El lobo que llevaba en mi interior me estaba exigiendo que le arrancara la garganta, que lo matara y lograra sacarlos a ambos de allí. A salvo.

Oí a Mina removerse, haciendo sonar sus cadenas, intentando atraer mi atención. Pero no quería mirarla porque, de hacerlo, no iba a poder reprimir mucho más tiempo los instintos asesinos que me empujaban a asesinar con mis propias manos a ese maldito malnacido. Un segundo después, Lay se le unió.

El sonido de sus cadenas me pedían que mirara en su dirección, que tenían algo importante que decirme. Me obligué a no hacerlo.

Adam aún estaba esperando mi respuesta y yo no tenía ni idea aún de cómo hacerlo. sus ojos me observaban, impaciente.

No podía elegir.

-¡Es una trampa! –chilló Mina y su voz resonó por toda la nave-. ¡Intentan mataros, largaos de aquí!

La chica pelirroja que había estado al lado de Adam se le acercó y le cruzó la cara de un bofetón, provocando que se me escapara un rugido de frustración y rabia; Mina, por su parte, le propinó una fuerte patada y la pelirroja soltó un quejido, desplomándose al suelo, donde se ganó otra patada por cortesía de Mina.

Me sentí enormemente orgulloso de ella.

-¡A la mierda! –gritó Adam, desenvainando su espada y enseñando los dientes-. ¡Podemos con ellos, solamente son doce! Quiero sus cabezas.

Oí sus pasos antes de que Grace decidiera intervenir:

-¡Me temo que os fallan las matemáticas! –gritó a mis espaldas.

Los cazadores que acompañaban a Adam se quedaron mudos cuando vieron aparecer a Grace y su pequeño séquito; Adam, por su parte, se quedó mirándolos como si no creyera que fuera cierto. Noté que Grace se situaba a mi lado, pero no me atreví a mirarla. Adam era alguien peligroso y quería mantenerlo vigilado.

Las gemelas Fisher, en las que no había reparado hasta ahora, habían sacado sus armas, al igual que el resto de sus compañeros, y las mantenían a punto, dispuestos a usarlas a la más mínima orden.

Uno de ellos, un tanque humano que siempre había visto vigilando las espaldas de Adam y que en esos momentos llevaba unos impresionantes puños americanos hechos de plata, perdió la paciencia y se abalanzó sobre mi hermano, que logró esquivarlo. Aquella fue la señal que necesitábamos para ponernos en marcha: la manada y los cazadores ocuparon sus posiciones y todo estalló en un caos a mi alrededor. Los superábamos en número, sí, pero aquellos cazadores eran superiores. Conseguían parar nuestros golpes y esquivarlos con una facilidad asombrosa; uno de ellos, un chico escuálido y que no parecía tener apenas fuerza, se interpuso en mi camino. Iba armado hasta los dientes y las dagas que llevaba en ambas manos no parecían congeniar con su aspecto frágil; soltó un grito de guerra, que me sonó demasiado peliculero, y se abalanzó sobre mí con las dagas por delante. Lo esquivé por los pelos y lo sujeté por una de las muñecas; sabía lo que debía hacer, mi padre nos había instruido bien de niños y aquello no parecía ser muy diferente a las disputas que a veces teníamos entre nosotros.

Me recordé que no tenía otra opción y le machaqué la muñeca hasta que oí un escalofriante crujido y un grito de dolor por parte del chico, que dejó caer la daga. Le arrebaté la otra y se la hundí en la garganta; lo aparté de un empujón de mi camino y continué internándome hasta conseguir alcanzar mi objetivo: llegar hasta donde estaban Mina y Lay.

Growl. (Saga Wolf #2.)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora