24.

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Después de mi pérdida de control, Lay me obligó a que ocupara el asiento de copiloto y lo dejara a él conducir. La transformación me había dejado exhausto y el dolor sordo que sentía en el pecho no parecía querer remitir, así que no tuve ninguna objeción en obedecerlo. Lay husmeó en el maletero del coche hasta dar con una manta y me la lanzó al regazo.

-Cúbrete un poco, David de Miguel Ángel –intentó que sonara a broma, pero su rostro se mantuvo serio.

Me arrebujé en la manta y me encogí sobre mí mismo. Lay se puso al volante y encendió la calefacción al máximo; arrancó el coche y volvimos a la carretera. Cerré los ojos con fuerza y me lamenté de haberlo hecho de inmediato: detrás de mis párpados se repetía una y otra vez la imagen de Mina siendo besada por Kyle Monroe. Me había exigido a mí mismo el no pensar más en ella, en dejarla en paz… pero me era imposible. Estaba demasiado ligado emocionalmente a ella como para poder olvidarla de la noche a la mañana.

De igual manera me encontraba desconcertado por su nueva elección. Kyle Monroe. Otro cazador.

Su familia era respetada dentro del pueblo, pero todo el Consejo sabía que a Philip Monroe nosotros no éramos compañeros de su agrado; nos toleraba porque era su deber, sí, pero no compartía los mismos objetivos que sus compañeros. Había intentado entrar en el Consejo en calidad de miembro en innumerables ocasiones, pero nunca lo había logrado.

Esperaba, al menos, que su hijo no compartiera la misma brusquedad que tenía su padre. Esperaba que Mina estuviera en buenas manos.

Solté un respingo cuando Lay me dio un golpe amistoso en la espalda. Abrí los ojos y comprobé que habíamos llegado a nuestro barrio.

No estaba lejos de casa.

-Vamos, hombre, anima esa cara tan mustia –dijo Lay-. Todos hemos tenido el corazón roto alguna vez y, te puedo asegurar, que con el paso del tiempo acaba sanado. Mira, te puedo contar que yo estuve enamorado de la chica que venía a cuidarme cuando era pequeño y mis padres salían a cualquier sitio; recuerdo que tenía unas buenas tetas y que siempre me traía una bolsa de dulces…

-¿Cuánto tiempo durará? –lo interrumpí, con la vista clavada enfrente.

Lay giró la cabeza para observarme, perdido.

-¿Cuánto durará el qué? –inquirió-. Si te refieres a mi encaprichamiento, debo confesar que terminó cuando la vi en el sofá montándoselo con su novio, a quien había colado en mi casa.

-Me refiero a este dolor –especifiqué, llevándome una mano al pecho-. Duele demasiado.

La boca de Lay quedó ligeramente entreabierta. Sus ojos me estudiaron con atención, buscando una forma suave de decirme que todo aquello podría durar meses, quizá años, quizá nunca terminaría, hasta que consiguiera salir adelante.

Pero no quería seguir adelante.

Quería rendirme.

-No sabría decirte con exactitud, amigo –reconoció, rascándose el mentón-. Los licántropos sentimos más que los humanos; las emociones se magnifican en nuestro caso y más en lo relacionado con nuestras compañeras. Puede que ella esté destrozada por todo esto, pero lo tuyo es… es como si se hubiera duplicado.

»Te sientes vacío y solo por el rechazo de tu compañera. Quizá sea por eso por lo que te duele el pecho: por el sentimiento de pérdida.

Bajé la mirada a mi regazo.

-Nunca volveré a emparejarme –musité y soné como un niño pequeño al que hubieran quitado su posesión más valiosa-. Y mi hermano me obligará a estar con Lorie. Siempre con ella.

Growl. (Saga Wolf #2.)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora