Mi hermano cargó conmigo hasta mi cuarto. Mi madre nos seguía de cerca, con los ojos rojos de tanto llorar; el dolor me recorría de arriba abajo, impidiéndome caer en la suave y dulce promesa de la inconsciencia. Cada peldaño que ascendía mi hermano, con su consiguiente bamboleo, me hacía que apretara los dientes con fuerza para evitar soltar el alarido que pugnaba por escaparse de mi garganta.
Era una agonía.
Cuando Carin me dejó sobre mi cama no pude seguir conteniéndolo más; el sonido que brotó de mis labios fue una mezcla de suspiro de dolor y satisfacción por notar algo blando en el que apoyar mi maltratado cuerpo. Mis manos se crisparon en un puño y aplasté mi cabeza contra la almohada.
La cara de mi madre asomó tímidamente por encima del hombro de mi hermano, que me observaba cruzado de brazos.
-No se está curando –gimió mi madre-. ¿Por qué no se está curando?
-Su cuerpo no ha tenido tiempo suficiente –respondió mi hermano, sin apartar sus ojos de los míos. No parecía estar disfrutando con nada de aquello-. Ha hecho demasiados esfuerzos y, por ello, su poder de sanación está siendo afectada por ello. Pero tiene solución, por suerte.
-¡Haz algo! –le exigió mi madre, con voz dura-. Tú tienes parte de culpa de que se encuentre así.
De no haber estado en aquella situación, tanto física como anímicamente, me habría echado a reír de buena gana. Pero no sabía qué era peor: el dolor de cuerpo o la sensación de vacío tan lacerante que sentía en el corazón.
Mi hermano frunció los labios. Se estaba pensando si ayudarme o dejarme un tiempo en aquel estado tan deplorable. Realmente era retorcido como nuestro padre.
Enarcó una ceja ante mi gesto de sorpresa que puse al llevarse una muñeca a la boca. El olor a sangre impregnó toda la habitación y un hilillo empezó a correrle por la muñeca hasta colarse por dentro de la manga de su chaqueta.
Sabía lo que estaba haciendo. Mi padre me lo había enseñado de pequeño, cuando estaba seguro de sí mismo que yo tenía potencial (luego perdió el interés al ver el mío propio): la sangre de un licántropo tenía varios usos beneficiosos. Por un lado, ayudaba a reactivar la sanación en un sujeto que estuviera muy malherido o agotado, como era mi caso, y también podía curar. Aunque nunca nadie había probado a darle de beber a un moribundo humano sangre de licántropo.
De haberlo hecho, nos hubiéramos convertido en una cura milagrosa y habríamos acabado en cualquier laboratorio.
Carin inclinó su muñeca hacia mi boca y me obligó a beber de la pequeña herida que se había hecho. El sabor de la sangre llenó todas mis papilas gustativas y noté cómo el dolor iba desapareciendo poco a poco… hasta que Carin apartó de golpe su muñeca de mi boca.
Le dirigí una mirada interrogante. No todas mis heridas habían conseguido curarse, al menos no lo habían hecho las más graves. Pero había una gran mejoría y el dolor se había vuelto soportable.
-Quiero que el dolor que sientes, que es mucho menor que el que has sufrido, te recuerde quién eres y lo que has hecho –me advirtió-. Quiero que estés en deuda conmigo y seas quien quiero que seas. Se acabó ir por libre, de ahora en adelante te comportarás como siempre has debido hacerlo.
Lo había perdido todo. Esta idea no paraba de repetírseme en mi cabeza, como una cantinela; mi hermano había logrado vencer y estaba regodeándose de la victoria. Mientras que él pensaba que me estaba dando una segunda oportunidad, una salida incluso, pero a mí me parecía todo lo contrario: me sentía como si hubiera ingresado en una cárcel. O en el mismísimo infierno.
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Growl. (Saga Wolf #2.)
WerewolfMi nombre es Chase Whitman. Y sí, por desgracia, soy un licántropo. Vivo en un pueblecito perdido en Virgina llamado Blackstone; la gente no sabe que vive rodeado de licántropos y cazadores, familias de personas que se encargan de vigilar nuestro se...