Leonardo Hamato tenía una vida que muchos envidiarian, una bella esposa y dos hermosos mellizos, una buena posición económica, campeón invicto de karate y boxeo, su difunto padre dejo a su cargo el negocio familiar, para sus hermanos era un ejemplo...
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¿Puede un deseo volverse realidad?
La respuesta es si.
Leonardo deseó, con todo su corazón no haberla conocido. Sin pensar en las consecuencias de sus actos. Lo perdió todo, sin embargo trato de reparar los daños sin tener resultados.
No sabía qué pasaría.
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Las máquinas hacían un ruido algo molesto, el olor a medicina era fuerte. Abrió los ojos de golpe pero la luz era tan brillante que los volvió a cerrar, trato nuevamente hasta lograrlo, miro a todos lados y alzó una de sus manos. Tenía varios cables conectados la otra la sentía dormida.
Con las pocas fuerzas trato de sentarse en la cama, el dolor en todo el cuerpo se lo impidió.
Cayó en la cama lastimandose aún más. Lo último que recordaba era el grito de alguien y luego todo es confuso.
Miraba a todos lados, estaba completamente solo.
Sus ahora peores enemigos resultaban ser los recuerdos, su cabeza dolía, cerro los ojos tratando de olvidar. La puerta fue abierta pero no le importó se había resignado a llevar la vida que él mismo eligió.
- ¿Cómo está? - Rafael le preguntaba al doctor.
- va a estar bien, hay que esperar a que despierte - contesto él doctor.
Abrió lentamente los ojos.
- Rafa - susurro. Ambos se giraron a verlo, el doctor se acercó a él
- Leonardo, que bueno que ha despertado - comenzó a hacerle unas preguntas.
Poco después salió dejándolo solo con su hermano.
- nos diste un buen susto - Rafael parecía muy relajado
- ¿Que me pasó? - pregunto haciendo muecas de dolor
- un auto te arrollo, estuviste una semana inconciente -
- supe lo que pasó ese día, enserio estás loco - no quería recordar lo que había hecho sabía que le dolería igual o más. - le debes más que una disculpa..
Leonardo arrugó el rostro algo confundido, unos pasos apresurados se escucharon por el pasillo. Mickey, pensó.
Miro a la ventana hasta que la puerta fue abierta de golpe
- ¡PAPI! - Leonardo rápidamente giro su rostro al reconocer esas voces.
Ahí estában con una sonrisa enorme y dulce en sus rostros, vestidos con su uniforme del colegio.
