Prólogo

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Más allá de los límites, donde una tierra termina, comienza otra

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Más allá de los límites, donde una tierra termina, comienza otra. Un paso adelante y entras a un mundo diferente. Igual, pero distinto. Extensiones que no todos pueden ver.

Cuidado por donde pisas, puedes entrar a un terreno peligroso. O no. Quizás mágico. Quizás hostil.

En un rincón del mundo, en el reino de los reinos, unas puertas dobles y pesadas se cierran.

Once reyes ya están sentados. Doce reinos deben decidir. Uno queda fuera.

El alto mando toma asiento a la orden del rey supremo. La sesión ha comenzado.

Discuten el destino del poder. El poder del reino enemigo.

Deben esconderlo, ellos no pueden recuperarlo. Llegaron demasiado lejos.

La mesa redonda grita de ideas, ninguna convence al rey.

El rey supremo es astuto, no se deja llevar por soluciones fáciles, no pueden fallar. No hay espacio para riesgos.

Mira sus manos y escucha, analiza, aguarda.

Una idea hace que levante la cabeza, asaltando su atención. Su nieta, la recién nacida.

Niega rotundo.

Saltan los demás, apoyando la idea, insistiendo.

Sus sienes laten. Sabe que tienen razón. Sus puños se aprietan.

Sangre real, un alma pura, libre de malas intenciones, una heredera noble. Lo necesario para recibir y esconder el poder enemigo. Su alma guardaría la fuente.

Es el mejor plan.

Pero... una recién nacida. El rey duda. Ella es sangre de su sangre. El pecho le duele.

Su mano derecha, Jatar, le presiona el brazo, expresándole lo obvio.

Es la mejor decisión, la más certera, sin riesgos. Lo sabe.

Su garganta se aprieta. Disimula.

Esconder todo en ella, es la única candidata.

Al reino enemigo no le sería fácil, Atanea la mantendría a salvo.

Atanea. El reino de los reinos. Es deber de su rey anteponer la seguridad y el equilibrio antes que su propia vida.

La bebé de cabellos dorados recibirá la fuente. Vivirá escondida, inadvertida.

Tendrá que alejarlas.

No verá la energía sin desarrollarla. No habrán riesgos, no hasta que la encuentren. La sacarán antes de eso.

Un rey anciano con cabellos de fuego sofocados hace el gesto definitivo. El rey supremo confía en el reino más aliado.

Los otros reyes repiten el gesto. También están de acuerdo.

Es una votación al unísono.

El rey supremo asiente y el alto mando lo imita.

La decisión está tomada. Será ella.

Se levanta la sesión.

Heredera doradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora