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ATANEA

Primer libro

Capítulo 1:
El encuentro

Las gazanias me hicieron cosquillas en la palma cuando pasé tocándolas. Eran parte del antejardín de una casa antigua de la cual nunca había visto salir a nadie, pero sus flores eran preciosas. Las rozaba con la mano a propósito siempre que volvía a casa.

Caminé dos cuadras extras hacia el norte para ir a comprar y me maldije apenas entré en la tienda. Siempre me pasaba lo mismo; me pedían que pasara al almacén después de clases y se me olvidaba una de las cosas apenas entraba. Odiaba anotar el pedido y después me arrepentía de eso.

«Detergente, jamón, crema... ¿Qué más era? Eran cuatro». Mientras paseaba los ojos por los estantes intentando recordar, la sensación de que alguien me observaba me distrajo. Miré de lado a lado en el único pasillo de la tienda, pero no había nadie. Además del señor Carson ocupado en sus libros de contaduría en la caja, una sombra que pasó por fuera de la vitrina fue lo único que vi. Me giré hacia el estante contrario y sonreí, ahí estaban los huevos, esa era la cuarta cosa que necesitaba.

Le pagué al señor Carson, el anciano dueño del almacén, quien me respondió con su amable sonrisa, la misma que me dedicaba hace diecisiete años. Le deseé un buen día mientras empujaba la puerta, haciendo sonar la campanilla, pero algo interrumpió mi salida y choqué contra un cuerpo tibio. Lo primero que pensé fue que ojalá no se quebrara algún huevo.

Cuando alcé los ojos para pedir disculpas, descubrí que el sujeto era hombre y mucho más alto de lo que esperaba. Retiré mi mano de sus costillas en seguida.

―Perdón, yo... ―Me callé cuando sus labios formaron una media sonrisa que me inquietaba. Apenas podía verle la cara porque el gorro de la sudadera negra le tapaba medio rostro―. Eh, lo siento ―me apresuré a terminar y lo esquivé por la derecha, pero él corrió su cuerpo hacia el mismo lado. Me corrí hacia la izquierda y me bloqueó otra vez.

Aunque mi boca se secó, me negué a pensar que lo había hecho a propósito.

―Tú por aquí, yo por allá ―propuse, y me moví hacia la derecha intentando verle a los ojos. Lo único que pude distinguir bajo la sombra de su gorro fue un brillo medio verde o medio café.

Me estaba fijando en la forma en que su sonrisa torcida se acentuaba cuando decidí darme la vuelta e irme ya. Todo estaba siendo muy raro.

―Claire ―escuché en un susurro.

Mis pies se detuvieron y agarré mejor la bolsa. No lo conocía, ni siquiera lo había visto en el barrio, y él acababa de decir mi nombre. Lo miré por encima del hombro con vacilación, esperando a que dijera algo más.

El extraño se giró hacia mí y dio un paso. Iba a responderle, pero entonces se puso muy serio y su mirada de ojos pardos se tornó penetrante.

―Claire ―repitió un poco más alto y más ronco―. Eres tú. ―Ladeó levemente su rostro, el gorro dejó espacio y pude verlo mejor.

Su susurro espeluznante hizo que entrara en pánico; daba miedo y no conocía al tipo. Mi mente asustadiza imaginó que podría ser algún psicópata que me había estado espiando por meses y planeaba secuestrarme. Mamá siempre veía noticias así.

Cuando dio otro paso más y su expresión se volvió alerta a tal punto que me dio mala espina, di media vuelta y salí apresurada en dirección a casa. En la siguiente esquina eché un vistazo hacia atrás y capté que el psicópata venía media cuadra detrás de mí, en silencio. Eso fue todo; me puse a correr como si el diablo me persiguiera, con mi corazón saltándose varios latidos. Me daba miedo mirar hacia atrás y ver que si me seguía o no. Mi respiración era ahogada por la carrera de pánico y sentía que me iba a agarrar de los pies en cualquier segundo.

Heredera doradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora