La escapada al camerino

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Ámbar escuchó el sonido de varios objetos cayendo al suelo pero no le podría haber importado menos. Lo único que le importaba era la enloquecedora forma en que la lengua de Simón estaba acariciando la suya, como sus dientes tironeaban de su labio superior y cómo todo su fuerte cuerpo estaba presionado contra el de ella de pies a cabeza. Estaba sin aire y mareada de la mejor manera. No se quería detener nunca. 

Lo siguiente que supo fue que él la estaba levantando y sus piernas instintivamente se enrollaron alrededor de sus caderas, sin soltarlo aun después de que él la depositó sobre uno de los espejos del camerino. Al contrario, lo apretaron más cerca si es que eso era posible. 

La chaqueta de Simón había tocado el suelo el momento en que se habían encerrado dentro y ahora ella estaba explorando su espalda por debajo de su remera. Las manos de él estaban en todas partes: en su pelo, en su cintura, en la piel desnuda de sus muslos... dios, ella nunca había estado más contenta de usar shorts. Todo su cuerpo se sentía en llamas. Necesitaba más. 

Una mano especialmente aventurera había hecho su camino por dejado de su propia remera hasta uno de sus pechos. Ámbar gimió y arqueó su espalda, incitándolo a que la tocara más. Las descargas eléctricas que recorrían su cuerpo la tenían enterrando sus uñas en su espalda, haciéndolo gruñir y besarla con aún más ferocidad. El beso era salvaje y mojado, sus labios estaban hinchados y extremadamente sensibles por los constantes ataques del otro, sus lenguas se enredaban y desenredaban sin fin abrumándola con un deseo insostenible. Ámbar empezaba a pensar que hacerlo ahí mismo contra el espejo del camerino era una buenísima idea. 

Recién había empezado a sacarle la remera (y es que esconder esos pectorales era un crimen) cuando escucharon voces fuera de la habitación. 

"¿Por qué está la puerta con llave?"

"No sé. ¿Hay alguien ahí?"

Los golpes en la puerta finalmente los despertaron de su aturdimiento por calentura  y se separaron, sus ojos como platos. Ámbar saltó del espejó y fue a recoger la chaqueta de Simón del suelo mientras él reorganizaba los utensilios de maquillaje que estaban tirados por todo el suelo. 

Así que eso es lo que ella había escuchado...

No muy buena idea en retrospectiva, pero había sido excitante.  

Mientras tanto, las voces afuera parecían perplejas. 

"No parece que haya nadie. ¿Quizás se trabó por accidente?"

Gracias a dios por las paredes a prueba de sonido.

"¿Deberíamos buscar a alguien para que la abra?"

Oh no.

Ámbar ayudó a Simón a ordenar todo lo más rápido que pudo, dejando cada cosa como había estado antes. Algunas sombras de ojos se habían arruinado pero, qué más da, había valido la pena. 

Una vez estuvo todo en su lugar, ella se giró hacia él. 

"Andá, detenélos antes de que llamen a alguien. Yo me quedaré aquí por un rato y saldré cuando no hayan moros en la costa", le susurró. Los ojos de Simón se agrandaron. 

"¡¿Qué?! No mames, ¡anda tú!" Le gritó en susurro. 

"¡¿Por qué tengo que ir yo?!" Ahora los dos estaban gritando en susurro. ¿Qué bicho le había picado? ¿Qué más daba quién iba primero? Ámbar no entendía nada.

"¡Porque a diferencia de ti yo tengo un problema bien pinche visible!" Gritó él de vuelta, acomodándose los pantalones con una mano. Se veía incómo—

Oooh.

"Claro. Claro, sí, em... pero pará. Claramente estamos a esto de que nos descubran, ¿cómo es que no se te ha bajado todavía?" 

"¡NO VOY A DISCUTIR ANATOMÍA MASCULINA CONTIGO, SOLO ANDA!"

¿Acaso se había puesto rojo? Sí, definitivamente estaba rojo. Ay, que amor.  

"¡Okay, okay, ya voy!"

Ámbar arregló rápidamente su cabello y sus ropas en frente de unos de los espejos y se acercó a la puerta. Se detuvo justo antes de abrirla, sin embargo, girándose para mirar a Simón. El chico estaba destruido, su pelo y ropas por cualquier parte, luciendo tan usado que ella no pudo evitar acercarse para robar un beso más de sus labios ya hinchados. 

No sabía cuándo encontrarían la oportunidad para tener otra de sus escapadas así que lo besó tan fuerte como puso sin profundizarlo. Sabía que si sus lenguas se tocaban iban a terminar ahí por un largo tiempo más. Indiferente de eso, la simple pasión de su beso fue suficiente para arrancarle a Simón el aire de sus pulmones. El chico hizo un sonido entre un gruñido y un gemido en el fondo de su garganta. 

"¡No me ayudas!" Reclamó contra sus labios y ella no pudo evitar reír.

Finalmente, Ámbar se apartó y salió rápidamente por la puerta, cerrándola tras de sí. Simón escuchó un intercambio de palabras con las personas afuera. Qué clase de excusa podría haberse inventado Ámbar, no tenía la menor idea. Pronto la conversación se desvaneció, seguido por el sonido de pasos alejándose y el chico soltó un suspiro de alivio. 

Se tornó hacia un espejo, poniéndose su chaqueta de vuelta y arreglándose, todo a la vez que intentaba enfocar su mente en la imagen menos sexy que se le ocurrió. 

Tino en sunga, Tino en sunga, Tino en sunga...

Historias Cortas SimbarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora