XIV. ¿HACE CUÁNTO NO HUELES A MAR? Y DUELE MÁS.

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La playa Venice sin duda alguna era de mis favoritas. Era como trasladarse a otro universo en el cual todas las personas son expertas en surfear. Todas, menos yo.

-¿Estás lista para aprender a surfear?-. Se le notaba la emoción a Martín por encima de los codos.

-Para nada lista.

Reí con nervios al observar cómo varias personas montaban sus tablas como profesionales y yo estaba destinada al fracaso.

–Martín...-. Volteé a ver a los lados. -No creo que sea buena idea, puedo observarte desde acá-. Señalé la orilla del mar en donde habíamos colocado nuestras pertenencias.

-Vamos, Isabela, no puedes ser tan mala en el surf-. Trató de convencerse, sin saber que minutos después su pensamiento habría cambiado al darse cuenta de lo mala que era.

-No puedo-. Tiré la tabla a un lado, algo molesta.

-¡Hey! Tranquila, vamos paso a paso-. Intentó calmarme. –Ya sé, surfea conmigo-. Me invitó desde su tabla para que fuera a sentarme frente a él.

-Estás loco, ¿verdad?-. Reí pensando que estaba bromeando.

-No, no te rías. Estoy hablando en serio-. Sonrió y extendió su mano para tomar la mía y ayudarme a sentarme sobre la tabla con él. –Es sencillo, vamos a hacerlo juntos, ¿sí?

Ese sí lo preguntó con tanta ternura que lo único que pude hacer fue asentir con la cabeza. Luego de varios intentos, caídas, enojos y risas, pude mantenerme en pie sobre la tabla de surf con Martín detrás de mí dirigiendo sobre las olas. Sentí cómo mi pelo jugaba con el viento, y la brisa del mar me daba la bienvenida a un nuevo día de aprendizaje y gozo.

-Estrecha tus brazos, Isabela-. Susurró a mi oído, mientras sostenía mi cintura para no dejarme caer.

Estiré mis brazos tanto como pude y grité dejando que las olas envolvieran dentro de su esencia mis gritos de alegría. Volteé a ver a Martín y me estaba observando con ternura, tal vez en su interior estaba pensando que jamás había conocido a alguien que contuviera tantos gritos por dentro. Sonreí observando su sonrisa perfecta y su nariz perfilada. Por un momento desaparecieron para ambos los sonidos de las aves y las olas, por un momento ambos nos vimos fijamente a los ojos, hasta que ese momento hizo que cayéramos al agua tan pronto como una ola nos volcó.

Lo último que recuerdo fue haber estado dentro del mar, intentando buscar una salida, pero sin poder llegar a la orilla. Minutos después, Martín estaba sobre mí tratando de practicarme electroshock para que recuperara el aliento. Sinceramente, no sabía si estaba muerta ya. El rostro de Martín sobre mí, acompañado de las nubes blancas y los rayos de sol, me hizo pensar por un momento que estaba en el cielo.

-¡Gracias al cielo!-. Exclamó quitándose de encima.

Cuando reaccioné comencé a toser intentando sacar el agua que estaba dentro de mis pulmones, mientras Martín me ayudaba a sentarme.

-¿Qué pasó?

No tenía idea de lo que había ocurrido, seguía sumergida en los segundos antes de caer al agua, esos segundos cuando nos vimos directamente a los ojos.

-Te desmayaste, creo que te golpeaste la cabeza con alguna roca-. Señaló mi frente, tenía una pequeña abertura.

-Te dije que no era buena en el surf-. Toqué mi frente y observaba mis dedos pintados de sangre.

-Lo lamento, ya no volvemos a hacer surf, ¿sí?

Volvió a pronunciar ese sí que de alguna manera me estaba empezando a volver loca por dentro. Luego de recuperarme y poder ponerme ya en pie si marearme, decidimos caminar por la orilla de la playa en busca de un restaurante en el que pudiéramos observar la belleza de la que estábamos rodeados.

Donde me sientas, estaré.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora