La primera muerte

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«I'll spend all my time fighting dragons
just to keep you alive and talking»

Purple Flame

Battery City, de noche, tenía cierto atractivo magnético, que despertaba los instintos animales.

El motor del coche ronroneaba suavemente entre el viento del desierto y la electricidad estática de la ciudad. Las calles estaban desiertas, y el cristal reflejaba destellos sobre el parabrisas. La oscuridad, rota por las miles de farolas y carteles de neón, chisporroteaba en tensión fría. El coche estaba escondido en un callejón (estaban violando el toque de queda), a la espera de que los dracs que patrullaban el barrio se marcharan a otro lado.

-Rom, esto no me gusta –protestó, por enésima vez, sintiendo cómo otro escalofrío la recorría. Pero, para variar, nadie le hizo caso- . Volvamos a la guarida. Por favor.

-Y a mí no me gusta que me llames Rom y lo sigues haciendo, hermanita –contestó su hermano indiferente, revisando, también por enésima vez, las baterías de su pistola violeta.

-No me llames hermanita. Sólo eres mayor por unos tres minutos –se enfurruñó en su asiento, y aprovechó para mirar a su hermano por el retrovisor.

No se parecían mucho para ser mellizos, solía decir la gente, y ella estaba ya harta de explicar que los mellizos no tenían por qué parecerse. Él era más bajito y rechoncho que ella, sus ojos azules no se parecían a los violáceos de ella, su piel era más morena, y sus rasgos, menos angulosos. Su nariz era algo más chata, incluso su sonrisa era distinta: la de ella era tierna y hermosa, la de él, pícara y a veces, un poco cruel. Su único parecido era su largo y ondulado cabello negro como el carbón, que él llevaba suelto, y ella recogido en una trenza. Y su vestimenta no podía ser más distinta: un chaleco vaquero, camiseta verde, y pantalones tan pintarrajeados (sobre todo de violeta) que no se distinguía su color original él, y ella, sobrias medias de rejilla negras con un pantalón y una chaqueta del mismo color, y una camiseta rosa.

-Eh, los de ahí atrás –espetó Rom, mirando también por el retrovisor, y sus compañeros se separaron de golpe y prácticamente saltaron sobre el asiento- . Me alegro mucho por vosotros y todo eso, pero por favor, ¿podéis dejar de comeros mutuamente? Estamos a punto de meternos en líos.

-Precisamente por eso, cariño –sonrió Star Night, una muchacha de piel tan oscura como la noche, ojos de león, y larga melena castaña que no ocultaba su excesivamente cuidado maquillaje azul- . Podría ser la última vez.

Y antes de que pudieran decir nada más, Solar Static, su compañero de la cresta naranja fosforito más alta que su cabeza, volvió a lanzarse sobre ella y a devorarla a besos.

Ambos hermanos pusieron la misma mueca de disgusto, y volvieron a fijar su mirada en la calle desierta ante el parabrisas.

Normalmente, no se acercaban tanto a la ciudad. No les gustaba. Haber sobrevivido un año y medio como Killjoys ya les parecía tentar demasiado a la suerte, no querían jugársela. Pero su hermano y Static se aburrían, la comida empezaba a escasearles, y hacía un par de días habían encontrado un paquete de sprays de colores que estaban pidiendo a gritos que los usaran. Así que ahí estaban, en un callejón oscuro de Battery City, listos para dar su primer golpe en la ciudad.

Toxic Romance, Purple Flame, Solar Static y Star Night. No es que fueran grandes Killjoys, pero se divertían. Y, si tenían suerte (o no la tenían, según cómo se mirara), al día siguiente, sus caras estarían también en carteles de esos de "EXTERMINAR" colgadas por la ciudad.

Danger Days: Tales from the ZonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora