𝐈

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Hacía tan solo dos días que los jóvenes de Derry habían entrado en ese feliz periodo conocido como las vacaciones de verano. Todo niño en su sano juicio estaría alegre de poder dedicar sus tardes a correr y jugar alegremente en lugar de pasarse varias horas encerrado en la escuela. Pero como suele pasar, siempre hay una excepción.

Peggy Peterson se encontraba en la cocina, leyendo uno de sus viejos cómics que ella tanto adoraba. Mientras pasaba las páginas se preguntaba que haría durante todo el verano, no tenía amigos con quien pasar el rato. 

La puerta se abrió de un portazo, su madre acababa de llegar del trabajo, y por su forma rápida de caminar suponía que había tenido un mal día y probablemente lo pagaría con ella.

Se oían los tacones de su madre repiquetear por toda la moqueta, hasta que finalmente llegó a la cocina y se quedó en el umbral de la puerta observando a su hija sentada, leyendo :

- ¿Qué tal en el trabajo?.- preguntó Peggy sin levantar la vista de su cómic.

- Ya deberías saberlo.- eso significaba que le había ido mal.- ¿Has comido?.

- Sí, había sobras de ayer.- hubo un incómodo silencio.

- ¿Te has quedado toda la mañana leyendo?.- Peggy se quedó en silencio.- Contesta.

- Sí.- su madre soltó un profundo suspiro, para después encender un cigarrillo.

- Tienes catorce años, deberías pasarte el jodido verano en la calle.- Peggy cerró lentamente el cómic.

- Pero el toque de queda...- quería acabar la frase pero no pudo.

- Lo que quiero decir, es que tienes mucho tiempo para salir, antes del toque de queda.

Sin decir ni una sola palabra, Peggy se levantó lentamente de la mesa de la cocina y subió las escaleras hasta llegar a su habitación. Cerró la puerta con suavidad y se tiró en la cama.

Probablemente su madre tuviese razón y debería salir a la calle, o también podía optar por quedarse todo el verano sin salir, tumbada en su cama y escondida bajo las cómodas mantas. Sí, la idea de hibernar le parecía atractiva; pero no le apetecía aguantar las quejas de su madre todo el día.

Se levantó de su cama de un salto, dispuesta a poner aunque sea un pie en la calle por más de dos segundos. Pero reparó en una cosa... ¡aún seguía con el pijama puesto!. Debía cambiarse de ropa, así que abrió el armario y eligió detenidamente lo que debía ponerse.

Cuando ya había decidido el conjunto se miró con detenimiento al espejo, un poco sucio, de su cuarto. Llevaba una camiseta violeta, dos tallas más grande y unos vaqueros negros desgastados. Aunque fuese verano, llevaba puestas sus botas de flores, de las que estaba segura que sólo se desprendería si se le quedaban muy pequeñas. Antes de irse, cogió el paquete de cigarrillos que guardaba bajo su cama y se lo metió en el bolsillo trasero de sus pantalones.

Abrió la puerta de su habitación y caminó hacia la puerta trasera, la cual daba al garaje. No quería que su madre la viese salir con esas pintas, seguramente la obligaría a ponerse uno de sus vestidos rosas que ella tanto odiaba. 

Una vez en el garaje cogió su bicicleta un tanto oxidada y con la pintura verde desgastada. Salió de casa y comenzó a pedalear, para salir de su casita en las afueras de Derry. Realmente no sabía a dónde iba, pero eso poco le importaba.

Después de al menos media hora pedaleando, estaba totalmente segura de que se había perdido. Su bicicleta y ella acabaron en una especie de callejón con dos salidas, algo sucio y bastante oscuro. Estaba bastante cansada, así que simplemente se apoyó en la pared y sacó de su bolsillo la caja de cigarros. Sacó uno despacio, como si estuviera disfrutando el momento y se lo colocó entre los labios.

Buscó en el mismo bolsillo un mechero que le había cogido a su madre, pero no lo encontró. Probó en el otro bolsillo, tampoco encontró nada. Mierda, se había dejado el mechero en su casa. No quería volver a buscarlo, así que tenía que buscar cómo calmar sus ganas de fumar.

No se le ocurrió otra idea mejor que caminar por ese apestoso callejón, para ver a dónde la llevaba. Así que con el cigarrillo aún en la boca, comenzó a dar pequeños pasos. Ese día hacía bastante sol, y como de costumbre, no se había puesto sus gafas así que tenía que mirar al suelo para que la claridad no le molestase.

De un momento a otro se encontró en el suelo y con un fuerte dolor en el hombro. Efectivamente, alguien había chocado con ella, y al parecer muy fuerte. Esa misma persona le estaba tendiendo la mano ahora mismo, una mano que Peggy aceptó sin vacilar.

Una vez en pie, la chica se sacudía el polvo que había recogido de la caída mientras musitaba :

- Lo siento mucho, no me fijaba al caminar.

- No importa.- conocía esa voz. Una voz profunda y calmada pero que podría causar pesadillas a cualquiera.

Se había tropezado con Patrick Hockstetter, un cretino por excelencia, pero Peggy (y todo Derry) creía que estaba loco por lo tanto era mejor mantener las distancias con él.

Lo miró a la cara; esos ojos azules que todo el mundo temía la escaneaban de arriba a abajo, su pelo estaba un poco despeinado y escondía sus manos en los bolsillos como si llevara algo en ellas.El chico estaba ahora mirando al cigarrillo que Peggy sostenía en la boca :

- ¿Quieres?.- Patrick sacó de sus bolsillos un pequeño mechero plateado y lo encendió. Peggy acercó el cigarro y este se encendió.

- Gracias.- estaba incómoda, pero no tenía miedo. Soltó el humo para luego dedicar una sonrisa nerviosa al chico. 

Se quedaron parados por unos minutos, él la observaba y ella miraba a sus botas, evitando hacer cualquier tipo de contacto visual. Después de un rato ella habló :

- Bueno, debo irme. Adiós.- Patrick no contestó, simplemente hizo un movimiento con la cabeza y permaneció allí parado.

Peggy tomó su bicicleta y, con el cigarrillo en la boca, pedaleó camino a casa.

El encuentro con Patrick no le había dado miedo, pero preferiría no volver a repetirlo. Ese chico tenía algo raro, es decir, no lo conocía lo suficiente como para juzgarlo tan rápido pero aún así se podía permitir unas cuantas suposiciones en cuanto a él.

0:00 | Patrick Hockstetter.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora