𝐈𝐈𝐈

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Tan solo llevaba media hora caminando y ya se arrepentía de haberle dejado su bicicleta a ese idiota de Eddie. Había llegado hasta el conocido "puente de los besos", y estaba más que decidida a hacer una foto, aunque no captara más que una mísera hormiga.

Pero su suerte fue otra. En medio de la desolada carretera, se hallaba un Plymouth Fury de color azul oscuro, un coche que Peggy conocía bien. Su dueño era Belch Huggins. Un asqueroso necio, que por casualidad era muy amigo de Patrick Hockstetter. Ambos chicos, junto con el rubio Victor Criss, componían el peligroso grupo de amigos de Henry Bowers, el matón del pueblo por excelencia. Casi todo el mundo en el pueblo les tenía miedo, y aunque no era el caso de Peggy, la muchacha intentaba mantenerse alejada de ellos.

Después de meditarlo mucho, decidió tomar un ángulo con abundante luz. Sí, iba a sacarle una foto al coche de Belch. Pero no fue simplemente una foto, si no seis, todas de diferente manera. Nunca se había fijado hasta hoy, pero ese coche era digno de admirar.

Habría sacado una foto más de no ser por una voz áspera que escuchó a sus espaldas :

- Hey, cuatro ojos. ¿Se puede saber que diablos estás haciendo?.- reconoció la voz de Henry Bowers por su tono amenazante, y por el insulto que había utilizado contra ella, pues le llamaba lo mismo a Richie Tozier.

- Sólo estaba tomando fotos.- ella intentó que la voz no le temblara, pues eso empeoraría las cosas.

- Pero es mi coche.- objetó Belch, molesto. El chico, con su aspecto regordete y su gorra amarilla, era el que menos miedo infundía a Peggy.

- Creo que deberíamos darle una lección a esta rata.- el que hablaba ahora era Victor Criss, que miraba a la chica de una manera perversa.

- Sí, puede que tengas razón.- coincidió Henry con su amigo.

En un intento, quizás desesperado de pedir ayuda, Peggy miró a Patrick Hockstetter. Él no había dicho nada, y parecía observar la escena de una manera impasible.

Henry hizo un movimiento suave con la cabeza, y en un abrir y cerrar de ojos, Belch y Victor habían tomado a la joven por los brazos para inmovilizarla. Patrick seguía sin hacer o decir nada.

Mientras Peggy forcejeaba para zafarse del agarre, Henry avanzaba peligrosamente hacia ella :

- Tus gafas están un poco sucias, ¿no crees?.- él se las cogió.

- ¡Ten cuidado Henry! ¡Por favor!.- el chico soltó una risotada para al tiempo que las dejaba caer al suelo; acto seguido, las pisó.

- Mucho mejor.- miró a Belch y a Victor.- Soltadla, tenemos cosas más importantes que hacer.

Ellos obedecieron y se encaminaron al coche. Peggy miró por última vez a Patrick, que se había colocado en los asientos de atrás. El coche arrancó, y Henry y los demás se perdieron. Peggy ni siquiera se molestó en recoger los cristales rotos, sólo quería llegar a su casa. No iba a llorar, odiaba hacerlo.

¿Por qué había mirado a Patrick Hockstetter? Era más que obvio que no iba a hacer nada para ayudarla. ¿En qué momento se le habría pasado por la cabeza?. Ahora ya daba igual, sus gafas estaban rotas y ella estaba triste. Su único consuelo eran seis fotos de un coche magnífico, aunque su dueño fuese todo lo contrario.

Llegó a casa, y al abrir la puerta, escuchó a su madre hablando por teléfono :

- La niña no puede saberlo. Aunque aún no sé si lo voy a hacer.- hubo una larga pausa.- Entiendo. Le llamaré dentro de unas semanas.

- Ya he llegado mamá.- decidió actuar normal, a pesar de lo que había oído.

- Vaya, antes del toque de queda. Muy bien.

- Ya he descubierto lo que había en la caja.- su madre ni la miró, simplemente se dirigió al baño. No llevaba su uniforme de trabajo.

- Tendrás que contármelo mañana hija, esta noche voy a salir con Susan.- Susan era una mujer que vivía en una de las casas del barrio, su madre decía que era una mujer divertida, pero Peggy sabía que en realidad era alcohólica.

- Pásalo bien.- dicho esto se fue a su cuarto, estaba un tanto cansada.

- Hay judías en la nevera, adiós.- escuchó a su madre cerrar la puerta.

Guardó la cámara en su armario y se quitó los zapatos. No se molestó ni en ponerse el pijama, se acostó con su ropa. Tampoco pensaba cenar judías, antes preferiría estar muerta.

Y así, con el estómago vacío y unas reprimidas ganas de llorar, Peggy durmió toda la noche soñando con un gracioso payaso que bailaba al compas de la música de un programa infantil.

0:00 | Patrick Hockstetter.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora