𝐕𝐈𝐈𝐈

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Ya habían pasado dos días desde la última vez que Peggy salió a la calle, dos días desde el peculiar paseo con Patrick. Había tenido tiempo de sobra para descansar. Dos niños más habían desaparecido, lo cual incrementaba las razones por las que se había quedado en casa. Pero hoy quería ir a la biblioteca, estaba decidida a encontrar un buen libro con el que matar el tiempo.

El reloj de la cocina marcaba las tres de la tarde. Peggy ya había comido y había visto como su madre se iba al trabajo, oliendo a tequila, pero con los labios pintados como una auténtica estrella de cine.

No sabía por qué ni cómo, pero hoy se había puesto un vestido de color rosa pastel. Se miró por segunda vez en el espejo sucio que descansaba en la entrada; lucía favorecida, se resaltaban sus caderas y sus incipientes pechos. Parecía una de esas chicas que vestían bien y acompañaban a sus padres a misa los domingos, pero los arañazos en las piernas y sus botas de flores acababan con esa imagen.

Con rumbo fijo pero sin pensarlo mucho, agarró las llaves y giró el pomo de la puerta. Al salir fuera y notar cómo la brisa de verano acariciaba su piel sintió una inmensa alegría, la cual sólo tardó unos segundos en desaparecer al poner sus ojos en el buzón oxidado que estaba frente a su casa. La banderita estaba hacia arriba, lo que significaba una factura sin pagar. Con resignación se acercó al buzón y lo abrió, escuchándolo chirriar, cogió lo que dentro estaba. Se esperaba algo muy diferente de lo que vio.

Entre sus manos se hallaba un trozo de papel mal doblado y con manchas de grasa. Con un temblor nervioso que ni ella podría explicar lo abrió para ver que contenía. Se podía leer : "Sé que sigues pensando en mí, pastelito".

Por la deficiente caligrafía y el mensaje, supo que no se trataba de otro que Patrick. 

Por una parte se sentía molesta, pues ese psicópata había ido hasta su casa exclusivamente para darle una mierda de papel; pero en otro aspecto la provocación de ese cretino le empezaba a gustar a Peggy de una forma grotesca y especial.

Arrugó el papel mientras se mordía el labio y sonreía. Lo tiró al suelo y se encaminó hacia la biblioteca de Derry.

Había caminado ya un buen rato, pero una cabellera pelirroja que era imposible de ignorar, la hizo desviarse de su trayecto :

- ¡Hey! ¡Beverly!.- la chica se dio por aludida y empezó a caminar hacia Peggy.

- No te he visto desde hace unos días, ¿cómo estás?.

- He estado descansando, ¿y tú?.- por más que la pelirroja se esforzasen cubrirlos, Peggy podía ver sus moretones.

- Muy bien, gracias.- Beverly miró a la joven de arriba abajo.- Es raro verte con vestido.

- No me lo recuerdes, aún no sé por qué me lo he puesto.

Unos pasos interrumpieron su charla, a lo lejos venían Bill y los demás chicos. Frenaron su apresurada carrera delante de las dos chicas, tras unos cuantos jadeos, Richie empezó a hablar :

- Ya lo tenemos.- miró a Peggy.- ¿Cuando te convertiste en una chica?.

- No seas idiota.- le recriminó la pelirroja.

- Hola Peggy.- saludó Ben.

- Hola chicos. ¿Se puede saber qué es lo que tenéis?.- quiso saber la chica.

- No te importa.- Stanley Uris, tan amigable como siempre.

- C-cierra el p-pico Stan.- Bill miró a Peggy con semblante serio.- T-tenemos que contarte a-algo.

- ¿Seguro que ella es de fiar?.- inquirió Tozier.

- Después de lo que hizo con Bowers, podemos fiarnos de ella.- confirmó Eddie, guardándose en el bolsillo derecho su respirador del asma. El chico le sonrió tímidamente.

0:00 | Patrick Hockstetter.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora