𝐈𝐕

2.7K 215 30
                                    

Peggy tenía pensado dormir hasta tarde, pues no estaba de humor para levantarse temprano; pero sus planes se vieron frustrados por el irritante sonido del timbre de su casa.

Abrió los ojos pesadamente y gritó :

- ¡Joder!.

Acto seguido se levantó de la cama, salió de su habitación y bajó las escaleras a toda prisa. Se preguntaba quién podía ser, ¿su madre? Puede que estuviera tan borracha que se hubiera olvidado de dónde guardaba las llaves. ¿O quizás la señora Shapiro? Puede que esa simpática anciana necesite sal.

Sus sospechas no eran ciertas, pues al abrir la puerta se encontró con el rostro pálido y afilado de Eddie Kaspbrak. ¡Cielos, se había olvidado por completo! Le había prestado la bicicleta al muchacho y este había venido a devolvérsela :

- ¿No podías venir en otro momento?.- inquirió Peggy con voz ronca.

- Lo siento, mi madre dice que es más seguro salir por la mañana.- ella rodó los ojos ante la respuesta de Eddie.- Vengo a devolverte tu bici.

- Déjala por ahí, ya la recogeré luego.- dicho esto, la joven iba a cerrar la puerta.

- ¡Espera!.- el pequeño grito del chico captó la atención de Peggy.- Esta tarde vamos a ir a los Baldíos a bañarnos.

- ¿Y qué?.

- Podrías venir... ¡si quieres, claro!.- la timidez del chico le hacía cierta gracia, pero supo contener la risa.

- El agua de allí está asquerosa, y tampoco quiero que me invites por pena.

- No es por pena.- Eddie se quedó unos minutos en silencio.- Estaremos allí a las cuatro de la tarde.

- Como quieras.- cerró la puerta, dejando al muchacho ahí plantado.

Miró el reloj de la entrada. Eran las diez y media; ahora sabía la razón de por qué había sido tan antipática con Eddie. Odiaba que la despertaran tan temprano, la ponía de mal humor.

Ahora que estaba despierta pensó en que debía ducharse y cepillarse los dientes, pues para su desgracia, su boca olía a muerto por las mañanas. Sin más dilación caminó hacia el baño y allí agarró su cepillo sobre el cual puso pasta.

Cuando acabó, comenzó a desvestirse. Esta era la parte que más odiaba; su cuerpo desnudo. Peggy tenía un cuerpo bastante normal para una niña de su edad, pero parecía que su madre no opinaba lo mismo. Siempre le decía que tenía poco pecho, que había subido de peso, o que estaba demasiado pálida y eso hacía que en la joven nacieran unas grandes inseguridades.

Se metió en la ducha, con el agua lo más fría que su cuerpo podía aguantar. No le gustaba el calor, nunca le había gustado.

Terminó rápido, se secó el pelo y envolvió su cuerpo en una toalla. Se fue a su habitación para vestirse. Había notado en la ducha que alguien la estaba mirando, pero pensó que seguro eran imaginaciones suyas.

Optó por vestirse con un pantalón vaquero, que le llegaba a las rodillas y una camiseta blanca de una marca que ni ella misma conocía. Como era de esperar, se puso sus botas de flores. Se ató el pelo con una gomita verde, para que no le molestara.

Después de pensarlo un poco, había decidido que sí iría a bañarse a los Baldíos. Probablemente su madre estaría satisfecha, pues Peggy estaba pasando sus tardes del verano fuera de casa.

🔥

Faltaba media hora para las cuatro, y Peggy salió de su casa, con la intención de ir a los Baldíos. La bicicleta aún seguía fuera, así que se montó en ella. Su madre aún no había llegado a casa, pero seguro que no iba a echar en falta a su hija durante la tarde. Era un problema menos del que preocuparse.

Hoy hacía un día realmente estupendo, así que lo de bañarse no le pareció tan mala idea, y así podría olvidar el mal rato que había pasado cuando el cafre de Henry Bowers le había roto las gafas.

Después de un buen rato pedaleando, pudo oír las risas de unos niños. Supuso que se trataba de Eddie y los demás; se bajó de la bicicleta y la dejó oculta entre unos arbustos, comenzó a aproximarse hacia las risas.

Tras pasar entre unas rocas, llegó hacia el punto exacto en donde estaban los muchachos. Se sorprendió, porque entre ellos se encontraba Beverly, riendo con una expresión de timidez. Peggy permaneció observándolos por unos minutos, sin saber que hacer o decir :

- ¡Hey! ¡Mirad!.- Stanley había descubierto a Peggy.

- ¡Peggy!.- exclamó Eddie con una gran sonrisa.- Has venido.

- Si, bueno, iba a aburrirme mucho si me quedaba en casa.- la muchacha estaba un tanto sonrojada.

- ¿L-la has i-invitado?.- le preguntó Bill a Eddie.

- Bueno...ella me había prestado su bicicleta.

- Si os molesto puedo irme.- Peggy se dio media vuelta, pero alguien la tomó del brazo.

- No te vayas.- Beverly la había detenido.- No nos molestas, simplemente nos ha sorprendido que hayas querido venir.

- Vamos, quédate. Así podré ver unas tetas de verdad.- el comentario de Richie hizo que ambas niñas se rieran.

- Está bien, me quedaré, pero no he traído traje de baño.

- Yo tampoco.- musitó Ben.

- Pero aún así podrás mojarte.- dijo Stan con una mueca altiva.

- ¿Y cómo voy a hacer eso genio?.- Peggy rodó los ojos al tiempo que decía eso.

- ¡Así!.- el chico salpicó a Peggy con tanta fuerza que le mojó toda la camiseta.

- ¡Oye Stan! Ten más cuidado.- clamó Eddie, en un intento de sonar amenazante.

- S-sí, deberías tener más cuidado.- Bill se sumó a la protesta.

- No pasa nada chicos, Stan simplemente estaba jugando.- Peggy le dedicó una mirada maliciosa al muchacho judío.- ¡Pero no se esperaba esto!.- de un momento a otro Stanley también estaba empapado.

Ni ellos mismos sabrían decir como, pero empezaron a jugar a salpicarse alegremente. Todos reían y se lo pasaban bien, incluso Eddie, que dejó a un lado los problemas de salud de los que tan aquejado estaba para divertirse un rato con sus amigos.

Lejos estaban de imaginar que su diversión estaba a punto de acabarse.




0:00 | Patrick Hockstetter.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora