𝐈𝐈

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De las pocas cosas que a Peggy le gustaban del verano, una de ellas era levantarse tarde. Para ella (y para mucha otra gente) era un absoluto placer despertarse sin tener que estar atado al molesto y estridente sonido de un despertador. Sin embargo, esta mañana, la habían desvelado de su sueño unos golpecitos en la puerta de su cuarto.

La joven abrió, con dificultad, sus ojos y se incorporó torpemente. Con voz pastosa musitó :

- Adelante.- dicho esto, la puerta se abrió y pudo ver a su madre cargando con una caja envuelta en un horrible papel de regalo de color dorado.

- Esto estaba en la puerta. Casi me tropiezo con ella.- la señora Peterson puso la caja encima de la cama de su hija. Esta observó que, con letras torcidas estaba escrito el nombre de "PEGGY".

- ¿Es para mí?.- su madre la miró con una sonrisa, algo atípico en ella.

- No conozco a ninguna otra Peggy por aquí. Ahora debo irme o llegaré tarde a trabajar. Asegúrate de estar en casa antes del toque de queda.

- Sí mamá.- Peggy contempló como la silueta de su madre desaparecía y se dispuso a abrir esa misteriosa caja con su nombre.

Rasgó el papel con impaciencia, pero no con demasiada fuerza, por lo tanto abrir la caja le costó un poco más de tiempo del que ella pensaba. Finalmente, cuando todo el papel estaba desgarrado por completo, se dispuso a ver qué le aguardaba ahí dentro. Cuando vio el contenido de esa extraña "entrega", se le heló la sangre por un momento y un sudor frío recorrió su nuca.

En esa caja, había, ni más ni menos que una cámara Canon. Una tontería ponerse así por una cámara, ¿no?. No era la cámara en sí lo que la inquietaba, si no el hecho de que esa misma cámara se la había pedido a su padre en una de esas cartas clandestinas que alguna que otra vez se mandaban.

¿Acaso había encontrado su dirección? No sería muy difícil. ¿Y si se enteraba su madre? De ninguna manera podría dejar que eso ocurriese, pues entonces sabría lo que de verdad era estar enfadado. Pero, ¿y si esa cámara simplemente era una equivocación del cartero? Parecía difícil, pues la caja tenía su nombre.

¡Al diablo! Su verano iba a ser demasiado aburrido como para desperdiciar la oportunidad de tener un pequeño entretenimiento. Es más, decidió que hoy mismo estrenaría esa cámara.

Se levantó de la cama con una energía que la sorprendió. Debía vestirse si quería salir la calle.

Unos pantalones cortos y una camiseta rosa un tanto desteñida parecían la mejor opción para un caluroso día de verano como era este. Pero claro, no podía combinar eso con otra cosa que sus adoradas botas. Dicho y hecho, se vistió a toda prisa para poder bajar a la cocina y desayunar; sin olvidarse, claro está, de esa misteriosa cámara.

Se sirvió un pequeño tazón de leche, acompañado por unas galletas de chocolate que su madre había traído del trabajo. No tardó mucho en terminar. Miró el reloj en su muñeca, eran las doce del mediodía, por lo tanto tenía mucho tiempo para tomar fotos. Se acordó de llevar puestas sus gafas.

Caminó hacia el garaje y abrió la puerta, debía coger la bicicleta. Montó en ella y dejó la cámara en la canastilla.

Al salir al exterior un rayo de sol le golpeó en la cara :

- Por esto prefiero el invierno.- murmuró para si misma.

La ruedas empezaron a girar y Peggy se iba alejando de su casa. Sabía a dónde podía ir para tomar buenas fotos, pero esperaba que no hubiese gente. No se sentiría cómoda.

Estaba acercándose a la farmacia cuando vio una cabellera de color rojo que le resultaba muy familiar. Era Beverly Marsh, pero había algo diferente en ella...¡se había cortado el pelo!. La chica estaba caminando sola y parecía ensimismada en sus pensamientos :

0:00 | Patrick Hockstetter.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora