Capítulo Once. Bereber

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Me acerqué a él para abrazarlo.

-No se qué sería de mí  vida sin tu presencia,  Helen.

Ni yo sin la tuya, Abdel pero no puedes amarme....

-Sí quieres podemos irnos a descansar, Abdel. Ha sido un día largo y supongo que mañana tendrás que hacer cosas.

-Creo que será lo mejor, Helen aunque tú no puedes irte a la cama sin cenar.

-Llamaremos al servicio de habitaciones, ¿de acuerdo?.

Juntos subimos hasta la suite presidencial que era tan grande que nuestras habitaciones y baños estaban separados ejerciendo un amplio salón de estar como nexo entre ambos.

-A ver,¿qué es lo que quieres cenar?.

-Lo que sea que tú pidas estará bien,Abdel. ¿Te importa si me ducho antes?. Estoy llena de arena.

-No hay problema.

Lo dejé llamando por teléfono a la recepción mientras iba a mi enorme cuarto de baño a ducharme con los maravillosos geles de baño que ofrecían a los clientes. Olían a rosas, a jazmín y azahar haciéndome sentir como una princesa árabe. Sabiendo que Abdel estaba esperando, no pasé demasiado tiempo debajo del agua. Me puse un albornoz super suave, me cepillé el pelo y volví de nuevo con él.
Como había previsto, el carrito de la comida ya estaba aparcado en el salón.

-No sabía que pedirte así que me decidí por varios platillos de la zona que creo pueden gustarte.

Destapó las bandejas y ví una langosta en el medio. ¡Horror!.

-¡Tapa eso!.

-¿Qué pasa, Helen?.

-¿Sabes lo que sufren esos animalitos cuando son cocinados?.

Me miró como si estuviese loca pero yo aún recordaba el día en que mi padre había traìdo una a casa para comer en Navidad. La pobre daba tantos botes intentando salir de la olla que al final nadie tuvo el valor de comérsela. Tuvimos que regalársela al vecino que nos lo agradeció eternamente. Después de eso, comimos verduras durante una semana aunque a ninguno de nosotros se nos pudo quitar el trauma de haber visto a aquella langosta  sufriendo por salvar su vida.

-Una vez vi morir a una langosta. Desde entonces, en mi casa no podemos  mirarlas. Se que es un trauma infantil que debería gestionar mejor pero supongo que todos tenemos reservas respecto a ciertos tipos de comida o alimentos.

No se si fue por mi cara de horror o por mi pueril explicación pero lo cierto es que Abdel estalló en carcajadas y yo me quedé allí en plan "¿De qué coño te ríes?".

-¿Le hicistéis un funeral a la langosta?.

Se rió tanto se su propia broma que acabaron por saltarle las lágrimas mientras yo me cruzaba de brazos obsequiándolo con mi expresión más asesina.

-Helen, cielo-se acercó a mí para cogerme por lo hombros y mirarme-. No pretendía molestarte pero entiende que me resulte gracioso.

-¿Ver como asesinaban a una langosta es gracioso?.

Volvió a reírse sin permitirme dar crédito a lo que estaba presenciando.

-Está bien dejaremos de hablar de langostas. Llamaré al servicio de habitaciones para que se la lleven pero dime si tienes algún problema con otro animal antes de que siga destapando platos.

-Eres estúpido, Abdelkader Alfasi.

Le tiré un cojin que pillé a mano a la cara de pura rabia.

-Vamos, Helen. Perdóname. ¿No te estás siempre quejando de que no sonrío?.

-Abdel, reírse de los demás es igual de incómodo que no sonreír. No se como explicártelo.

-¿Ahora eres tú la qué no sonríe?.

-Eres idiota, Abdelkader.

-¿Ah sí?.

En un abrir y cerrar de ojos, se abalanzó sobre mí para tirarme en el sofá donde empezó a hacerme tantas cosquillas que a pesar de mostrarme impasible al principio, terminé por reírme desterrando a la langosta de mi mente.

-¿Ves cómo eres capaz de reírte, Helen?.

-¡Yo siempre soy capaz de reírme!.

Tenía mis manos sujetas y su aliento demasiado cerca del mío. Condiciones propicias para que la magia surgiera envolviéndonos en tímidas caricias que dieron paso a la pasión que nos liberó de nuestros miedos y de nuestros más profundos deseos.

-Helen, si sigo besándote un segundo más, ya no podré parar.

-Entonces sigue besándome.

Acarició mi cuerpo desnudo cuando desató la bata que lo cubría y miles de sensaciones recorrieron mi cuerpo mientras lo besaba con devoción preparando nuestros cuerpos para unirnos en uno solo.

Un gemido silencioso producto del placer que me daba, electrificó mi ser cuando entró dentro de mí cuidadosamente adaptándo su fisonomía a la mía.

-Si te hago daño tan sólo tienes que decírmelo, Helen.

-¿Y si es todo lo contrario?. ¿Si tan sólo me haces sucumbir a la lujuria?.

-Entonces lo veré en tu rostro y nada tendremos que decirnos.

Fue intenso, cálido y plenamente satisfactorio. Alcancé mi clímax mirándolo a los ojos mientras oleadas de frío y calor sacudían mis extremidades. Clavé mis uñas en su espalda cuando ya no pude más, entonces él, culminó sin dejar de mirarme. Después nos abrazamos.

-Helen, no se como explicarte todo lo que me haces sentir.

Me susurraba al oído mientras acariciaba mi pelo aún húmedo.

-Aplica tus palabras entonces.  Mírame y nada más tendremos que decirnos pues te confieso que yo tampoco se como explicarte.

Mirándolo, ví en sus ojos ambarinos el amor que no se atrevía a darme pero me bastó porque ese lenguaje universal que hablaban era más que suficiente para mí.

-¿Cenamos ahora?.

-Retira tu langosta de mi vista y te acompañaré en lo que quieras.

-¿En lo que quiera?.

-Puede ser, morito. Puede ser.

-Amazigh, Helen. Soy Amazigh

-¿Bereber?.

-Así es.

-Da igual la raza que seas, Abdel. Me caerías bien aun siendo de Andrómeda.

-Dormiré tranquilo esta noche sabiéndolo.

Y yo también lo haría porque si había sido capaz de hacer reír al lord inglés que habia conocido en Tánger, ¿por qué no de amarme?.

Tiempo al tiempo, Helen. Tiempo al tiempo

Atrapada((COMPLETA)) #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora