Capitulo I

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– Estúpida lluvia – Murmuro para mí misma mientras entro a la sala principal soltando mi arco y flecha a un lado de la puerta.

Camino apresurada al baño de la cabaña y abro el grifo. El agua comienza a despejar la sangre de mis manos, el olor que emanaba el conejo que encontré muerto era repugnante, ya no lo soportaba.

Después de un largo día en donde le di mi atención a la realeza me tome el lujo de cazar un poco. Los suministros se habían terminado, y no tenía tiempo para bajar a Leston el pueblo más cercano aquí, y buscar comida para esta solitaria cabaña.

Mayormente mi comida se basaba en conejos y venados que lograba cazar cuando podía, me había acostumbrado a vivir sin la preocupación del alimento, eso era algo con lo que podía lidiar luego.

Subo las escaleras de par en par quitándome la chaqueta de cuero marrón en el proceso. Mi cabello cae desordenadamente mostrando los rizos alocados que me representan cuando aparto el gorro de lana de mí. Entro en mi habitación y sin pensarlo dos veces me tumbo en la cama.

Hace tres días que había sido mi cumpleaños, pase todo el rato paseando por el bosque despejando mi mente. Los veintidós años no es una edad que me emocione, y menos si no tengo familia. Deje de emocionarme por tal cosa después de lo sucedido.

– ¡Ábrelo! ¡Vamos, me haré viejo! – Papá no deja de darme pequeños empujones que me impulsan un poco fuera del sofá en donde me encontraba.

Estaba rodeada de cajas de distintos tamaños envueltos en papel de regalo. Estaba cumpliendo los diecinueve, y era el momento más feliz que podía existir. A esta edad, aquí en Gregston, ya las mujeres de mi edad podían comenzar a escoger una habilidad, un arma, un escudo, algo que las caracterizara en el momento de entrar en la academia real.

Yo llevaba días practicando arco y flecha, el bosque se había vuelto mi lugar favorito entonces. Tanto tiempo allí era necesario si quería ser escogida para ser una Colibrí, es el nombre que llevan las arqueras reales, aquellas que protegen el reino desde los muros.

Yo no quiero ser una florista, cocinera, profesora o artista. A mí me apasiona la velocidad, la puntería, la fuerza, la adrenalina que me consume cuando practico en el bosque, esa sensación de sentirte completa cuando cada día logras aumentar tu rapidez, logras evitar que te observen, porque para ser colibrí debes pasar desapercibida, debes convertirte en la sombra de todo lo que te rodea, dejar de existir si pudieras.

Era lo que más estaba esperando en todo este tiempo y ya había llegado, y no podía estar más emocionada.

 Vamos Hazell, el tiempo pasa volando – La voz de mi mamá me saca de mis pensamientos.

Su rostro muestra la misma emoción que puedo tener yo, sus rasgos son tan parecidos a los míos a excepción de mi cabello que fue concebido por mi abuela. Su sonrisa se expande cada vez más como si la que cumpliera fuera ella y no yo, sus ojos azules, del tono más suave posible brillan con entusiasmo. No la hago esperar más.

Desgarro la caja que tengo en mis manos y mi respiración se tranca sin poder evitarlo, ¿Siquiera cómo se respira? Deje de preocuparme por eso en unos minutos. Imite a mi mamá, la acompañe en su emoción, salte de mi lugar y corrí a abrazar a mi padre.

El arco junto con el estuche de flechas yacía en la mesa esperando ser usado por mí, me acerque y tome el arco, el lema familiar tallado con cuidado.

"No te duermas al perder una batalla, despierta con toda la energía que tengas e impúlsate a buscar la victoria" la madera se veía limpia y las flechas pulidas. Era lo mejor que había recibido.

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