CAPÍTULO 2°: "LA FÁBRICA"

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Salgo corriendo del baño como alma que lleva el diablo dentro. La persona que haya dejado esa nota en la cabina del baño, en el que estaba yo hasta hace unos segundos no debe estar muy lejos de aquí, solo han pasado...¿dos minutos? ¿tres?. No lo sé, no estoy muy segura, tengo la certeza de que desde hace unos meses mi tiempo pasa mas lento al del resto de terrícolas que habitan este mundo. Alguna vez me he llegado a plantear si realmente yo soy humana; aunque no me hago mucho caso puesto que me imaginé un disparo. Pero no, ahora eso sé que fue cierto; sé que hay alguien suelto en alguna parte del planeta, alguien de un metro ochenta y cinco y ojos color tormenta, que intentó matarme o al menos asustarme, y si fue esto segundo juro que lo consiguió hasta el punto de perder totalmente mi cordura, o eso piensan mis padres, familiares en general y "amigos".

Giro mi cabeza a ambos lados en busca de alguna silueta que no me resulte familiar y correr tras ella. Pero no, los pasillos están tan vacíos que hasta se podría hacer eco de un suspiro.

Ando rumbo a la salida. Definitivamente no me apetece ir al instituto, al menos no hoy; total, hoy íbamos a haber dado poco puesto que es el primer día de clase. Salgo ante la cegadora luz que el sol desprende y camino sin dirección. Necesito meditar lo que me acaba de pasar hace menos de diez minutos, necesito concentrarme en el olor de después, en su caligrafía, necesito tener algo a lo que agarrarme y que arrastre de mí hacia la superficie de lo que creo que es mi locura.

Saco de la mochila una libreta de pasta gruesa, de hojas viejas, tacto suave, olor a canela y me pongo a escribir lo ocurrido. Hago esto por si alguna vez me borrasen la memoria tener presente lo que sufrí en mi anterior...¿Vida?

Estoy a punto de comenzar a escribir, a punto de posar el lápiz en el papel y deslizarlo por la llanura, cuando alguien me arranca el cuaderno y la mochila de las manos. El tirón es tan fuerte que caigo al suelo, y lo poco que tardo en levantarme, los dos segundos que pierdo poniéndome en pie, son dos segundos que le regalo a el ladrón que corre calle abajo con mis pertenencias, con mi memoria prendida del brazo. Comienzo a correr como si me fuera la vida en ello, me da la sensación de no tocar el suelo con los pies, de estar volando (nunca imaginé que volar diese tanto cansancio, igual o más del que me produce hacer el test de Cooper en la clase de educación física).

Casi ya no tengo aliento suficiente y mis pulmones reclaman aire, cuando mi objetivo gira a la izquierda hacia una calle que no tiene salida ¡Qué mierda! Son solo veinte pasos más y torcerás y cogerás tu libreta y te largarás de donde quiera que estés. Eso es otra ¿dónde me encuentro ahora mismo? Llevo como diez minutos corriendo...¡10! ¿10? Guaus. Cojo fuerzas de flaqueza y corro hacia la calle sin salida. Nada más torcer la esquina me quedo paralizada.

Un enorme edificio se levanta del suelo, de un suelo sucio, asqueroso. Veo que la figura a la que perseguía no se encuentra fuera, con lo cual, obviamente, queda una sola opción (ya que no creo tenga superpoderes y pueda camuflarse o algo parecido) ha traspasado aquello que no tiene ni dignidad a llamarse puerta. Respiro hondo y decido adentrarme en aquel edificio que tiene, mas bien tenía, pinta de ser una fábrica, pero supongo que eso fue hace mucho tiempo ya que ahora solo queda un edificio mohoso, con olor a quemado y que casi de un soplido podría quebrarse y dejarme aplastada dentro de él. Me medito de nuevo la idea de pasar, me quedo frente a la puerta, miro el interior con incertidumbre. Tras unos segundos más de duda decido entrar, si muero no creo que nadie vaya a echarme en falta.

Doy un paso al frente muy decidida y me adentro en aquel edificio. El ambiente es húmedo y nada más entrar uno olor apestoso huelo. Ando cuidadosamente como si aquel suelo se fuera a resquebrajar en cualquier momento y se abriese una grieta que llevase directa a la lava que existe en el núcleo terráqueo. Continúo caminando por lo que parece ser la nave principal: es oscura, amplia, fría. Un continuo goteo es lo único que acompaña a mi respiración aun alterada. Solamente la luz que penetra por una ventana alumbra mi camino, que cada vez se aleja más de la segura y luminosa calle.

Me aferro a la poca valentía que corre por mis venas, cojo aire, abro la boca y grito:

-¿Hay alguien ahí?- estúpida, estúpida y estúpida, como si el delincuente, que está agotando mi paciencia, fuese a responder algo.

De repente escucho algo detrás de mí y esta vez, en vez de darme la vuelta sigilosamente, me giro brusca y con empeño, que se me haga notar y para quién sea el que está detrás de mí, vea que no estoy hecha de seda si no de cuero. Pero, para bien o para mal, solo es un gato negro de ojos verdes flaco, despeinado y de malas pulgas, así que decido seguir mi camino. Doy media vuelta y prosigo caminando.

Voy ensimismada mirando el techo, que podría derrumbarse en cuestión de segundos, cuando noto que empiezo a caminar por un suelo más térreo. Bajo la vista al suelo y me doy cuenta de que esa arena esta posicionada estratégicamente, de una forma muy concreta. Un soplido de aire caliente arrastra consigo polvo y hojas secas del otoño pasado o incluso ya de este, miro al frente aún confusa, buscando una forma de descubrir que es lo que hay dibujado con tierra en el suelo, cuando mi cara se pone en medio de la trayectoria de un folio que acto seguido choca contra ésta. Recojo el papel que se ha deslizado por el aire hacia el suelo, me doy cuenta de que algo hay escrito y empiezo a leer el mensaje. Éste, a comparación del anterior, está escrito a ordenador o incluso a máquina de escribir, aún así huele a quemado y, es más, está quemado, razones que me dan a entender que son de la misma persona que me envió en los baños ese otro papel; ¿pueden ser el mismo? ¿Puede que mi ladrón particular y mi mensajero, también particular, sean cómplices o incluso la misma persona? Leo con atención la nota de únicamente tres palabras: Mira hacia arriba. Observo detenidamente el papel. Hay un pequeño garabato en la esquina inferior derecha. Me fijo mejor y entonces mi corazón de un vuelco, un vuelco que por la inercia vuelve a estar derecho pero viajando de mi pecho a mi garganta. Ese circulo con esa flecha...ese "tatuaje" yo ya lo he visto antes. Miro para arriba y entonces no solo es el corazón el que está en mi garganta, si no que también el estómago, el intestino delgado, el grueso, el esófago y el resto del aparato digestivo están haciéndole compañía. Leo atentamente la frase que hay escrita con arena en el suelo por su reflejo en un espejo colgado del techo -Qué extraño, ese espejo no lo había visto antes- "No quieras saber quién eres, te recuerdo que no te gustará."

Y es cuando todo encaja como piezas de un puzzle. Mi mensajero, mi ladrón y mi presunto agresor son la misma persona.

Nada más aclarar todo y querer empezar a correr, alguien me da un empujón por la espalda y me tira al suelo. Antes de que quiera darme cuenta, me agarra los brazos y me tapa la cara con algo. Y entonces ya no veo, no me muevo, no oigo ni pienso. Me han dormido.

* * *

Abro los ojos parcialmente, es mucha la luz que inunda el sitio donde sea que esté; me intento incorporar y mi boca se abre pronunciando un quejido, me duele todo. La boca me sabe a todo menos a buen presagio. Estiro las piernas y es entonces cuando me doy cuenta de que estoy descalza...descalza y con otra ropa.

¿Dónde estoy? ¿Qué hago yo aquí? ¿Dónde están mis zapatos? ¿Mi ropa? ¿Y mi libreta? Estoy confusa. Giro la cabeza y me encuentro con esos ojos color tormenta que, curiosamente, tanto me atormentan y otra duda brota de lo más profundo de mí ¿Quién es aquel monstruo que tengo enfrente de mí?

No puede ser, esto...esto debe de ser un sueño. Eso o...estoy secuestrada por alguien que primero me intenta matar, luego me asusta, a continuación me roba, y por último, antes de estar como estoy, me tira al suelo. Esto tendría que escribirlo en mi libreta. ¡Mierda! Mi libreta con aroma a canela, ¿Dónde est...

-Buenos días. Recuperará su libreta pronto, pero antes, usted tiene que venir conmigo- pronuncia aquel hombre de metro ochenta y cinco, ojos grises y tatuaje en la muñeca izquierda, la contraria a la que un día apretó el gatillo.

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Este capítulo va dedicado especialmente a una de mis malacitanas/malagueñas preferidas, la única e incomparable Paula Díaz (Rubiia16).

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