CAPÍTULO 5º: "MIEDO"

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Los días comenzaron a estabilizarse y la normalidad comenzó a amanecer, junto al sol, cada mañana. Soy prácticamente feliz. No más mensajes extraños, no más secuestros, ni más balas, ni más hombres con ojos color tormenta, no más rarezas en mi vida. Todo comienza a rozar una imperfección perfecta. Únicamente mi abuela y yo en esa pequeña casa en mitad del campo. Solo algún sueño atormenta, aún, mis noches, pero que gracias a quien creó el día, desaparecen con la llegada de éste. Todas las mañanas tengo que recordarme que estoy viva, que la gran pesadilla ya acabó. Vuelvo a ser una adolescente normal, con mis tonterías de por medio, con mis intentos de bipolaridad, con todo lo que conlleva ser una chica de 15 años.

He intentado ponerme en contacto con mis padres pero no hay cobertura aquí. Me gustaría hablar con ellos, simplemente.

Ahora hay otra preocupación que me invade y es el hecho de que mi abuela parece estar perdiendo la cordura. Habla la mayor parte de las noches sola en la cocina mientras recoge la cena. También creo que está enferma, se ve pálida y hay muchas veces que se tiene que sentar porque dice que se siente muy agotada, rezo porque sea la vejez y no una enfermedad lo que tiene.

De nuevo la luna acompaña mi noche desde el cielo inmenso y oscuro. Desearía tanto volver a casa, la estancia aquí se me está volviendo muy pesada y empiezo a creer que mi abuela me tiene, de alguna forma, secuestrada. La última vez que vine a esta casa recordaba una radio en la pequeña cocina y un teléfono que funcionaba con el que me comunicaba con mi madre prácticamente todos los días; pero ahora es como si viviera en una especie de época medieval con bombillas, porque no hay teléfono, ni radio, ni si quiera está la vieja chatarra que mi abuela tenía como coche. Y sí, hay una televisión considerablemente nueva pero no alcanza la señal de ningún canal, con lo cual solo la usamos para ver películas que ya comienzan a repetirse.

Me gustaría decir que estoy bien pero no es así, empiezo a agobiarme, hace semanas que no veo una cara que no es la de mi abuela. Las noches comienzan a ser cada vez más largas y el sol acompaña menos mis días. Tengo la terrible sensación de no estar en verano, la temperatura es propia de un mes de Noviembre cálido, pero es, como digo, temperatura de noviembre y no de agosto. ¿Y si en realidad esto es el sueño y lo de hace un tiempo es en realidad la realidad? ¿Estaré en coma? ¿Me estoy volviendo loca? Sí, lo último es indudable, la lucidez no forma parte de mí.

Decido darme un baño. Entro en el pequeño cuarto de baño, enciendo el grifo de la bañera y mientras retiro el albornoz que llevo puesto; me meto dentro de ésta y cierro los ojos mientras dejo que el agua cubra mi cuerpo. Respiro hondo e intento relajarme recordándome que ahora estoy a salvo, que ya no hay nada de lo que me deba preocupar, que todas esa preguntas que me hago son estúpidas. De ninguna manera mi abuela me quiere encerrada en esta casa, que no tenga contacto con el mundo exterior es una casualidad más. Que no haga calor es algo normal, tal vez el tiempo esté cambiando y a partir de ahora los años comiencen a ser más fríos. Y tal vez el coche está reparándose, o traigan uno nuevo que sustituya al antiguo, pronto.

Una vez dado el baño decido cenar y a continuación sin más demoras me iré a dormir, que tengo sueño. Entro en la cocina donde la cena ya está puesta sobre la mesa. Mi abuela se encuentra echando agua a los vasos y cuando me ve a entrar me saluda amablemente.

-Sam, querida, creía que ibas a tardar más.- me dice dejando el jarro de agua sobre la mesa.

-No, es que tengo mucha hambre ¿qué hay de cena?

-¿No lo estás viendo, Sammy? ¿Por qué preguntas?- dice ella arrimando su silla al tablero de la mesa. Me acerco y yo también me siento mientras miro con gran apetito el trozo de tortilla de patata que tengo enfrente y el lonchado de queso de al lado.

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