Segundo libro de la saga amores.
Ana María y Rodrigo han vivido siempre a la sombra de sus hermanos mayores, los chicos perfectos... hasta este momento.
Para su desgracia, el único error que sus hermanos cometieron los ha condenado para siempre.
¿Po...
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Empiezo a odiar Francia con todas mis fuerzas y también el no haber estudiado francés como me sugirió madre ¡nadie entiende lo que digo! Y para colmo tampoco les entiendo, aunque creo de todos modos no serán de mucha ayuda para encontrar a una española fugitiva, menos si ven mi aspecto y con un niño en brazos.
—Señorita —¡Al fin alguien habla mi idioma!— Creo que se quien puede ayudarle.
—¿De verdad? —No conocía al señor que se ofreció a ayudarme, pero era lo de menos— ¿Conoce a la chica que ando buscando?
—No señorita, me mal entiende, yo no se donde está su amiga, pero tengo una conocida que puede ayudarla.
De repente Roy comenzó a llorar y no supe que hacer, había una mala vibra en el aire y con una fría cortesía rechacé mi pase a poder encontrar a Cassandra, si algo que me habían enseñado mis padres era a no confiar en todas las personas, aunque en Francia no me conocen de nada y no saben quienes son mis padres.
—Como quiera señorita —dijo un poco ofendido, lo siento señor, no me gustaría acabar en un prostíbulo.
Para mi suerte, Roy se calmó, siento que este niño puede sentir el peligro, Cassandra y Massimo si que supieron cómo hacer a su hijo, lo acomodó mejor y salgo del café al que entre a preguntar, ahora debo encontrarnos un lugar para dormir con el poco dinero que tengo.
—¿Qué haremos Roy? ¿Por qué tu mamá será tan difícil de encontrar?
Camine por las calles de Toulouse buscando alojamiento cuando pase por una casa de alta costura y por primera vez quede prendada a un vestido rojo que está exhibido, tanto que no me fije y termine chocando con una persona, menos mal que Roy ni se inmutó.
—Disculpe...—Me fijo más en ella y exclamó sorprendida— ¡Cassandra!
Al parecer mis plegarias habían sido escuchadas, ambas nos quedamos viendo una a la otra sin decir nada, hasta que el oportuno Roy le dio por tener un ataque de llanto.
—No llores, pequeño —Le rogué como si pudiera escucharme mientras lo mecía, Cass seguía sin decir nada hasta que salió de su letargo, arrebatándome al bebe.
—Mi pequeño Roy —dijo entre lágrimas mientras lo besaba y abrazaba, él al notar el calor de su madre se calmó casi de inmediato, supongo que eso era lo que quería desde un principio, que su madre lo cargara—. Ana ¿Cómo es posible...?
—¿Te molestaría que fuéramos a tu casa? No creo que a Roy le haga bien estar afuera a estas horas —Rogué casi desesperada por poder sentarme después de casi tres o cuatro horas caminando.
—Claro, tienes razón, sígueme ¿te molesta si yo...? —No terminó su frase, pero claro que entendí.
—Es tu hijo Cass, jamás te lo negaría —Sonreí y ella me correspondió mientras comenzaba a caminar.
Ahora era cuestión de que la suerte siguiera de mi lado.
(...)
El hogar de Cassandra no era muy grande, aunque considerando que solo era ella, pues le quedaba perfecto, y para mi buena fortuna, no parecía haber nadie a quien rendir cuentas.
—¿Tienes casero o algo así? —fue mi primera pregunta.
—Solo la persona me que cobra a principios de mes, pero no trates de cambiar el tema ¿cómo es posible que Roy y tu estén aquí?
—Es una larga historia.
—Pues tenemos mucho tiempo —Toma asiento y me hace señas para que haga lo mismo.
—Veras...¿Recuerdas a Rodrigo?
—¿El hermano de Alexander? ¿El chico lindo que me ayudó a cruzar la frontera?
—Ese tipo es todo menos lindo —gruño y ella ríe divertida— ¿Dije algo gracioso, Cassandra?
—Es que estoy casi segura de que él piensa casi lo mismo de ti, si son tal para cual —sonríe, pero casi de inmediato borra esa sonrisa de su rostro—, pero eso no me dice nada de porque están tú y mi hijo aquí ¿Le ha pasado algo a Juliette? —se para de un salto alarmada, asustando al niño de paso por su brusco movimiento.
—Relájate, mi hermana está bien, bueno lo que uno podría considerar bien, estando encerrada en su casa bajo reposo médico y bueno, yo...—aprieto mis labios buscando las palabras correctas— Huí de casa —Ir al grano siempre es lo mejor o al menos eso aprendí de Juliette.
—¿Cómo? ¿Nadie sabe que estás aquí? ¿Y Massimo sabe que Roy está aquí?
Hago una mueca al recordar al soldado Renzi.
—Cass, para empezar, respecto a Massimo...¡Oye! ¡¿Que haces?! —inquiero asustada al verla tomar el teléfono.
—Llamar a tu casa o mínimo a Massimo,debe de estar preocupadisimo.
—Por su botella de alcohol —digo entre dientes.
—¿Disculpa?
—Nada, nada, ya sabes yo siempre en las nubes, pero por favor no llames a nadie.
—Ana, tus padres...
—¡A ellos menos que nadie! —digo ya muy exaltada— Por favor Cass, no quiero regresar a España.
Ella suspira y soba mi espalda.
—Cuéntame ¿qué te tiene así? Antes nombraste a Rodrigo ¿él te ha hecho algo que tú no quieras?
Suspiro y seco las lágrimas que estaban ansiosas por salir de mis ojos.
—Directamente no, pero...¡Joder! Toda la culpa es de Juliette y Alexander y de ese tonto de Rodrigo por no negarse.
—¿Negarse a que?
—A nuestro casamiento.
Ella abre sus ojos sorprendida.
—¿No eres muy joven para pensar en eso?
—Dile eso a mis "adorados padres" —Digo con el sarcasmo destilando por toda mi boca.
—Bueno al menos Rodrigo es de tu edad, imagina que te hubieran querido casar con un anciano que podría ser tu padre.
El solo imaginarlo hace que haga una mueca de asco y debo decir que viéndolo de ese lado, al menos tuve suerte en ese aspecto.
—¡Pero yo amo a otra persona! —Terminó por explotar— Se llama Vicente Almagro y es...—suspiro— Es el amor de mi vida.
—Yo insisto en que estás muy pequeña para decir que alguien es el amor de tu vida.
—¡Casi soy mayor de edad!
—Ana, bueno ¿Y que piensas hacer si no quieres regresar a tu casa?
—Hablaré con él para comenzar una nueva vida aquí en Francia.