Segundo libro de la saga amores.
Ana María y Rodrigo han vivido siempre a la sombra de sus hermanos mayores, los chicos perfectos... hasta este momento.
Para su desgracia, el único error que sus hermanos cometieron los ha condenado para siempre.
¿Po...
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—Corran, antes de que estos tipos se arrepientan —Nos jalaba Massimo fuera de las celdas donde estábamos— ¡Alex! ¡O le apuras o te dejo!
—Massimo tranquilo que Héctor ya ha hablando con ellos y prometió enviarles nuestros pasaportes.
—Un poquito de respeto Rodrigo —me regaño mi hermano— ¿Vamos a Paris directamente?
—No creo que Cassandra esté ahí —refutó su ¿esposo? Bueno su compañero, la verdad no se que son esos dos.
—¿Por qué estás tan seguro?
—Porque Paris esta lejos y ella jamás se separaría tanto de su hijo.
Tanto Alexander como yo vimos a Massimo con la duda reflejada en nuestros ojos, esa teoría era muy descabellada, pero pues por algún lado tendríamos que empezar.
—Entonces ¿A donde propones ir? —pregunté.
—Toulouse.
—Tengo la impresión de que eso es más bien porque tú no quieres ir tan lejos —le dijo mi hermano entrecerrando los ojos.
—El caso es encontrar a tu cuñada y de paso a Cassandra, sea en Paris, en Toulouse o en el puñetero fin del mundo, lo importante es eso.
Ante esa lógica ni Alex o yo pudimos refutar algo, lo importante, tal y como él decía, era encontrar a Ana María.
Aunque tenía la sensación de que ella no quería ser encontrada.
(...)
Me duelen los pies y estoy seguro de que si sigo escuchando a mi hermano pelear con Massimo voy a perder la cabeza, a buena hora dejamos estacionado el auto para caminar.
—¡Qué no es por aquí!
—¡¿Y tú qué sabes?! ¡Has estado en Toulouse tantas veces como yo! Aparte la señora...
—¡La señora estaba deslumbrada por ti, Alexander!
Ya, esto ha sido suficiente, me alejo de ellos en busca de algún lugar para descansar o mínimo para ya no escucharlos, sonrió al encontrar una fuente con una pequeña banqueta donde podía sentarme y estaba lejos de ese par.
Me acosté viendo el cielo pensando en Ana y sus motivaciones de querer irse de España ¿Tan infeliz era? O quizá...¿Hay alguien? Si así fuera, nuestro matrimonio sería su ruina y yo no podría vivir con el temor a ser el marido cornudo que no puede controlar a su mujer.
Mi abuelo siempre nos decía: "Un hombre que no puede controlar a su esposa no puede llegar lejos en la milicia" y eso yo me lo tomaba muy enserio.
Estaba tan ensimismado en mis pensamientos que no noté que alguien se sentaba a mi lado, hasta que sus sollozos fueron imposibles de ignorar.
—¿Esta bien? —Note que era una mujer, pero grande fue mi sorpresa al ver la cara llorosa de Ana María volverse en mi dirección ¿qué le había pasado?
—¿Qué haces aquí, Salvatore? —Ella trataba de limpiarse las lágrimas, pero era muy tonto tratar de ocultarlo, algo me impulsó a acariciarle la cara y limpiar sus lágrimas— ¿Qué haces, tonto?
—Una mujer tan bonita como tú no debería llorar —digo con simpleza, a mi nunca me ha gustado ver a las mujeres llorar, sean quien sean.
—¡Ja! No te creo ¡Todos los hombres son iguales! Unos mentirosos de primera —Tiene la nariz roja, se ve adorable, pero sus palabras me hacen fruncir el ceño.
—¿A que te refieres? Puede que sea un capullo, pero nunca digo mentiras ¿qué te pasó?
Ahora quien tiene el ceño fruncido es ella.
—¿Y por qué debería contarte? —Suspiró, ni en estas circunstancias, Ana es incapaz de dejar de ser tan borde.
Me levanto, no se porque pensé que este momento sería diferente.
—¿A dónde vas? —Me dice enojada ¿Quién la entiende?
—No es de tu incumbencia.
—Espera —me toma por la camiseta— ¿Qué haces aquí?
—Estaba descansando.
—Sabes a lo que me refiero.
Vuelvo a suspirar mientras pasó una mano por mis cabellos, pensé que podía evadirla.
—Te contaré solo si tú también me cuentas porque estabas llorando.
Ella parece pensarlo por un minuto pero termina asintiendo.
—Bien —comienzo, tras pensar un poco en cómo podría contarle toda nuestra odisea— Estamos aquí por ti, Ana María.
—¿Estamos?
—Si, Alex, Massimo y yo, pero de una vez te digo que yo fui traído a la fuerza.
—Debí suponerlo, tú me odias, aunque no se que hace Massimo aquí.
—Te llevaste a su hijo ¿recuerdas? Y no te odio Ana.
Ella me mira confundida.
—¿No?
Me rio por su inocencia.
—¡Claro que no! Eres exasperante y medio loca, aunque creo que eso viene de familia, pero el caso es que no te odio.
—¿Sabes? Yo tampoco te odio, solo me desesperaba que obedecieras siempre a tus padres.
Uff si me conociera...
—Bueno, eso no es el punto, la cosa es que tu familia está vuelta loca buscándote y nos han mandando a Alex y a mi (con Massimo de colado) a buscarte.
—¿Cómo dieron con mi paradero?
—Eso no podría contestártelo, ya te he dicho que yo solo fui arrastrado por el loco de mi hermano.
—No me imagino a Alex atravesando la frontera solo por mi.
—Lamento romperte las ilusiones pero lo hizo por Juliette.
Ella me dio una triste sonrisa.
—Ellos se aman de verdad...los envidio.
Eso despertó la curiosidad en mi.
—¿Esa es la razón por la cual llorabas?
Ana desvió la mirada, pero tomé su mentón delicadamente para poder conectar el negro de mis ojos con los marrones de ella, vi un gran dolor.
—Dime ¿qué te pasó?
Inesperadamente me abrazo y no pude hacer más que regresarle estrecharla entre mis brazos, era raro, pero por primera vez me sentía completo ¿qué me estaba pasando?
—Me engañaron, Rodrigo...él... —pongo un dedo en su labios.
—Sea lo que sea que te haya hecho no merece tus lágrimas, Ana, no llores —seco sus lágrimas con mucha paciencia, jamás la había visto llorar y no me gusta, pero se ve tan frágil...ella acerca su rostro al mío y soy incapaz de resistirme.