4. La cueva de Gea

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NICO

Nico no sabía qué le había pasado por la cabeza al confesarle su mayor secreto a Reyna.

Bueno, lo sabía hasta cierto punto. Ella había sido la primera persona en mucho tiempo que le inspiraba confianza. Además, sentía que ya no aguantaba más con el peso de sus sentimientos. Creyó que había encontrado la persona, el lugar y el momento en que estaría seguro sin necesidad de mantener apariencias.

Enseguida notó su error y se arrepintió de su accionar, porque la cara de Reyna se trastornó al instante, como si estuviera tragándose una pelota de golf que había caído en el excusado.

—¿¡Que tú qué!?

—Shh, baja la voz. —Él miró con nerviosismo a su alrededor—. No es algo de lo que esté muy orgulloso.

Nico sentía que sus mejillas quemaban. Volvió a mirar a Reyna, quien había adoptado una expresión de pura desgracia y remordimiento. ¿Tanto le importaba?

Ella abrió la boca para decir algo, pero Hedge la interrumpió.

—Ya terminé. Debemos marcharnos ahora, la estatua puede estar en peligro.

—Sí —se apuró a decir Nico—. Tienes razón, debemos volver.

No podía creer lo que había hecho, la actitud de Reyna decía mucho. Lo había arruinado todo, tal como siempre. ¡Por los dioses! Le gustaba un chico, cosa que él también era. Y se lo había contado a una chica que apenas conocía. No podía culpar a Reyna. No era algo normal, mucho menos en un semidiós.

Se levantó y sin esperar a nadie, corrió fuera del restaurante, rumbo al lugar donde habían dejado la estatua.

—¡Nico, espera! —gritó Reyna por detrás.

—¡No tan rápido, pastelito! —exclamó Hedge.

Nico los ignoró. ¿Para qué querrían alcanzarlo? ¿Qué iban a decir? ¿Que lo entendían, que lo apoyaban? No, no podían. Nadie lo hacía porque nadie era como él.

Sabía que aún tenían que terminar la misión juntos, pero ya no se sentía capaz de mirar a Reyna a los ojos.

Una mano se posó en su hombro.

—Nico... —Era ella—. Espera, por favor.

Nico la sacudió.

—Déjame solo —espetó con frialdad, para luego salir corriendo de nuevo.

Esta vez Reyna, no intentó seguir su ritmo. Nico podía escuchar sus pisadas junto con las de Hedge cada vez más lejanas, perdiendo velocidad.

Cuando llegó hasta su objetivo, paró en seco. Había una mujer allí, esperándolos.

—¿Q-quién...? —empezó a decir, pero se quedó con la pregunta en el aire.

Era obvio que no era una mortal, y observándola con claridad, creía saber con certeza quién era. Y eso no era precisamente tranquilizante.

La mujer lucía gafas de sol aunque fuera de noche, y utilizaba un turbante africano de colores chillones para envolver su cabello.

Imposible. Si ella era quien Nico sospechaba, debía estar pudriéndose en el Tártaro, después de que Percy la destruyera cuatro años atrás.

La mujer sonrió.

—Veo que me reconoces, semidiós, es muy tierno de tu parte.

En ese momento Reyna y Hedge llegaron.

—¿Qué pasa aquí? ¿A quién debo matar? —preguntó el sátiro mientras balanceaba su porra y miraba a todas partes.

—¿Qué...? —Reyna reparó alerta en la mujer.

La ira de la tierra  [HoO Alternative #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora