REYNAReyna corrió hasta la estatua.
En el camino reparó en un cielo con tonos rojizos apareciendo sobre el oscuro azul nocturno. Comenzaba el amanecer, el sol ascendía rápidamente.
Divisó la estatua a unos diez metros de distancia, los rayos solares matutinos hacían brillar su piel de mármol blanco y sus accesorios dorados.
A unos pocos metros se detuvo en seco. Una extraña sensación invadía su cuerpo.
Reyna caminó como hipnotizada hasta quedar frente a frente con la estatua. Hizo una elegante reverencia, como si estuviera realizando algo para lo que se había preparado toda su vida.
La Atenea Parthenos emitió un brillo potente. Reyna lo hizo también. Luego empezó a levitar hasta que estuvo a la altura del rostro de la diosa de la sabiduría. Su boca se abrió sola, soltando palabras que salieron como si se tratara de un discurso pre-ensayado:
—Yo, Reyna Ávila Ramírez Arellano, hija de Belona, diosa romana de la guerra; te ofrezco a ti, Atenea, diosa griega de la sabiduría, esta ofrenda de paz. Te libero para que puedas volver a tu hogar. En nombre de Roma, te traigo al lugar donde perteneces.
La estatua brilló con más intensidad, con una luz cegadora que hizo que Reyna cerrara los ojos. Poco a poco volvió al suelo y cuando abrió los ojos nuevamente, se encontró con la mismísima Atenea frente a ella, con el tamaño de un humano.
Vestía un chitón y armadura completa. El cabello oscuro y brillante le caía sobre los hombros, por debajo de un casco con forma de lechuza, y sus ojos grises brillaban con inteligencia.
Eran idénticos a los de Annabeth.
—Bien hecho, hija de Roma —le dijo—. Has cumplido con tu deber, me has devuelto a mi hogar y has actuado con sabiduría. Gracias a eso, tu pueblo se ha salvado junto con el mío. —Levantó los brazos—. Que reine la paz.
Dicho esto desapareció en una gran onda de poder dorado que se esparció por todo el lugar. Reyna notó el cambio enseguida, los ruidos de batalla cesaron.
Cerca de la escena, se hallaba un campista de Hefesto boquiabierto del asombro. Al ver que Reyna reparó en él, su mirada cambió del asombro al nerviosismo.
—Yo... había venido a ayudarte, pero veo que te la has arreglado sola —dijo sin mirarla a los ojos.
—No temas, no voy a hacerte daño —lo tranquilizó ella—. ¿Has visto todo?
Él asintió con más confianza.
—Sí, desde que llegaste. Vi como brillabas y decías aquellas palabras, cómo Atenea apareció y te felicitó y también cómo prometió paz mandando aquella onda mágica.
—¿La batalla ha terminado? —preguntó ella.
—Tal parece, las cosas se ponían difíciles. Nico y Hedge intentaban frenar a los bandos pero los romanos no querían escuchar, incluso algunos griegos los atacaban —respondió.
Reyna miró hacia el bosque. Ya no escuchaba ruido alguno de batalla, pero aún tenía un raro presentimiento. Debía encontrar a Nico.
NICO
Nico continuó peleando tanto con romanos como con ciertos griegos.
Algunos comprendieron sus intenciones y empezaron a seguir su ejemplo. La bendición de Hades llegaba a su fin, tal vez a causa del amanecer, por lo que empezaba a sentirse realmente agotado.
Había recibido algunos cortes y golpes leves por el cuerpo, pero no era nada de qué preocuparse. Lograron inmovilizar a muchos, aunque no los había contado.
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La ira de la tierra [HoO Alternative #1]
FanfictionAl salir de la Casa de Hades, los nueve semidioses presentes deben dividirse en dos grupos y tomar caminos separados. Nico, Reyna y el Entrenador Hedge acceden a transportar la Atenea Parthenos hasta el Campamento Mestizo y deberán pasar por muchas...