9. Una llegada inesperada

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REYNA

Nico estaba allí, en el suelo, junto a ella.

Le había dicho lo que ella más quería oír de su boca.

Pero él se había ido.

Cerró sus ojos y dejó de respirar justo después de confesarlo, sin darle oportunidad a Reyna de decirle que lo amaba también. Ella sujetaba su cuerpo inerte sollozando ruidosamente y no le importaba.

¿Lloraba como niña de tres años, y qué? Su amor se había ido. Lo sacudía y llamaba, pero no generaba ninguna reacción.

—¡Nico, por favor! —gritaba—. ¡Yo también te amo! ¡Te mentí! Me gustaste todo este tiempo. Perdóname, por favor —sollozaba sujetando su rostro, aferrándose a él.

—Te amo, y ni siquiera lo supiste —susurró mientras se acercaba más y besaba sus labios desesperadamente.

Sus labios aún estaban calientes. Daría todo por conservarlos, todo. Cuando tuvo que separarse, lo observó con tristeza.

El rostro hermoso del que se había enamorado ahora estaba limpio de emoción, sus ojos cerrados, su vitalidad apagada. La desesperación la inundó.

—¡Nico! ¡Vuelve! ¡Vuelve, por favor!

Lo abrazó nuevamente, como si eso pudiera cambiar algo. Había campistas a su alrededor, observándola, pero a Reyna no le importaba, se quedaría ahí toda la vida de ser necesario.

De repente, percibió un leve gemido y una respiración suave. Imposible. Tal vez se había vuelto loca, tal vez ya estaba imaginando cosas...

Aun así, se separó de Nico, volviéndolo a asentar con suavidad en su regazo. Le puso los dedos en la yugular.

Un segundo...

Dos...

Tres...

Nada.

Iba a sacar el dedo totalmente resignada, cuando sintió un leve latido, y luego de una pequeña pausa, otro.

¿Pero cómo?

—¡Esta vivo! —gritó a todo pulmón.

Debió parecer que había perdido la cordura, pero los campistas de Apolo no tardaron en acercarse para comprobarlo.

Un chico rubio de ojos azules abrió los ojos como platos mientras le tomaba el pulso.

—Es verdad.

Miró a sus compañeros con preocupación.

—Necesita ayuda inmediata, llevémoslo al campamento. —Se volvió hacia Reyna con una expresión indescifrable—. Haremos todo lo posible, sólo puedo prometerte eso.

Ella asintió lentamente con la cabeza.

Una chispa de esperanza era mejor que nada. No quería separarse de él, pero se obligó a hacerlo.

Los campistas lo acomodaron en una camilla y lo llevaron al campamento en un carro volador. Reyna lo siguió de cerca. No dejaría que se vaya tan fácilmente, ahora más que nunca.

Pocos minutos después llegaron a la enfermería, que estaba colmada de heridos. Reyna distinguió algunas caras conocidas. Para su desgracia, en una banca se encontraba Octavian.

Su sangre hirvió y la vista se le tiñó de rojo por la ira. Quería llegar hasta él y torturarlo de una bonita forma romana hasta la muerte.

Sin embargo, recordó que un eidolon se había apoderado de su cuerpo. Por más que quisiera matarlo, no podía. No era justo, y ella no era una asesina.

La ira de la tierra  [HoO Alternative #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora