Las manos del mundo

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  Me considero una persona empática, de esas que se ponen en el lugar del otro e intenta ayudar a los más desfavorecidos, pero aunque procuraba poner siempre mi granito de arena, durante una época de mi vida estuve tan desencantada con la vida y con la humanidad que me desvinculé un poco.

  Seguía ayudando, pero no tanto como antes y es que mis circunstancias tampoco eran las mejores. Estaba en paro, apenas llegaba a fin de mes y aunque veía a gente aun peor que yo me lo pensaba dos veces.

  Un día recibí una llamada en la que me hicieron una entrevista para un futuro empleo y unos días después me hicieron el cara-cara. Me dieron el trabajo y estaba tan contenta que llamé a mi mejor amiga y nos fuimos a tomar algo para celebrarlo.


  No era de madrugada, ni muy tarde, pero en mi ciudad hay varios vagabundos y personas sin hogar que por la noche deambulan buscando un lugar donde acomodarse y dormir.

  Esa noche no iba a ser una excepción y al salir del bar e ir a buscar el coche, uno de ellos se encontraba sentado en un soportal, nos saludó y nosotras le devolvimos el saludo.

  De pronto un fuerte golpe nos sorprendió a los tres y al girarnos vimos que un coche había chocado con una moto y corrimos a intentar ayudar.


  Cuando llegamos la gente se arremolinada alrededor del motorista cuyo cuerpo estaba rodeado de un charco de sangre. Algunos llamaron a la ambulancia, otros a la policía y otros nos centramos en hablar con los accidentados para comprobar que estaban conscientes.

  Entonces la gente empezó a gritar y a alterarse, la presencia del vagabundo estaba poniéndolos aún más nerviosos y yo intenté que todos se calmaran.

  El vagabundo con toda la tranquilidad que permitía la situación y con una sangre fría envidiable observó la pierna del motorista y le hizo un torniquete.

- Se estaba desangrando-. Dijo simplemente y se marchó.


  La ambulancia no tardó en llegar y cuando ya estuvieron los heridos estabilizados y en el interior del vehículo, uno de los médicos felicitó al autor del torniquete y nos miramos unos a los otros.

  Antes de que se fueran me interesé por saber el hospital al que iban, para interesarme por la evolución de los dos y para contarle al chico de la moto quien le había salvado la vida.

  Unos días después pude acercarme al hospital, ambos heridos estaban bien y aunque el motorista estaba un poco más débil, por la pérdida de sangre, el peligro había pasado. Le conté lo sucedido y me pidió que le ayudara a buscar a su "salvador".


  Cuando Juan salió del hospital, a las pocas semanas, quedamos y buscamos al vagabundo durante unos días, preguntamos a otros e incluso fuimos a comedores sociales. Pero nadie sabía de él, como dice el refrán "era como buscar una aguja en un pajar".

  Habíamos perdido la esperanza, y nos lamentábamos mientras nos tomábamos un café, después de toda una tarde de búsqueda, cuando delante nuestra se detuvo un hombre y nos pidió un café.

  Levanté la vista y la cara se me iluminó, le hice señas a Juan y le pedimos al hombre que se sentará con nosotros. ¡Por fin lo habíamos encontrado, o mejor dicho, él a nosotros!


  Resultó que Juan era hijo de una persona con bastante poder adquisitivo y dueño de algunas empresas por la cuidad y la provincia.

  Le ofreció trabajo a Arturo, la persona sin hogar, y nos invitó a su casa donde celebraría una gran fiesta en su honor. Estaba en deuda con él y la mejor forma de compensarlo fue mejorando su situación.

  Ese día volví a creer en la humanidad y procuré no dejar de ayudar aunque mi situación estuviera mal.

FIN❤

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