CAPÍTULO 17. MUERTE DE LA PRINCESA

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El sonido de las pequeñas olas del agua me despertaron.
Me encuentro recostado sobre la tierra.

Todos los recuerdos que tuve la otra noche, vuelven a mi. En especial la huida de Xinantecatl.
¡Cobarde!

Me incorporo con mucho cuidado.
Todo el cuerpo se consume de dolor; Mi cadera, es lo que más me cuesta soportar.

Aún me cuesta creer como sobreviví con el golpe tan fuerte que me di en la cabeza.
Salgo del lodo, arrastrando todo mi cuerpo y apoyándome con los brazos y los codos.
Llegó hasta unos árboles, donde recargo mi espalda sobre el grueso tronco viejo.
A mi lado hay una hoja de hierbabuena, la tomó y le embarró una buena cantidad de arcilla para después colocarla en la herida de la cadera.
Tomó otra hoja y de nuevo embarró más arcilla y ahora la coloco en mi hombro.

Respiro lentamente tomando profundamente aire, cuando mire hacia el cielo, el dolor de la cabeza volvió aparecer.

Mientras estaba sentado, a un costado se encontraba un largo tronco partido a la mitad cubierta de musgo; de repente un bello ave de color verde y una cola muy larga se colocó ahí.
Un quetzal...

Es muy extraño que este animal se haya acercado tanto a mi.

-Jamas había visto un ave tan cerca de mí.
¿Que es lo que quieres?

El ave se acerca hacia acá dando pequeños saltos con sus delgadas patas.
Este llega hasta mi pierna derecha.

-Quizá te preguntes sobre lo que me pasó...

El ave extiende su ala izquierda y la coloca justo encima de mi herida.
Y en ese momento el quetzal comienza a cantar una bella sinfonía.
Después pasa hacia mi hombro y repite lo mismo.
Una vez hecho eso se vuelve a su posición inicial.

-¿Que hiciste?

Retiro la hoja con arcilla de mi cadera. Por motivos que no puedo explicar la herida ha desaparecido. Inclusive no hay marca de que haya estado alguna vez ahí.
Ahora retiro la hoja de mi hombro, que también ha sanado. No hay herida.

-¿Que fue lo que me hiciste quetzal?

El ave continua observándome por un pequeño rato. Hasta que por fin extiende sus alas y se va volando hacia la dirección de la ciudad.

Me incorporo y efectivamente. El dolor ha desaparecido.
Muevo mi brazo hacia adelante y atrás. Realmente no me duele más.

Ahora camino directo hacia donde fue la pelea con Quetzalcóatl. Esperando que alguno de mis compañeros continúe con vida.

Una vez que llegó ahí. Mis ojos se invaden con la muerte.

Todos mis compañeros están muertos, les han enterrado un cuchillo o posiblemente un hacha en su cabeza y en el pecho. Se encuentran sobre un enorme lago de sangre.
También pude notar que cinco de los hombres de Quetzalcóatl también murieron. La mayoría a causa de las flechas enterradas en ellos.

Esto no se ve muy bien. Ahora sí creo lo que habían dicho, sobre la llegada de Quetzalcóatl y el fin del quinto sol
El fin de nuestra ciudad...

Me preguntó donde se encuentran en estos momentos.
¿Donde se encontrará Quetzalcóatl?

Se me viene a la mente, todo el pueblo de Tenochtitlan. Ahogándose en sus propias lágrimas y pidiendo piedad hacia los dioses.

También...

¡Iztaccihuatl!

Debo ir hacia allá. No sé por qué, pero mi corazón comienza a latir muy rápido al mismo tiempo que tiene un mal presentimiento de todo esto...

Sin pensar dos veces, corro en dirección hacia la ciudad.

Mis piernas dan grandes pasos, trato de correr acompañada con la misma velocidad del viento.

Una vez que llegó, veo a muchas personas observando a la cima del templo mayor.

-¿Que ocurre?

Un pequeño niño moreno y cabellera oscura se acerca hacia mi paradero.

-¡Popoca! ¡Popoca!
-¿Si?
-Es la princesa Iztaccihuatl...
-¡¿Que le sucede?!
-Esta bañada en sangre señor.

No puede ser...

Corro a toda velocidad hacia allá, y subo las escaleras de dos en dos.
Mientras estaba subiendo, me topé con un largo cuchillo de piedra con el mango hecho de hueso. La punta está bañada de sangre.
Llegué hasta la cima...

¡IZTACCIHUATL, NO!

¡IZTACCIHUATL!

Mi bella amada, está rodeada de un charco de sangre proveniente de su estómago.

Camino hacia ella, y la cargo entre mis brazos.
Su cuerpo ésta invadido por el frío. Y tiene entrecerrados los ojos.

-¿Que hiciste mi amor?
-Popoca... Estás vivo.
-¿Por qué Iztaccihuatl? ¿Por qué?
-Te... Te creí muerto.
-No amor. Te prometí que volvería.
-Quería estar contigo... Por eso lo hice...

La respiración de Iztaccihuatl se empieza hacer más lenta.

-Tengo... Mucho frío.
-Iztaccihuatl, todo estará bien...
-Es hermoso amor...
-¿Que cosa linda?
-Ese lugar, veo a mi madre... Es un bello lugar, y lo mejor de todo es que no hay más dolor...
-Iztaccihuatl... Quédate conmigo. Quédate conmigo amor mío.

Iztaccihuatl abre sus ojos. Y me observa directamente, coloca su mano derecha sobre mi mejilla.

-Te amo... príncipe mío

Coloco mi mano sobre su mejilla derecha, acariciando su suave piel con mi dedo pulgar.

-Yo también te amo... Con todo mi corazón.

Iztaccihuatl cierra sus ojos y su respiración se detiene. Su mano que se encontraba en mi mejilla se dejó caer de forma violenta.

Acerco mi frente hacía ella. Mis lágrimas caen sobre su rostro.
Beso sus labios, con suavidad y delicadeza.
Acerco su cuerpo hacia el mío, y la rodeo fuertemente entre mis brazos. Acarició su larga cabellera, y continuo besando su frente.

-¿Que ocurre aquí?

Volteó hacia la derecha. Tezozomoc ha aparecido.

-¿Hija?

Tezozomoc cae al suelo y se coloca a su lados.

-¡Iztaccihuatl!

Tezozomoc desvía su mirada hacia mi.

-¡No sé suponía que estabas muerto!
¡¿Que le hiciste a mi hija?!

-¿Yo señor?
Jamás me atrevería a lastimaria...

-¿Cómo regresaste?

-Le platicaré eso después.

-¿Quién hizo esto Popoca?
-Al parecer ella misma señor.
-¿Ella? Lo dudo. Es imposible.
-Al parecer alguien le dió una falsa noticia sobre mi muerte.
-Xinantecatl llegó a la ciudad y me había dicho que habías muerto.
Al principio me costó creerlo, pero Xinantecatl me contó todo con determinación.
Yo quería decirle a Iztaccihuatl, pero al final Mele se lo dijo.

-No le hubiera dicho nada.
-Yo se lo comenté a Mele, pero nunca creí que ella se animaría para decirlo.
-¿Donde están ellos?
-No los he visto.
-Xinantecatl es un completo cobarde, posiblemente huyó.
-¿Y que hay de Mele?
-Mele... Supongo que hizo lo mismo.
-Debemos ir trás ellos, hay que capturarlos y...
-Eso no tiene caso Tezozomoc. Aunque lo hiciéramos eso no nos traería a Iztaccihuatl de vuelta.

-Tienes razón Popoca... Dejémoslo así.
-Es mejor que le coloquemos una hermosa ofrenda en su nombre.
¿No lo cree?
-Esta bien Popoca. Pero pensándolo bien, si me encuentro a Xinantecatl o Mele, de cualquier modo los asesinare. No dejaré que la muerte de mi hija quede en vano.
-Como usted diga...



EL BESO DEL VOLCÁN  [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora