Capítulo 2

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Derek volvió a llenar su taza. Se levantó, acomodó unas cuantas cosas, entre ellas libros, y después volvió a su lugar. Acercó una silla hacia el sillón donde descansaba el cuerpo y lo observó. Jamás había visto aquél rostro, se acordaría, y vaya que llevaba un rato en el negocio; a decir verdad desde que era pequeño y su memoria era excelente; podía presumirlo.

Venía de una gran linaje de cazadores, uno diferente al de Horace, con otro líder. Él estaba solo en una tierra, que sabía, era comandada en su mayoría por el fantoche de Horace, el siempre odiado por su padre y los representantes de su comunidad. A decir verdad, todos los grupos y diferentes linajes de cazadores eran rivales aunque tuvieran el mismo propósito en común.

Sonrió anchamente pensando en lo irónico que era haber crecido en una constante competencia con el clan de Horace siendo que ahora se había separado del suyo para intentar entrar en éste.

En los últimos años la fama de Horace había crecido, así como sus seguidores, esto debido a lo ocurrido cinco años atrás, después de todo fue él quien destruyó el poderoso y legendario nido; lo había reducido a cenizas, por ello muchos cazadores o nómadas, rebeldes, independientes, o incluso con otros ideales y jefes, tuvieron cierto interés en unirse a él, siendo el más prometedor. Inclusive sus hazañas habían hecho al mismo Derek independizarse y buscar más. Tenía que admitirlo, era un joven ambicioso y los cazadores más reconocidos y fuertes estaban o solos o con Horace. La idea de estar solo no le desagradaba y aunque sus ideales aún no fueran claros, tenía planeado intentar unirse a él con el propósito de aprender un poco para al final poder independizarse, volver con su propio linaje y sangre y entonces sí poder ocupar un buen lugar digno dentro la comunidad cazadora de sus padres y abuelos. Respeto, reconocimiento y poder era todo lo que quería.

Mientras más se hundía en sus pensamientos más se iba olvidando del mundo presente y de la realidad hasta que después de un rato pudo notar los ruidos que la chica había comenzado a emitir.

Se acercó. Miró el cuerpo, estaba temblando.

-Mamá...-susurró la desconocida arrastrando las palabras. -Anthony, Alexander... Fabiola... -susurró.

Aunque las palabras le costaban, los nombres que escuchaba eran claros.

Derek se acercó más a ella, seguía durmiendo, parecía que pronto reaccionaría. Se limitó a escuchar sin darle mucha importancia, sólo eran pesadillas.

Cuando abrió los ojos lo primero que pudo ver fue el oscuro techo. La cama era cómoda y las sábanas estaban limpias. Por el buen cuidado lo primero que pensó fue que se encontraba en un hospital.

Sintiéndose débil se sentó, bostezó y sintiendo unas punzadas en la sien descubrió las cobijas y observó el daño en su cuerpo. Su tobillo estaba vendado y eran pocos los moretones. Seguía vestida tal y como recordaba que estaba pero sus armas faltaban. Apresurada se levantó, paseó la vista por toda la habitación.

Unos grandes ojos grises con un toque de violeta y a veces plateados, la observaban con tranquilidad a distancia.

Se incorporó sosteniéndose de la orilla de la cama.

-¿Tú fuiste el que me trajo hasta aquí, no es cierto?

Derek levantó la vista, sereno, la dura comisura de sus labios se suavizó. Asintió.

-Fuiste atacada por un vampiro, y por su habilidad supe que se trataba de uno importante y muy viejo.- respondió con el mismo tono. -Pero eso ya lo sabías ¿no es cierto?

Sabía que también era cazadora. Eso tan sólo le recordó a la chica que todavía le faltaban sus armas.

-¿Dónde están...?

Ocaso EscarlataDonde viven las historias. Descúbrelo ahora