Capítulo 4

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El clima esta mañana era más cálido que de costumbre, por lo visto era un buen comienzo. Con una sonrisa que hacía mucho no usaba, una que expresaba emoción, salió del cuarto, entregó la llave y desayunó.

El día había llegado. Al anochecer haría escena.

Codujo durante un par de horas. Mientras más se acercaba la felicidad iba desapareciendo y los nervios creciendo.

Pasó el resto del día buscando un vestido que ponerse y no fue sino hasta al atardecer cuando encontró el indicado.

Volvió al nuevo hotel en el que ésta noche se quedaría y comenzó a arreglarse. La reunión era más bien una fiesta y sería de largo; idea que en lo personal no le desagradaba, hacía mucho que no salía a un evento de este tipo y el sólo imaginar la cara que pondrían los otros al verla la hacía querer lucir aún mejor.

Se miró en el espejo, ésta noche los impresionaría. Tomó un baño y sacó el vestido y los zapatos que había comprado.

El vestido era largo y de color dorado, los altos zapatos color café tabaco. Dejó su larga cabellera suelta con unos bellos rizos cayendo sobre su espalda. El maquillaje fue rápido y fácil de poner. Volvió a mirarse, lucía bien, mejor de lo que imaginó, pero aún faltaba algún brillo o joya.

Se sentó sobre la cama y vació su bolsa. Al fondo de ella estaba la pequeña caja, aquella que contenía el mejor regalo que jamás recibió, el anillo que su madre le dio. Con nostalgia lo miró, los ocho diamantes incrustados valían demasiado, pero no más que lo que significó el recuerdo del día en el que los recibió, el mismo en el que todo empezó. Ésta joya marcaba su último día como una humana común y corriente y simbolizaba el primero como lo que hoy era, una cazadora con ojos y sangre inmortal, e incluso simbolizaba el hecho de que amó a aquellos incomprendidos monstruos.

Se miró una vez más en el espejo, en él pudo ver su brazo izquierdo desnudo, aquél que tenía la larga cicatriz en forma de flecha que Henry le había hecho en su intento por que fuera una de ellos. Afortunadamente su largo cabello tapaba su cuello ocultando las cicatrices de mordiscos que recibió.

Pensó en las marcas que al haber estado con aquellos crueles seres le provocaron, aunque éstas eran menores que las que le hicieron a su corazón.

Puso el anillo en su dedo anular izquierdo, tomó su bolso y cerró la puerta.

Estaba oscureciendo.

La casa de Joule, donde se celebraría la reunión estaba a una hora de distancia. Llegó poco antes.

Todo el camino fue temblando.

Estacionó su auto, pensó en hacerlo lejos de los demás pero aquello sería esconderse y ya no lo haría más.

Se colocó más adelante, donde estaban los autos de los demás cazadores. Pensando en que nada podría echar a perder aquél esperado momento en el que se revelaba, salió del vehículo y caminó hacia la entrada. Alrededor había varios cazadores conversando entre sí, todos vestidos formalmente, y las pocas mujeres que había también llevaban vestido. Algunos voltearon a verla y los que prestaron atención se quedaban boquiabiertos. Algunos fruncían el ceño, nadie estaba seguro de que fuera ella, quizá la estaban confundiendo con alguien más y era de esperarse, ya no era la misma de antes.

Por donde pasaba las voces se trasformaban en murmullos y luego en silencio.

Tanto el terreno como la casa eran grandes y de buen gusto con vista al lago.

Frente a ella pasó una dama con un largo vestido rosa y un gran chongo rojizo. Involuntariamente se quitó de enfrente y volteó hacia otro lado intentando que no la viera, al menos no aún. No creía que Amelia también sería invitada, al menos Darío no había asistido, de haberlo hecho no sabía si hubiera tenido el valor para aparecerse. La esquivó y avanzó cada vez más nerviosa.

Ocaso EscarlataDonde viven las historias. Descúbrelo ahora