Capítulo 11

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Se levantó mucho antes que todos, o al menos eso creía ya que no escuchaba ni un sólo ruido. Como todas las mañanas, pensaba que tanto Elicia como César habrían salido a entrenar, lo que al mismo tiempo le daba cierta tranquilidad, también la hacía sentir cierto abandono e inutilidad.
Miró hacia la ventana que era una gran cortina de vidrio por la que podía ver todo el jardín. Probablemente era la habitación con mejor vista de toda la casa.
El ambiente, el viento, el clima, los suaves ruidos, todo ahí transmitía una gran paz.
Llamaron a su puerta.
Era alto, y probablemente las puertas algo bajas, tanto que tenía que bajar la cabeza para pasar.
Instintivamente sonrió al verla y sus grandes ojos grisáceos con un toque violeta se achicaron con el gesto.
Se acercó a él a paso lento y cuidadoso pues su rodilla aún dolía si se movía con rapidez.
Como siempre, olía bien, a maderas y fresco, y pese a la facha de cazador, que en su mayor lucía descuidada, en él siempre conseguía lucir varonil y bien.
De verdad le alegraba verlo, sentía como si no hubiera sabido nada de él durante semanas.
El joven leyó su expresión.
—¿Por qué esa cara? ¿Me extrañaste?
Ella rió armónica y naturalmente pensando en lo desesperada que debió verla.
—Ni un poco. –"¡Demonios, sí!".
—¿Te han tratado bien, cierto?– no podía evitar sentirse nervioso. Entre todo lo que traía en la cabeza, esa era una de las cuestiones que más le preocupaban.
Pese a sentir cierta tensión e incomodidad, no podía decir que se le hubiera tratado mal en absoluto.
Asintió.
—Descuida, sólo es temporal. Dentro de unos días nos iremos.– la conocía lo suficiente para saber que aún si tenía mil sirvientes a su disposición y todo a su alcance, no se sentiría cómoda al sentir que no lo había conseguido por mérito propio.
Ella nunca aceptaba nada de nadie, lo que la hacía inteligente y a la vez distante.
Derek era consciente de que tuviera el detalle que tuviera, aun así ella no lo aceptaría, y si lo hacía, a la mínima oportunidad buscaría saldar su deuda.
Era una joven difícil de tratar, y eso era lo que la hacía tan auténtica y atractiva.
—¿Hablas en serio?
—Pensé que era lo que querías.
—Sí, pero ¿no es este tu hogar? ¿no tienes ninguna responsabilidad aquí? – con ello revelaba lo que Elicia le había contado acerca del estado de salud de su padre.
Derek dejó de sonreír.
—¡Vamos a caminar!– se acercó a la salida. Sentía que tenía mucho de no verla.
La chica torció la boca, seguía evadiendo el tema, específicamente ese.
Hizo un ademán por levantarse y él se detuvo un segundo.
—Primero debes cambiarte.– entretenido miró de reojo el delgado y transparentoso camisón que traía puesto dándole un ligero vistazo a lo que había debajo sin poder evitarlo.
Se miró apenada.
—¡Derek!
Él soltó una carcajada y la esperó afuera sofocado.
Annete buscó nerviosa algo que ponerse y en la silla de descanso encontró la ropa que Elicia le dejó.
Mientras terminaba de acomodar lo demás pensó un segundo en lo ocurrido.
"De verdad me estaba viendo, ¿cierto? Sus ojos brillaron y estoy segura de que sonrió, así que por lo visto no le desagradó. ¿O sí?".
Sacudió la cabeza pensando que sólo eran tonterías y al final volvió a sonreír para sí.

Mientras caminaban por el pueblo miró a su alrededor.
Muchos lucían como simples panaderos o artesanos, pero por lo que sabía, todos en esa aldea, desconocida para casi todo el mundo, era en realidad una fortaleza, y todos y cada uno de los que pertenecían a ella había sido entrenados. Incluso las esposas e hijos de los cazadores, que aún si no planeaban llevar esa vida y seguir la tradición familiar, podían vivir dentro de esta por protección, mismo que también era opcional.
A lo lejos pudo escuchar la estruendosa risa de César, quien bromeaba con una señora y otros dos hombres.
Al verlos bajó la cabeza con cortesía pero sin la misma sonrisa.
—¿Por qué no pareció alegrarse tanto de verte? – preguntó Annete analizándolo. No era la primera vez que lo notaba.
Incómodo, Derek se rascó la cabeza.
—Digamos que al irme no di muchas explicaciones.
—Y supongo que él merecía una. ¿Por ser amigo de tu padre? – pensaba en voz alta intentando sacar una conclusión.
Derek avanzó.
—Algo así.
Annete hizo una mueca.
Caminaron durante un rato, parecía que se estaban alejando y lo confirmó cuando levantó la vista y ya estaban en la orilla del bosque, cerca del río.
Se sentaron sobre unas rocas con los pies en el agua.
El joven se movía con lentitud pues aún podía verla cojear.
—¿Por qué elegiste un lugar tan apartado de los demás si planeas que nos vayamos pronto? ¿Acaso no los echas de menos?– a su mente volvió la fotografía de los tres niños, unidos y la triste expresión en el niño de cabello negro.
Derek miró el cielo pensativo sin prestar atención a lo que había dicho, pues en su mente navegaba algo más importante.
—Pese a conocer a casi todos aquí desde toda mi vida, no sé por qué tenía urgencia de verte. Como si a pesar del tiempo, fueras aquí la única que me conoce en verdad.– susurró confundido. No era la primera vez que lo pensaba pero se estaba convirtiendo en una idea insoportable y que aún no se explicaba. —Este fue mi hogar, y hubo un tiempo en que todo era perfecto, mas esos tiempos quedaron atrás. Todos cambiaron cuando Salem murió...– aunque era impulsivo, siempre aparentaba tranquilidad pero cuando tocaba ese tema en automático su garganta y pecho comenzaban a doler y su vista a nublarse. Pero seguramente alguien tan fuerte como ella lo encontraría débil y como un compañero tonto y fácil de quebrantar.
Por supuesto, sus palabras causaban cierto temblor y conmoción en ella, más disimularía. No podía dejar que él viera lo que unas simples palabras podían causar en su rostro y alma.
"No puedo caer, no otra vez. Si lo hago terminare lastimada".– se repita la chica una y otra vez.
—No te entiendo, tu padre parece amarte. Su mirada no mentía, le causó dolor e impresión el volver a verte.– era bastante guapo, pero sonaba egoísta. O tal vez sólo era que en su caso aquella muestra de afecto era inmensa ya que la joven llevaba años sin recibir ni una fracción de la misma.
El cazador dejó escapar una pequeña risa burlona, todo el mundo creía eso.
—Se que lo hace, a su modo. Sin embargo, hay mucho que no puede perdonarse...– su mirada lució apagada.— Salem y yo entramos en formación desde los cuatro años. Desde el principio destacamos, sobre todo él, en quien siempre se tuvieron mayores expectativas puesto que era el primogénito y heredero.
Recuerdo que mi padre, pese a los reproches de mi madre, comenzó a llevarnos de cacería desde muy jóvenes, y aunque muchos creían que al ser tan chicos, resultaría como una experiencia traumática o que hasta podríamos estorbar, por el contrario, Salem mató a su primer vampiro desde el primer recorrido a la edad de nueve años. –sonrió para sí. Aún recordaba el enorme banquete que hicieron aquella noche en su honor. La mesa, las velas, las canciones que cantaron, la sonrisa en los rostros de sus padres. Todo era perfecto. —El tiempo pasó y seguimos siendo entrenados. Yo nunca fui tan bueno en el arte de cazar, no como mi hermano. Incluso siempre se pensó que cuando dirigiéramos a los otros cazadores, Salem se encargaría de los combates y yo de la planificación y estrategias.– sonrió resplandeciente. Él siempre estuvo contento de que su hermano fuera quien resaltara y el orgullo de Akhila y del linaje, por que él nunca aspiró ni quiso serlo. Siempre fue un niño diferente y su madre se enorgullecía de ello. Uno pensaría que Derek estaría celoso de Salem por ser el otro el centro de atención y el más hábil y reconocido al cazar, más nunca fue el caso. Por el contrario, Derek siempre estuvo orgulloso de él.—Él destacaba y yo nunca me tomé el entrenamiento en serio, no me interesaba. Ahora me arrepiento...– su rostro cambió a uno melancólico. —Quizá si en ese entonces lo hubiera hecho, habría tenido la fuerza para defenderme aquella noche en que un vampiro me atacó y Salem me salvó, perdiendo la vida. Si hubiera sido fuerte, aquello no habría pasado...

Ocaso EscarlataDonde viven las historias. Descúbrelo ahora