Capítulo VI: [Ejército no-muerto]

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Mis pisadas y las de mi compañera eran lo único que se escuchaba en el silencio de aquel oscuro bosque. Parecía que el suelo estaba bastante húmedo, sin embargo no recordaba que hubiese llovido hace poco, por lo que no tenía idea de dónde venía el agua que formaba charcos y dificultaba mi andar.

Me resbalé tres veces en el camino, mi compañera dos veces más. Fue un poco difícil el levantarse, ya que el barro complicaba el apoyarse del terreno para ponerse de pie y los árboles alrededor tenían una extraña resina que también los hacía algo resbalosos.

La voz que me llamaba se repetía constantemente en mi cabeza, cada vez la oía más cerca a medida que avanzaba, hasta casi parecer que alguien me hablaba directamente al oído. Me sentía mareado y me costaba el equilibrarme bien, el terreno no ayudaba a que mejorara.

Mi compañera parecía no reaccionar de la misma manera, ella se veía bastante bien, bueno, para ser una zombi, claro. Me miraba fijamente y me seguía a todas partes, no parecía saber hacia dónde nos dirigíamos, lo que era extraño. Era probable que ella no sintiera el llamado o que lo estaba ignorando.

Ya luego de caminar unos minutos, comenzamos a escuchar sonidos de gruñidos y pisadas a lo lejos. Aquello nos dio curiosidad y nos desviamos hacia el origen de aquella bulla. Bueno, en realidad, parte de mi cuerpo iba por curiosidad y por otra parte iba porque se movía involuntariamente.

Cuando llegamos a la zona, visualizamos un enorme claro dentro del bosque, con muchos camaradas zombis gimiendo alrededor. Decir muchos era en realidad una ofensa para hablar de cantidades. Éramos miles, todos repartidos en el claro y el bosque que lo rodeaba.

Algunos se saludaban chocando entre ellos, otros levantaban sus manos sin un patrón distinguible. Muchos se veían deteriorados, con grandes pedazos de piel faltantes o incluso sin algún miembro. El hedor ha de haber sido nauseabundo, por suerte mi sentido del olfato no se veía afectado por ello.

No hacía falta decir que la gran mayoría de ellos eran muy lentos y su inteligencia estaba por debajo de la mía. Tampoco es que yo fuera muy inteligente, pero al menos no chocaba contra los árboles o me golpeaba el rostro con mis manos repetidamente, como unos cuantos en el lugar.

Sorprendentemente, también había otros que se veían en un mejor estado y hasta sostenían y utilizaban armas con habilidad. Qué envidia, yo cuando intenté tomar el arma de un soldado, mis manos no pudieron afirmarla bien y se me cayó de inmediato, por lo que desistí de hacerlo. Tampoco era como si hubiese podido usarla para el combate, ni siquiera era capaz de ayudar a mi compañera de viajes a levantarse.

En el lugar había todo tipo de zombis. Algunos se veían viejos y demacrados, otros eran casi niños. Vi a caballeros de armadura y a muchos campesinos. Unos eran bajitos, tanto que de seguro eran una especie diferente a la humana, también vi a unos cuantos que medían cerca de dos metros de alto. Vi en un sector a unos camaradas que eran rápidos, tanto para caminar como para reaccionar a la presencia de los demás. Quise acercarme a este último grupo, pero mi compañera me detuvo.

— ¿Estos son todos? —escuché decir a un costado. Cuando volteé mi cabeza, observé a un grupo muy diferente al resto de no-muertos que había conocido hasta ahora. Eran un total de siete extraños seres.

Interesado, caminé hacia ellos, mi compañera me siguió esta vez.

A la izquierda había una especie de hombre-cerdo muy gordo, con suturas en la parte de la cabeza. Sostenía dos enormes machetes con sus sudorosas e hinchadas manos. Vestía una suerte de delantal blanco ensangrentado sobre una camiseta y un pantalón, ambos muy sucios. Su gordura era tal, que parte de la tela de sus ropas estaba rasgada y se asomaban pedazos de piel abultada.

¡Fui enviado a otro mundo, pero morí y ahora soy un zombi!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora