Prólogo

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Sentía que todo en mi cuerpo estaba del revés, de esos momentos en los que apenas puedes evitar las náuseas cuando sales de una montaña rusa en un parque de atracciones. Apoyé mis manos sobre el suelo para mantener la postura.

¿Qué ha pasado? Hasta hace no mucho estaba caminando tranquilamente fuera de la estación de trenes. Se supone que iba a visitar a unos familiares en el campo cuando escuché una campanada. Me detuve y volteé hacia todos lados, se supone que no hay iglesias cerca de donde estaba y eso se me hizo raro. A la segunda campanada, todo se oscureció y ahora estaba en este estado.

— ¡Oh, gran héroe! —escuché decir a alguien frente a mí—. ¡Agradezco que hayáis respondido a nuestro llamado!

Levanté ligeramente la cabeza. Noté que estaba sobre una larga alfombra roja y eso me hizo sospechar de inmediato de dónde me encontraba ahora.

Estudié rápidamente mi entorno. Sep. Era una sala de trono. Una muy grande, con antorchas que brindan luz hacia las paredes y permiten la visibilidad en un cuarto cerrado tan grande. Vi cortinas a los costados, por lo que podría haber ventanas también, pero estaban cerradas, dándole un aspecto algo lúgubre. Había guardias y gente bien vestida observándome en los alrededores. Un asiento dorado y con piedras brillantes incrustadas estaba frente a mí y sentado sobre este, había un hombre de mediana edad, con una gran barba marrón y una corona sobre su cabeza. Él estaba sonriendo, bueno, creo que estaba sonriendo, su barba no me dejó visualizar bien su boca. A su lado había una bella mujer, mejor vestida que todos los presentes. Su cabello negro estaba atado en dos trenzas adornadas de joyas y también tenía unas grandes... ejem... no puedo describir más, que tuve un mal presentimiento apenas comencé a observar a la mujer con detenimiento.

— ¡Por favor, ayudadnos a proteger nuestro reino del mal! —dijo el hombre de la corona, inclinándose levemente en una reverencia. Junto con él, las demás personas en el lugar se postraron ante mí.

Ah, es este tipo de escenario, ¿eh?

¡Me rehúso! ¡Devuélvanme ahora!

O eso querría decir, pero dada la situación me limité a asentir con la cabeza.

Los guardias me guiaron hasta una amplia habitación, llena de muebles de madera bien tallados y cubiertos de alguna resina que los dejaba brillantes. Una ancha ventana iluminaba los objetos sobre los estantes y me permitió saber que era de día. Una enorme cama acolchada estaba en medio del lugar, invitando a un buen sueño.

Pregunté por información sobre la situación, pero me dijeron que esperara en el cuarto hasta que llegara la sacerdotisa y el administrador.

Dicho aquello, me dejaron solo en la habitación. Como no tenía mucho que hacer, miré por la ventana hacia el exterior. Una enorme ciudad se expandía por debajo de mí, gente comerciando o simplemente de paseo caminaba por las calles del sector. A lo lejos vi unas tenebrosas montañas oscuras, con algo volando sobre ellas. Considerando la distancia, ha de ser un ave muy grande...

Ah, ¿a quién engaño? Eso claramente ha de ser un dragón o algo parecido.

—Conque fui transportado a un mundo de fantasía... —murmuré al aire.

¡¿Y ahora qué hago?! ¡A muchas personas les encantaría vivir en un mundo diferente, pero yo estaba feliz con mi vida! ¡Aquí de seguro no hay internet y considerando lo medieval de todo esto, puede que tampoco entretenimiento más allá de un teatro!

¡Abuela! ¡Ayúdame, abuela! ¡Necesito de tu sabiduría para estos momentos!

Me senté sobre la cama, con mis manos sobre mi cabeza, pensando en cómo debería actuar de ahora en adelante. No sé si estaban siendo considerados conmigo o algo parecido, pues se tardaron bastante en llegar, lo que me dio tiempo para calmarme y adaptarme a la situación.

¡Fui enviado a otro mundo, pero morí y ahora soy un zombi!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora