Héroe VIII: [Felicidad efímera]

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Hic...

—Em, ¿señorita? ¿Podría quitar sus pies de mi cabeza?

Cierto día, en cierto lugar, después de cierta cita, la persona que me gustaba de pronto se volvió una dominatrix. O bueno, eso era lo que parecía actualmente.

Levantando ligeramente la cabeza, podía ver su rosto sonriente, algo sádico, como una sadodere. No recordaba que me gustaran las sadodere, pero tenía que confesar en ese momento que estaban comenzando a agradarme. Si bajaba un poco la vista podría ver otra cosa, pero consideré que no era bueno hacerla enfadar en este estado.

—No quiero... hic... Te quedas ahí, como buen niño que eres.

La Pueblerina me acarició la cabeza con sus pies desnudos, sonriendo malévolamente.

—¡Sí, soy un buen niño! —respondí.

Parecía ser que había adquirido un nuevo fetiche.

Quizás sería bueno volver un tiempo atrás, rememorando lo que nos llevó a esto.


***


Ya casi como una rutina, terminé mi entrenamiento en la mañana y desayuné con mis compañeras. Al parecer, la Maguita y la Paladina me habían seguido durante un día de mis «citas» con la Pueblerina y desde entonces no habían dejado de molestarme por eso. No en el sentido de celos; de hecho, era lo contrario. Al principio dudaban un poco de ella; su comportamiento lo consideraban extraño y pensaban que me estaba manipulando mentalmente o algo así. Sin embargo, conforme pasaban los días y me veían a gusto con ella, comenzaron a alentarme a continuar. Me dieron su apoyo, me sentí tan feliz.

Ah, por otro lado, ellas también me dejaron muy en claro que nunca tuvieron sentimientos románticos hacia mí. Aquello fue un golpe directo hacia mi mente y alma. Pasé una de las mayores vergüenzas de mi vida; digo, había asumido erróneamente que ambas sentían algo por mí, incluso me disculpé por no elegirlas a ellas. ¡Ah, de solo recordarlo mi rostro se tornaba rojo!

No quería admitirlo, pero también, muy dentro de mi ser, sentía un poco de decepción. Decepción a mí mismo, que quería cumplir el sueño masculino de tener un harem de mujeres. Nunca había dado siquiera el primer paso para ello; nunca hubo una oportunidad.

Consideré que sería bueno colocarme metas más realistas para la próxima vez que quisiera ver a este mundo como una historia de fantasía sacada de un libro. En mi caso, esta era una realidad. Y la realidad era rara, confusa, contradictoria, difícil. Incluso esforzándose al máximo, el más mínimo error podía echar todo abajo irreversiblemente.

Bueno, eso ya era cosa del pasado. Necesitaba una mejora y en eso estaba trabajando. Actualmente tenía objetivos a corto plazo. Uno de ellos era hacerme lo suficientemente fuerte como para encargarme de una horda de cien zombis por mí mismo. Para eso era el entrenamiento y la caza ocasional de monstruos. Otra de mis metas cercanas era llamar la atención de la Pueblerina de algún modo. Tanto tiempo caminando con ella, buscando a un «héroe» ficticio, me permitió comprender sus gustos, sus anhelos, su personalidad... ¡Y aun así no había logrado nada!

Quizás debería pasarme por la capital y hablar con el Cocinero, mi amigo. Quizás me daría buenos consejos, considerando que tenía por esposa a una chica tan bella. O quizás solo tuvo suerte, en ese caso mi plan sería molestarlo, solo por envidia.

—¡Ah! ¡Héroe, ahí estás! —llamó la Paladina. Parecía molesta por algo. Bueno, ella siempre parecía molesta.

—¿Qué sucede, señorita? —pregunté, usando mi practicada voz genérica de chico apuesto.

¡Fui enviado a otro mundo, pero morí y ahora soy un zombi!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora