2. One Kiss

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Me lo había pasado muy bien en Nueva York estos casi dos meses que estuve payaseando por allí al lado de la rusa. Había probado con total libertad las curvas de esa española de mirada altanera hasta lograr que ronroneara como una pequeña gatita bajo mis caricias. Incluso estuve en ese juego grupal en Manila viendo cómo Mila Ivanova se degustaba con el cuerpo de la vicepresidenta de una empresa importantísima. Uff si me gustara hacer mierda la vida de los demás tendría tantísimo material para provocar escándalos en tantos países que he conocido. Suerte para ellos que no soy así. Mejor dicho: no lo soy tanto.

Siempre me pregunto qué concepto tendrá Mila sobre mí. ¿Creerá conocerme por completo? Dudo que sea tan ingenua para poseer esa idea en su inestable mente. Sí, claro que esa rusita engreída es inestable mentalmente. Cómo odié cada cambio de humor que se le daba en cada dos por tres. ¡Vale! Estar enamorada te vuelve muy idiota, pero ella ya exageraba con sus arranques de histeria cada vez que se acordaba de su "leona española". <<Yo era su pandita>> ¡Dios mío! No hay nada más cursi que esa jodida palabrita. ¡Obvio! Nunca se lo diría en su cara, pero Mila no era más que una niña que se creía grande por haber jugado en esos clubes.

Y con solo pensar un poquitito mal sé muy bien que la rusa desde su regreso de España se debe de llenar la boca contando que logró hacerme llorar de "amor". ¡Bah! Estaba en mis cinco sentidos en esa fiesta en Ibiza cuando le confesé el amor que sentía por ella: solo fue una mentirita gris para probar su temple. Yo, ¿enamorada de ella? Mila nunca será mi tipo. Y esas lágrimas de cocodrilo solo fueron parte de ello. ¡Joder! Esa chica como amiga y compañera de juegos es una delicia que debes de saborear a conciencia cada milímetro de sus ser durante el suficiente tiempo, sin embargo, como pareja sería una de las peores torturas que me hubiese tocado experimentar en esta jodida vida que poseo. Además, yo nunca hubiese cambiado mi forma de ser para que la chica de ojos de fuego se sintiese cómoda.

Ella supone saber muchísimos detalles de mi vida, pero está muy lejos de ello. Apenas ha logrado descubrir mi nombre. Y eso solo es porque se lo dije esa noche en Praga. ¡Qué risa! La pobre e inocente de Mila Ivanova – al menos la que conocí en esa aburrida reunión – nunca se le cruzó ni por el borde de su adolescente mente que yo me encontraba más "encendida" de lo habitual. ¡O sea! ¿Cuántas mujeres se te lanzan así de la nada a proponerte ser tu "sumisa"? ¡Fue comiquísima esa charla navideña con la rusita! Y lo peor de todo fue que aceptó casi de inmediato – sus ojos decían sí, pero sus palabras fueron "más tarde te doy el sí" -. ¿Cuáles eran las probabilidades de que una equis persona te acepte eso?

¡No me culpen por la eterna confianza que me tengo! Ya me había echado encima una línea y media antes de tomar un poco de aire en ese balcón donde coincidí con Mila. Digamos que esa chica sí logró convencerme con su encanto luego de varias citas. Al principio solo lo tomé como un ligue más, pero Ivanova sí sabía cómo provocarte sentir amistad, pero nunca confianza. ¡Eso sí que NO! ¿Cómo lo sé? Pues sencillo. ¿Confiarías en alguien que acepta ser la sumisa de una desconocida así de la nada? La pregunta se responde sola. El que la rusa se haya ido a vivir a Barcelona solo fue un problema que me arrastró hasta lo más profundo de su vórtice: terminamos siendo buenas amigas en contra de mi voluntad. Yo la odiaba profundamente a esa tipita. Pero no me di cuenta al inicio de nuestra "relación de amigas" sino mucho después: cuando ya era casi imposible romper esa relación.

La razón era simple y puedo admitir – sin sonrojarme – que me moría de envidia de que ambas viniésemos de cunas de oro, pero que solo ella conociera lo que es el amor verdadero. Cada vez que la veía con esa estúpida sonrisa de enamorada o – mucho peor aún – entristecida porque se acordaba de la perra que le había roto su corazoncito en Nueva York y la muy tonta seguía sintiendo algo por ella. Fue un larguísimo año el que compartí con Mila, y – en contra de mi voluntad – sucedió lo inevitable: me acostumbré a ella como amiga. Llegué a sentir estima y creo que hasta un poco de empatía por las desventuras de la rusita, pero de ese límite nunca pasé. Nadie me puede negar que he sido su mejor amiga. Después de todo, la ayudé a que regresara con su amada española. Par de atolondradas niñas enamoradas. Bien que se aman, pero les gusta estar en ese "tira y afloja" una semana sí y la otra también. Estoy segurísima de que en un mes las dos ya andarán juntas de la mano por Central Park – luego de la enorme discusión que Arantxa le armarán a la rusa cuando se entere que ella planeó toda su "venganza" - y la rusita se avergonzará en contármelo, ya que se supone que mi papel en todo el juego que armó no era más que para "vengarse" de la mujer que más ama en todo este maldito mundo. ¡O sea! No tienes que pensarlo mucho para encontrar mil contradicciones en ese disque malévolo e imperdonable plan de la rusa.

Bad GirlDonde viven las historias. Descúbrelo ahora