Había transcurrido casi una semana desde que me comprometí en matrimonio con Jack Kennedy, y mi vida no ha vuelto a ser la misma: dudo que alguna vez lo vuelva a ser. Ahora tengo muchas más responsabilidades que nunca antes. Por ejemplo, tener una muuuy buena imagen cada vez que salgo a la calle, puesto que algún periodista podría tomar una inesperada foto a la casi señora Kennedy. << Siempre se deben de guardar las apariencias, Alexandra>> me lo recordaba cada vez que podía la mamá de Jack. Sin embargo, el siempre tener una sonrisa al caminar por las avenidas de Washington, no era para nada un problema si lo comparo con el tener que acostumbrarme a esa nueva rutina en la que me vi sumergida casi de la noche a la mañana.
Jack no había mentido ni exagerado cuando en la reunión le mencionó a la españolita que desde el día siguiente yo estaría viviendo en Capitol Hill. Prácticamente dejé todas mis pertenencias en mi apartamento - al cual nunca dejaré de amar - de Anacostia esa misma mañana del sábado en que desperté aún cansada de todo la fiesta protocolar de mi compromiso. Creo que no eran ni las nueve de la mañana cuando escuché el timbre de la puerta, un par de hombres de la seguridad personal de Jack venían a llevarme a mi flamante apartamento en el centro de la ciudad. Les pedí media hora, la cual aproveché para cambiarme de ropa, tomar los expedientes y libros que me sirven para el trabajo, guardar celosamente mi diario en la cartera y claro: despedirme de Sabrina. No es que me fuese a vivir a otro estado y no nos volviésemos a ver en muchísimo tiempo, pero ya no sería lo mismo el cruzarnos en el pasadizo o las escaleras todos los días de la semana. Me prometió que le echaría un ojo a mi apartamento mientras yo me acostumbraba a ser una snob y republicana lejos de un barrio de clase media-baja como este. <<Te llamaré a diario para que me cuentes los chismes del edificio>> fue lo último que le susurré ese día, pero no mentí: todos los anocheceres le doy una llamada o al menos pasamos un buen rato intercambiando mensajes de texto.
Hasta ahora no he vuelto por mi antiguo vecindario. Es casi como si Jack quisiese que yo borrase de mi memoria - y de una vez por todas - que en algún momento viví en esa zona de gente de "escasos recursos" - como le gusta referirse el senador Kennedy -. Esa mañana en que llegué al edificio departamental de Seward Square Street, me quedé con la boca abierta al encontrarme con la inmensidad de ese departamento. Incluso era mucho más lujoso que la casa de mis padres en Nueva York. Allí estaba esperándome Jack, me besó con fuerza y alegría de que por fin su prometida vivía en la zona más importante de la ciudad: como debía de ser. Me dio un tour express por la enorme sala de estar, el elegante comedor con minibar incluido, la cocina, nuestra habitación y el jacuzzi que poseía el baño. Hasta balcón con un pequeñito jardín tenía este piso que sería mi hogar "momentáneo". ¡Sí! Me volví a quedar con la boca abierta por segunda vez. Él me confesó que una vez que nos casáramos - ello sería el próximo año, ya que todavía tiene servicio en Afganistán-, nos iríamos a vivir a una casa de dos o tres pisos para empezar a planear a nuestro primer hijo.
Debería haberme sentido como la mujer más dichosa de todo el mundo, pero no fue así. No necesito que alguien me regale cosas para ser feliz. Por más princesa que me quieran tratar, no soy otra cosa que una Cenicienta con ¿mucha suerte? ¿Que mi vida se haya cruzado con la de Jack fue suerte? Quién sabe. Solo el tiempo me daría o no la razón en ello.
Luego de conocer mi departamento - eso era lo curioso, Jack no viviría allí más que un par de fines de semana en que venía a Estado Unidos por motivos logísticos; así que este piso de Capitol Hill es prácticamente mío - sucedió otra sorpresa. <<No tienes que volver a Anacostia, amor. Ahora mismo vamos a comprar toda la ropa que quieras y las otras cosas que necesites>> esas palabras fueron suficientes para darme a entender - implícitamente - que tenía prohibido ir a visitar esa zona de la ciudad. Y como siempre he deseado evitar cualquier problema o discusión, acepté sumisa sus órdenes. Llegamos a Tysons Galleria donde me compré tres o cuatro guardarropas completos para todo lo que restaba del año. No lo hice por querer aprovecharme de ese "cheque en blanco" que implicaba venir de compras con Jack, sino que él mismo decía a cada rato <<Alexandra, ese vestido te quedaría muy bien. Te quisiera ver con esa blusa floreada. Unas botas de montar lucirían muy bien con esos pantalones oscuros, ¿no crees?>> yo sonreía, le daba la razón y pedía esas prendas en mi talla.
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Bad Girl
Romance¿Qué sucede si el día de tu pedida de mano una extraña te roba un beso? A Alexandra no le gustó, al contrario, odió con todo su corazón a María Pía. Pero el destino las volverá a juntar luego de ese incidente. Ambas son tan distintas como el día y l...