14. Just Friends

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Las primeras hojas marrones y anaranjadas habían empezado a caer de las copas de los árboles desde hace ya una semana, desde la habitación del tercer piso me quedaba admirando cómo flotaban en el aire en un especial vaivén hasta estrellarse con suavidad en el césped. Además, los vientos fríos del otoño no se hicieron esperar y cada día veía a Washington más triste de lo normal... ¡y eso que todavía no llega el sanguinario invierno de la zona este del país! Este año se había tornado muy extraño respecto al clima. Las tardes transcurrían en un solo pestañeo, y cuando menos te lo esperabas, ya las nubes se terminaban de arremolinar entre ellas para tapar a las tímidas estrellas que resplandecían como esperanzas en la espesa negrura de la noche.

¡Las primeras dos semanas de recuperación me supieron a una verdadera tortura!

El problema no estaba para nada relacionado con mi malherido cuerpo, pero sí era una gran consecuencia de ello. Las tres costillas rotas resultaron ser un gran pase VIP para ser tratada exageradamente como una reina en la casa -mejor dicho: mansión- de los Kennedy. ¡Sí! Ellos nunca aceptaron que yo me fuese a recuperar en solitaria a mi departamento. <<Imposible, querida, imposible. No hay nada de qué hablar. Las cosas ya están decididas: te vienes a vivir con nosotros hasta que te recuperes. Todos los preparativos están listos para mañana que te dan de alta>> esas fueron las palabras exacta de la mamá de Jack, y no me las he olvidado luego de tantísimos días debido a que tuve un escalofrío premonitorio cuando terminé de oírla.

¡Vaya que no estuve equivocada! ¡Todo este tiempo ha sido un infierno de engreimientos!

¿Por dónde empiezo? Hay tantísimos motivos por los que no me siento en paz entre estas cuatro paredes que me rodean desde septiembre. Quizá, el principal no es más que mis fuertes anhelos de volver a disfrutar de mi amado trabajo en el bufete. Entre el sinnúmero de prohibiciones de la familia de mi prometido -no sé por qué todavía lo llamo así- estaba el dejar de trabajar hasta encontrarme completamente sana corporal y psicológicamente. Lo primero solo era cuestión de semanas, pero lo segundo es aún incierto, pero no me quiero adelantar a ese tema. Una de mis mayores preocupaciones al día siguiente del accidente fue el de perder mi empleo, ya que estaría al menos 5 semanas en cama. Sin embargo, tanto Mapi como Riley se rieron de mi premonitoria muerte laboral. Mi compañera de trabajo se carcajeó hasta las lágrimas cuando le expresé mi temor de perder el empleo <<¿Me lo dices en serio o es bromita? ¡Cómo crees que despedirían a la casi nuera de un senador. La cual estuvo a poquito de morirse en un choque! Además, imagínate el escándalo que ello provocaría. Seguro que superaría al que ya está haciendo tu suegro por lo del accidente. Relax, Alexandra, aprovecha para descansar lejos de las visitas al juzgado y la enorme montaña de expedientes que tendré que leer hasta que regreses>>. Ante sus razonables argumentos no tuve con qué debatirle y acepté alejarme del trabajo por las primeras semanas, ya luego vería la manera de trabajar desde esta "cuasi prisión medieval" que representa la mansión Kennedy. Aunque logré que me enviaran un poco del trabajo que se le iba acumulando a Riley, pronto la mamá de Jack descubrió mi "entretenimiento" vespertino y me dio otra prohibición más. <<Ya escuchaste al terapeuta: nada de carga laboral y física>>. ¡En serio que cualquier otra persona en mi lugar estaría dando brincos de felicidad por tantos mimos que recibe, pero ¡YO NO!

¡YA ESTOY HARTA! ¡NO SOY UNA BEBÉ!... bueno quizá solo me permito ser una linda bebé para una personita en especial. ¡Pero ella es la única excepción a la regla!

Entre el sinfín de cosas que no tenía permito hacer y otra larga lista de cosas que sí puedo realizar, pero con ciertas limitaciones, estaba el de no salir de casa sin acompañante por ningún motivo. Es decir, si quería darme una vuelta por el parque del Capitolio o ir al cine debía hacerlo con la señora Kennedy, o, en su defecto, con Ivy. Bueno, con ella sí me lo paso muy bien cuando salimos -aunque nuestra "amistad" tiene más contras que pro últimamente- pero con su mamá es una historia muy diferente. Me aburre tantísimo el escuchar los chismes de su altísimo e inalcanzable -entre líneas me dio a entender que yo nunca perteneceré allí- círculo social, o sobre un viaje al azar que hizo durante el año pasado o las más rebuscadas y poco creíbles anécdotas que me cuenta sobre su juventud. Siempre he tenido que responder con una enorme sonrisa, regalarle (en forma de mentiras) adulaciones en torno a lo que me confía a nivel top-secret e incluso hacerle más preguntas para que la conversación no decaiga. Sin embargo, luego de estas semanas en que nos hemos vuelto muchísimo más "íntimas" como suegra y nuera, me he dado cuenta que jamás aceptará mi condición social con la que nací. Y no es porque yo pertenezca a una mala familia sino que mi familia es tan común y corriente como cualquiera que podría ser escogida al azar en Nueva York. ¡Ah! Ni qué decir de esas sutiles formas de dejarme muy clarito que ella desea -y anhela con todas su fuerzas- que yo hubiese sido de clase alta. <<Bisley, Bisley... Querida, creo no equivocarme al decirte que compartes el mismo apellido que una duquesa de Gran Bretaña. ¿Sabes si tienes familia por allá? Deberíamos revisar tu árbol genealógico, quizá encontremos algo que realce a tu nivel social>> Cada vez que se acuerda de ello tengo que morderme la lengua para no mandarla a la mierda. Y ni quiero recordar cuando "sugirió" que mis padres nos habían criado -a Scott y a mí- para conseguirnos buenos partidos (él con Samantha Lacazette y yo con Jack) para así tener la vida solucionada. En esa ocasión tuve que empezar a toser y así disimular toda la repulsión que le tengo a esa mujercita del demonio.

Bad GirlDonde viven las historias. Descúbrelo ahora