El jardín de su universidad solo había sido la segunda de las muchas citas que tuvimos durante las semanas siguientes por todos los parques de Washington DC. Todavía no sé cómo logramos que nuestros horarios coincidiesen para vernos al menos tres o cuatro veces a la semana dado que a mitad de julio María Pía había comenzado la universidad. En más de una ocasión fui a buscarla a la hora que ella terminaba sus clases. La emoción me recorría hasta la punta de los dedos durante esos anocheceres en que afuerita de su universidad me quedaba plantada llena de angustia por si a Mapi se le cruzaban las ideas hasta hacer cortocircuito -¡la españolita es tan volátil a los cambios de ánimo!- y hacer como si yo no existiese. Sin embargo, eso solo sucedía dentro de mi cabeza.
¡Ya he sufrido demasiado desde los 16 años como para volver a ilusionarme tontamente!
El cabello corto le sienta tan bien que me puedo comer con la mirada a María Pía. Su melena danza al mismo compás de su caminar, los labios se le elevan y dando unos imperceptibles saltitos llegaba hasta mí para fundirnos en ese casto y malévolo doble beso español en las mejillas. Para los ojos de los universitarios que iban y venían a nuestro alrededor, no éramos más que un par de simples amigas que se saludaban a las seis de la tarde. Las únicas que sabíamos sobre la intensidad de esos besos en el rostro de la otra éramos nosotras mismas. Algunas veces duraban más que medio segundo y se extendían hasta dos o tres larguísimos segundos. El aroma embriagador de su perfume que se exhalaba de su cuello me deleitaba hasta la adicción, mis ojos se cerraban hasta perderse en la caótica pasividad que representa la señorita Cartavio en mi vida. Obviamente, luego de tantísimos besos, uno que otro se podía escapar un poco en dirección oeste y rozar la comisura de los labios de la otra. Un intercambio de miradas verdosas en diferentes tonalidades y ¡pum!: carcajadas nos envolvían hasta olvidarnos que casi nos habíamos besado. En los primeros días de agosto sucedió algo medio peligroso y divertido a la vez. Luis, un chico de Andorra que compartía clase con mi amiga, le susurró con curiosidad a Mapi: "oye, Cartavio, al saludarte con tu amiga, un poco más y ustedes dos casi se besaron en la boca". Con toda la naturalidad, ella le contestó "¿te dio celos?". Esa pequeña charla sucedió frente mío, pero recién cuando llegué a su departamento ella me lo tradujo al inglés.
- Creo que lo de ser "solo amigas" ya no está funcionando, gringuita -exclamó en un tonito de falsísima preocupación mientras me lanzaba una lata de Heineken hacia las manos-. ¿Tienes algún buen plan?
Me tomé el suficiente tiempo para abrir la lata, disfrutar ese <<Shh>> que hace el metal y el sonidito de la burbujeante espuma en lo alto de la cerveza. Un traguito, mejor dos, antes de preguntárselo llena de euforia.
- ¿Qué te parece si somos un par de false girlfriends? -le propuse.
- Uyy... ¿y cómo es eso?
- Más que amigas, pero no lo suficiente como para ser novias -suspiré, bebí y la besé en el cuello antes de destornillarme de risa por la estupidez que le acababa de decir.
Mis labios provocaron cosquillas en ella, las suficientes para que saltase del sofá y su lata se agitara hasta tirar un buen chorro de cerveza sobre la alfombra. Mis ojos chispeaban ante su hermosura, poco a poco mi cuerpo se iba sintiendo más ligero, el calor aumentaba y se expandía desde el centro de mi pecho hacia mis manos y piernas. Gotitas de sudor me jodían en la frente, pero creo que no interesaban mucho. Verla me era suficiente alegría.
- Si me sigues mirando así, pensaré que ¡te estoy gustando! - chilló, alegre, coqueta y bromista, sin embargo, un fugaz recuerdo se apoderó mis sentimientos y me puse de pie al instante.
Quizá dejé a un lado la cerveza o la dejé caer en medio de mi camino, solo sé que llegué hasta la puerta de vidrio que habíamos dejado abierta para que entrase viento, la cual llevaba hacia el balcón. La tristeza se apoderó de mi ser. Los ojos me lagrimeaban mientras que una barrera invisible se alzaba al cruzar mis brazos debajo de mis pechos. Las luces de Washington no lograban detener el diluvio salado que incineraba a mi piel sin piedad alguna. Suspiré antes de elevar la mirada hacia esa Luna medio difuminada por nubes grises. ¿Por qué Mapi tenía que decir las mismas palabras que alguna vez Kylie pronunció? Acaso, ¿otra vez estuve haciéndome una falsa idea de que una chica se puede fijar en mí?
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Bad Girl
Romance¿Qué sucede si el día de tu pedida de mano una extraña te roba un beso? A Alexandra no le gustó, al contrario, odió con todo su corazón a María Pía. Pero el destino las volverá a juntar luego de ese incidente. Ambas son tan distintas como el día y l...