24. My happiness

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Constantes y variables... Supongo que la vida se reduce a esas dos complicadas ideas. Ni siquiera las constantes pueden decirse que son fáciles de entender, ya que cuando menos lo piensas, esa constante resultó ser una terrible variable. Y todo cambiará en un solo flash ante tus ojos sin que tú puedas hacer nada.

Constantes y variables: siempre la misma chica, siempre el mismo sueño de ser feliz, pero el dolor y el corazón roto nunca volverán a ser los mismos. Constantes y variables...

Nada será lo mismo desde esta noche de Navidad. Ni siquiera mis lágrimas tendrán el mismo sabor que antes. Ese sabor sangriento que arrastra cada gota de mi llanto se filtra por mi piel, el dolor punzante de mis pupilas sigue presionando hacia adentro y los gritos de mi mamá no dejan de retumbar en el interior de mi cabeza. Él no tenía que haber hecho las cosas de esta manera tan cruel. Sé que posee todos los motivos para odiarme hasta que me muera, pero no tenía la necesidad de mandar mi vida a la mierda. Quizá, simplemente, el destino no quiere verme feliz jamás en mi ya hastiada existencia.

Desde el día en que Ivy nos descubrió tomadas de la mano supe que este momento llegaría tarde o temprano con un resultado bueno o malo, pero jamás imaginé que un terremoto se desataría dentro de mi familia. Ni mis padres ni Scott me dejaron explicarles cómo sucedieron las cosas entre María Pía y yo. Sus palabras estallaban con fuerza en el tibio ambiente de la Nochebuena, allí, a casi nada de haber terminado de mandarle un mensaje a mi novia por celular, ya casi estábamos por empezar con la cena: mamá lucía radiante, la sonrisa nadie se la podría quitar, después de todo, esta era "mi última" Navidad como mujer soltera. Ella ya estaba en medio de ensoñaciones por disfrutar de las navidades en la mansión de los Kennedy en Washington el próximo año. "Mi Alexandrita ya casi toda una señora. Nadie podrá vernos por encima del hombro luego de tu matrimonio. Scott, ya quiero que te gradúes el próximo año y consigas un excelente empleo lo más pronto posible. De esa manera, cuando le pidas la mano a los Lacazette, ellos no podrán negarse a que te cases con su hija. Además, con nuestra nueva posición social les resultará difícil ponerte trabas".

Mi hermano reía con disimulo ante las locuras que mamá exclamaba a viva voz, como queriendo que los vecinos escuchasen con nitidez -y luego esparcieran el rumor por todo el vecindario- sobre cómo los Beasley ganarían un lugar en la escala social. Yo apenas lograba una sonrisa muy forzada para darle un poco de "gusto" a ella para que no sospechase que ya no existía ningún lazo que nos uniese con los Kennedy. Y de la nada llegaron esos ladridos alegres de Pizza para ahuyentar a los pensamientos de desolación que me estaban carcomiendo desde las profundidades de mi corazón. Transcurrió una media hora en la cual mi mente no dejaba de elaborar la mejor forma de confesarle a mi familia que no sentía nada más que miedo y repulsión hacia Jack Kennedy. Les contaría lo que sucedió el día en que me descubrió en la cama con María Pía y que prácticamente me estaba forzando a casarme con él. Al menos dentro de mi cabeza sonaban muy bien mis argumentos, pero el terror de ver la decepción en sus ojos me congelaba la sangre. Pizza se acurrucaba entre mis brazos, ladraba en súplica para que lo siguiese cariñando en sus pequeñas orejas afelpadas y, a su vez, me provocaba imaginar un futuro no muy distante donde lo presentaría ante Mapi.

Allí fue cuando evoqué un largo suspiro mezclado con un extraño estremecimiento. ¿Y si María Pía jamás pudiese visitar mi hogar en Nueva York? ¿Si mi familia nunca de los nunca aceptaría que yo tuviese novia? ¿Y si esta iba a ser la última de mis Navidades al lado de ellos? Todo ello eran premoniciones que para mi desgracia se volverían en realidad en cuestión de minutos.

Ya habíamos pasado a la mesa en medio de la divertida melodía de los villancicos, Pizza reposaba entre los muebles de la sala, y todo seguía el ritmo normal de las celebraciones. Papá destapaba el champán, mamá comenzaba a servir la cena mientras que una ráfaga de nerviosismo me atrapaba entre sus brazos. Todo se reducía a esos factores constantes, pero las variables lo cambiaban todo. Escondida y sin que mis padres se diesen cuenta, le mandé un mensaje de texto a mi novia. "Tengo mucho miedo, María Pía". No era una declaración de amor ni nada parecido, y tampoco sabía qué respuesta mi temple estaba esperando. Transcurrieron unos minutos antes de que mis ojos bajaran con disimulo hacia la pantalla de mi celular y se encontraran con su respuesta: "Te amo. Eso nadie nos lo quitará". Intenté encontrarle sentido a ello, era como si Mapi supiera de algo que yo no, pero eso era imposible. ¿Cómo iba a saber ella que mi vida familiar se acabaría al cabo de cinco minutos?

Bad GirlDonde viven las historias. Descúbrelo ahora