Capítulo 3

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Estambul - Siglo XVII

Estoy muy concentrada trabajando en el anillo del príncipe Mamoru, sólo espero que sea de su agrado. Mientras más pienso en lo que sucedió hace dos días, más se me enredan las cosas. Hasta ese día, era una joven normal con un futuro incierto y hoy estoy trabajando para el Sultán, ¿como es posible que mi vida diera un giro tan radical?

Mi padre no podía creer lo que le conté que había sucedido, claro, después de la borrachera, volvió a sus cinco sentidos y estaba anonadado con todo lo que ocurrió por su culpa. De todas formas, se alegró de que hubiera sido yo quien se presentara ante el Sultán, puesto que a él lo hubiesen acusado por su estado y quizás donde estaría ahora. Además, tiene claro que puedo hacer un trabajo tan bueno como el suyo, así es que no teme que vaya a equivocarme. De todas formas, confeccionar un anillo para el príncipe no es cualquier cosa, requiere de mucha paciencia y esfuerzo, debo elegir las gemas y los cristales correctos, fundir el metal para ponerlo dentro del molde y pulir todo, siendo muy minuciosa en el proceso.

Mientras estoy puliendo unos cristales que usaré, mi padre llega con el molde para desmontarlo y ver el resultado de la estructura del anillo. Lo veo desarmar todo, sacando la plata con la forma de argolla, perfecta, tal como imaginaba. Sonrío llena de satisfacción, visualizando en mi mente como quedará finalmente.

—Quedó perfecto —me dice mi padre con una sonrisa en los labios.
—Sí, gracias por fundirlo.
—Tendría que ser yo quien trabajara en esto, pero arriesgaste tu propio cuello al ir en mi lugar. Eres la mejor hija del mundo, Sere...
—No se ponga sentimental ahora, padre. Es probable que el príncipe venga hoy a ver los avances, así es que es mejor que ordenemos lo que hemos usado. Quiero dejar solo las cosas que irán en el anillo.
—Está bien. Sigue en tu trabajo, yo saco lo que no necesitas.

Continúo puliendo los pequeños cristales que usaré para adornar el topacio azul que irá al centro, mientras mi padre guarda las demás gemas que no utilizaré. En eso escuchamos detenerse el carruaje afuera y mi corazón comienza a latir cada vez más rápido debido a la expectación. Mi padre me hace señas para que me levante, a lo que obedezco a pesar del temblor en mis piernas. Ahora que lo pienso, mi padre jamás ha visto al príncipe y se llevará una sorpresa cuando vea su parecido con el capitán. ¿Cómo reaccionará? Debería advertirle primero...

—Padre...
—Vamos, Sere, el príncipe nos está esperando afuera —me apresura con urgencia.
—Espere un poco, debo decirle algo primero.
—No, Sere, vamos.
—Padre, el príncipe es...

Pero no puedo seguir hablando, pues él ya ha abierto la puerta, quedándose estático en el umbral sin avanzar.

—¿Darien? —susurra entre sus labios, tanto así que apenas puedo oírlo.
—No padre, él es el príncipe Mamoru —le respondo casi tan bajo como él ha hablado.
—Pero... él... —musita con gran asombro.
—Sí, lo sé —reconozco.

Sin embargo, no puedo seguir hablando con él, pues el príncipe nos espera al lado del carruaje aún. Me mira con una sonrisa tan dulce que mi respiración se agita cuando nuestros ojos hacen contacto. Había querido olvidar la sensación que me produce su presencia, pero creo que es imposible, todo él irradia perfección, armonía, seguridad.

—Buen día, Usako —me saluda con su voz tan varonil—. Ansiaba que llegara este día.
—Buen día, príncipe Mamoru —respondo, colocando el velo en mi cabeza para acercarme.
—¿Cómo va su trabajo?
—Muy bien. Pase para que usted mismo lo juzgue —lo invito, estirando mi mano hacia la puerta.
—La sigo —me dice, aún cuando eso no es correcto.
—Pero...
—Es su hogar, no se preocupe —insiste con su sonrisa tan amable que me obliga a obedecerle.
—Bien, por aquí, entonces —le indico—. Mi padre —lo presento cuando llegamos a su lado.
—Es un honor tenerlo en nuestra casa, príncipe —dice, haciendo una gran reverencia.
—El honor es mío. Es un gusto conocer al mejor orfebre de Estambul y puedo asegurar que su hija es tan hábil como usted.
—Oh, sus palabras son demasiado para este humilde servidor. Sólo hago el trabajo que Alá me permite.
—Que Alá siga bendiciendo sus manos, entonces.
—Muchas gracias... muchas gracias —repite mi padre, lleno de agradecimiento.
—Por aquí —le muestro el pasillo, por el que nos internamos hasta llegar a la habitación que nos sirve de taller tanto a mi padre como a mi.

¿Amor o Deseo?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora