Capítulo XIII- Pareja de rosas marchitas

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En la nieve había una solitaria pareja de rosas, una rebosantes y rojas rosas contemplando el asfalto roto. Observaban a la gente cruzar el dicho, más no se detenían sólo en eso, disfrutaban el verse el uno al otro; el rocío en sus rubios pétalos y las grietas en sus masculinas hojas.
Todas las noches contemplaban la luna para que sus plateados rayos chocaran contra sus pétalos. Se miraban, se escuchaban y hablaban. Le hablaban a la luna, a sus rayos.
Con el tiempo, otra pequeña rosa nació, era fría y un poco más frágil que sus rojizos padres. La rosa quería consumir esos plateados rayos al igual que sus mayores, siempre, cada noche, estiraba su pequeña lengua para alcanzar a probar un trago de ellos.
No sé si olvidaron que las rosas también tienen espinas.
Cada vez que la pequeña rosa intentaba probar ese rayito de felicidad, una espina era clavada en su tallo, prohibiéndole cualquier bocado de éxtasis. La rosa madre sólo observaba a su pequeña rosa bebé llorar, acurrucado junto a la humeda tierra negra, suplicando por algo de clemencia, inmóvil contemplaba.
Él reíase ante sus crueles actos, reíase ignorante de que sus antes carnosos pétalos comenzaban a marchitarse y aclararse, rompiéndose y volverse anaranjadas cenizas. La madre aterrada, sólo atinó a mover temblorosa sus raíces para después cubrir su pequeña boca con las arrugadas hojas de sus manos, estupefacta ante el insensible acto de su antes amado.
Cuando la enorme rosa marchita se cerró, ella se acercó a su magullado retoño.
-¿Estás bien, Butters?

"No todo se trata de dinero" (Bunny)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora