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Cerrando bien la cremayera del abrigo, entre cerré mis ojos, viendo el gran lago que tenía delante de mí.

Estaba sentada en un banco, esperando a la persona la cual me había llamado hace dos días, deseando verme y hablar conmigo.

No estaba nerviosa, estaba cabreada. Cabreada de que se crease con el derecho de poder volver a verme cuando fue ella la que me echó de su propia casa.

Una sonrisa cruza mi mente al recordar lo pesado que estuvo Tristán hoy por la mañana, diciendo que no podía salir sin antes desayunar.

Los chicos estaban al pendiente de mí, como si fuesen los que me hubiesen dado la vida.

Tanto se estaban pasando que ahora hasta Rob no me dejaba bajar las escaleras. Según él, era un esfuerzo innecesario, así que cada vez que las quería subir o bajar, aparecía él y me llevaba en su espalda.

Dora me traía libros sobre cómo llevar el embarazo mejor y recibí una carta de Dave, diciéndome que se había ido a vivir con su novia a Los Ángeles.

Recordé la sonrisa que tuve el día entero gracias a su mensaje. Estaba muy contenta por él. En su carta además de eso, me decía que lo tuvo que vender todo, hasta su propio teléfono, para poder obtener el billete y el dinero para alquilar en el mismo edificio de pisos que su novia.

Le escribí una carta diciéndole las novedades de mi embarazo y sobre Lety, y después me aseguré de comprar un teléfono y enviárselo junto a la carta, diciéndole que esperaba que me llamase pronto.

Aunque con lo que tardaba el correo en llegar, creo que hasta el mes que viene no tendría noticias de él. Y hablando de meses...

Quedaban cerca de dos semanas para el juicio, y yo estaba nerviosa. Muchísimo. Estaba nerviosa por el hecho de que a la zorra de Lety se le ocurriese hacer algo para estropear el juicio.

Sólo me quedaba rezar.

Cerré los ojos cuando un cuerpo tomó asiento a mi derecha. Aspire su colonia. Seguía llevando la misma. Desde que yo tenía quince años, se enamoró de una colonia de melón que la regalé por el día de la madre, y desde entonces se compra la misma siempre.

¿Porqué me dolía tanto verte, mamá?

Permanecimos en silencio. Ella sin hablar y yo con los ojos cerrados y respirando pausadamente.

-Lo siento.

-No. Tu no sientes nada.

Y abrí los ojos. Era consciente del dolor que esas palabras habían tenido en ella.

Apreté la mandíbula.

-¿El qué sientes mama? ¿El haber perdido a una hija? ¿El haber actuado como una cobarde toda tu vida? ¿El haber sido sumisa de un hombre bipolar? ¿El haber destruido a una familia? - gruñí y apreté mis puños- ¿O el haberme echado de la casa donde me crié?

Y me levanté para largarme.

-Annie, por favor-su mano hizo contacto con la mía cuando me tocó para frenarme- Te fuiste, y con eso me lo dijiste todo.

Un escalofrío me recorrió y me giré para verla por primera vez.

A pesar de las patas de gallo, de las arrugas y las ojeras, estaba hermosa. Su pelo negro, el cual heredé, estaba recogido en un perfecto moño el cual no dudo que se lo ha hecho mi hermana.

Ella siempre a sido la peluquera de la familia, la que siempre jugaba con nuestros cabellos.

-¿Acaso me dejaste otra opción? - bramé bajando un poco la voz al ver a la gente paseando a nuestro alrededor- ¡¿Pensaste que me quedaría bajo el mismo techo que un enfermo, observando cómo os dañaba y cómo tú te mantenías en silencio?!

GITANA✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora