XXXIII: Emi Aizawa

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Todo era perfecto, simplemente perfecto. Su vida en sí, era perfecta.

Su adolescencia no fue la más suave, al contrario, estuvo llena de desafíos y rupturas amorosas que buscaban el poder superar a aquel Alfa que la tenía loca, Alfa que la rechazaba cada cuando, aunque ella no era la más discreta a decir verdad.

—Cásate conmigo.

—No.

—Jajajaj, por supuesto está mal visto que dos Alfas— rió forzadamente, haciendo ademanes con sus manos, se ladeó un poco y anotó en la pequeña libreta que cargaba.

Intento núm. 52.... la cien es la vencida, pensó ella de manera positiva.

Las feromonas a tristeza inundaron el lugar, logrando que el que cargaba una bufanda blanca bufase con aparente molestia.

—Si salgo contigo en el baile de otoño, ¿Me dejaras en paz?

Ante aquella respuesta, sus ojos se iluminaron y sus manos se aferraron a su pecho esperando que no se tratara de una broma. Gracias a cualquier deidad, ella supo disimular.

—¡Sí!— contestó de inmediato, tapando su boca al segundo con pena.

El Alfa, unos centímetros más alto que ella la miró a los ojos, para luego bufar con una sonrisa demasiado tenue, casi invisible e imperceptible.

El hombre pasó una mano por su algo larga melena, que en ese entonces rozaba sus hombros, su cabello azabache se encontraba peinado perfecta y sensualmente en una media cola que a su adolescente corazón hacía saltar.

A veces por la excitación sentía que aquella zona, su botón que permitía salida a su falo se sentía caliente al igual que su pecho se volvía pesado y la respiración cálida.

Simplemente Aizawa Shota era su más grande añoración, y no estaba dispuesta a dejarlo en las garras de un Omega sea hembra o Macho, o una Beta.

No señor, Aizawa era suyo.

...A pesar de haberla dejado plantada en aquel baile.

Las risitas de las Betas se lograban escuchar a su espalda, también los cuchicheos. Eran unos monstruos, ellas lo eran.

Su motivación estaba intocable los primeros quince minutos de bale, su vestido estaba pulcro al igual que sus zapatillas que la hacían ver aún más alta, haciendo resaltar sus largas y gruesas a parte de fuertes piernas. Cada cierto tiempo también llegó a retocar su maquillaje.

A la media hora, miraba el reloj con desesperación, ¿Él le había tomado el pelo?¿No era el Alfa responsable que ella conoció?

Un suspiro de decepción se paseó sin permiso por sus labios pintados de un cereza leve y llamativo. Aunque, mirando el lado bueno de todo aquello, nada podía empeorar.

—¡Que te den!— gritó molesta, mostrándole el dedo medio al cielo cubierto de nubes que dejaban caer su carga sobre ella.

Era todo, suficiente. El rimel comenzó a correrse, y sus rosadas mejillas a colorarse naturalmente al enfriarse. Que le dieran a Shota por el culo, ella tampoco se iba a arrastrar más por un patán.

Tomó su bolso, y se fue caminando. Puesto que no tenía dinero y Aizawa había dicho que no se preocupara por el transporte de regreso, que él la dejaría en su casa, donde vivía con sus padres aún estando a inicios de universidad.

La primera lágrima corrió por su rostro, seguida de otra que fue perseguida por una más.

Cuando menos lo pensó, se agachó a llorar en mitad de la banqueta de aquella desolada calle por la que nadie estaba pasando. Sus sollozos eran suaves, acompañados por gruñidos en cada respiración, ésto al ser Alfa.

¡Omega en venta!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora