Dos

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Seguía pareciéndole extraño el tener una cena con los Sakamaki y Mukami juntos, tiempo atrás le hubiera parecido algo sumamente irreal, algo que sólo podía suceder en sus más alocadas imaginaciones; sin embargo, ahí estaban todos, por la única razón de protegerla lo mejor que pudieran, pues anteriormente hubo muchos problemas al punto que una sola familia no era capaz de protegerla sola. Y ahora, con ésta nueva y supuesta alianza, ambos clanes debían convivir por un bien en común.

¿Lo peor? Que todos hacían una especie de competencia para estar con ella a solas, o para beber primero su sangre, o cualquier cosa parecida. Se había vuelto una batalla constante entre ellos, pero aún más cansina ahora que convivían todos; era como ver leones pelearse entre sí, sólo que los Sakamaki y Mukami eran irritantes debido a que se habían vuelto o más violentos y expresivos, o unos totales hipócritas.

Panqueque irá conmigo, punto final —gruñó Ayato, cruzándose de brazos y fulminando a todos los presente, exceptuando a la rubia, que miraba en silencio el debate.

Miró el centro de la mesa, en donde reposaba la carta que habían recibido horas antes, una invitación de parte del padre de los chicos que les decía algo sobre una reunión en donde estaban obligados a ir, pues como sus hijos debían asistir a ese evento. La verdad era que Yui no entendía del todo por qué, pero sabía que no podía preguntar demasiado o terminarían gritándole que se callara y que dejara de ser una entrometida.

Lo más cansado del asunto era, posiblemente, que todos querían llevar a Yui como pareja debido a que en la invitación, su padre decía que era lo más recomendable el que llevaran a una acompañante para la velada. Por supuesto, las opciones de los chicos sólo se centraban en la rubia, quien se sentía terriblemente intimidada ante la violencia y brutalidad de los vampiros.

—Eso no es muy amable... —murmuró un joven de cabello grisáceo, con el ceño fruncido, manteniendo la mirada fija en sus brazos y acariciando los vendajes que había en ellos.

—Nadie pidió tu opinión, huérfano miserable —repuso Kanato, escondiendo parte de su rostro detrás de su adorado oso de felpa mientras miraba con repulsión al chico peligris.

Yui no era capaz de comprender cómo había sido posible que ni uno de los Sakamaki y Mukami se hubieran matado entre sí. Era sorprendente verlo, sobre todo considerando que la primera familia no se llevaba bien ni siquiera entre ellos mismos.

—Ayato, no seas egoísta, nosotros también queremos llevar a la pequeña perra a esa reunión que 'ese sujeto' ha organizado —dijo Laito con tono lastimero, divertido por cómo se ponía el pelirrojo arrogante cuando se trataba de la rubia.

—Nadie te llamó, cerdo pervertido —bufó el aludido, clavando sus ojos verdes llenos de rabia en los del castaño del sombrero, éste terminó soltando una risita.

La rubia se encogió con el corazón latiéndole violentamente contra el pecho cuando el menor de los Sakamaki (quizás el menor de todos los presentes) golpeó bruscamente la mesa, provocando contables grietas en la superficie, aunque afortunadamente no llegó a romperla.

—Silencio de una jodida vez —gruñó, pero Yui no se atrevió a levantar la mirada para ver la expresión del chico mientras decía aquello.

Reiji mantenía una expresión seria y helada, justo como Ruki, pero el segundo fruncía levemente el entrecejo casi sin darse cuenta; el segundo hijo de los Sakamaki dirigió su vista a la chica, y la miró fijamente.

—Retírate a tu habitación —ordenó, y Yui fue incapaz de no obedecer. Se levantó de su lugar, hizo una reverencia mientras murmuraba 'permiso', y salió lo más veloz que pudo de ahí.

Imperium [Diabolik Lovers]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora